Un sublime Léaud en el tiempo dilatado del crepúsculo del Rey Sol

El actor francés Jean-Pierre Léaud interpreta a un Luis XIV sin grandilocuencia en la reconstrucción intimista del catalán Albert Serra sobre la agonía del Rey Sol.

Estrenada este jueves en el festival de Cannes en selección oficial fuera de competencia, "La muerte de Luis XIV" fue aplaudida en el pase a la prensa.

Léaud recibirá a los 71 años una Palma de Oro de honor al cierre del Festival el domingo, por el conjunto de la carrera de este actor fetiche de Truffaut, desde su actuación como adolescente en "Los 400 golpes" (1959) a "El amor en fuga" (1979).

En el filme de Albert Serra de 1h45 de duración, Léaud aparece casi todo el tiempo postrado, como el monarca hastiado de vivir pero lúcido que interactúa parcamente con su entorno cortesano y sus médicos.

Estamos en el verano de 1715. Tras un reinado de 72 años --el más largo de un gran monarca europeo-- la salud del rey de 77 años se deteriora repentinamente y decaerá en tres semanas hasta la muerte, el 1º de septiembre.

El monarca ha visto desaparecer a su propio mundo y a los que hicieron la grandeza de su reino. Colbert, Molière, Racine, Le Notre o Le Vaux murieron hace ya mucho tiempo. Sobrevivió a hijos y nietos. El delfín de cinco años, futuro Luis XV, es su bisnieto.

"¡Mis perros, cómo os amo!", dice al comienzo del filme, acariciando a sus galgos rusos el fatigado rey de voluminosa peluca, casi indiferente a los príncipes de sangre que según un protocolo erigido en una forma de ejercer del poder, presencian cada instante de su vida cotidiana.

Todo ocurre en la alcoba real, en la intimidad y el tiempo dilatado de la agonía del monarca absoluto que es --además-- la de un hombre como cualquier otro.

Al inicio del crepúsculo, el rey aún gobierna, asestando su legendario "voy a pensarlo" a solicitudes de sus súbditos.

Tres semanas después es un hombre casi despojado del poder terrenal, con un rosario en la mano y sin peluca, quien implora sin grandilocuencia la misericordia divina.

Llevar a Luis XIV a la pantalla era un desafío que el autor de "Historia de mi muerte" --otra reconstrucción histórica ganadora del Leopardo de Oro en Locarno en 2013-- sorteó con eficacia. El director de 41 años evita el escollo de lo enfático a la hora de representar al soberano que inmortalizara la fórmula "el Estado, soy yo".

Este cineasta con formación de filólogo, que en 2006 debutó con una versión propia del Quijote en "Honor de caballería", apeló a las minuciosas memorias de Saint-Simon y del marqués de Dangeau, dos cronistas de la vida palaciega que asistieron al ocaso del rey sol y lo describieron exhaustivamente.

En "La muerte de Luis XIV" no hay vistas espectaculares de Versalles ni intrigas de palacio, fuera de la pugna entre los médicos del rey, a cual más impotente en la lucha por frenar la gangrena que avanza inexorablemente desde su pie izquierdo.

La cámara de Serra captura sin inflación expresiva el tránsito a la muerte en imágenes que evocan la pintura barroca por el manejo de la luz o el lenguaje alegórico, como el impactante contraste entre la pierna sana del rey y la necrosada que ya no pertenece al mundo de los vivos.

La música apenas está en lo indispensable, o como eco lejano de otras salas del palacio y de una vida que ya casi se ha ido.

En sus filmes anteriores el catalán había usado actores no profesionales. Esta vez recurrió a actores de cine y teatro, encabezados por Patrick d'Assumçao, en el papel del médico Fagon, Marc Susini (Blouin) y la francesa de origen ruso Irene Silvagni, impactante en una Madame de Maintenon de riguroso luto, práctica que se había vuelto permanente en aquella corte crepuscular.

"La muerte de Luis XIV" deja además una devastadora pintura de la medicina de la época que ya inmortalizara Molière, desde las discusiones casi filosóficas sobre el tratamiento real hasta la cruda autopsia final, pasando por la charlatanería de un médico (Vincenç Altaió), llegado de Marsella con un elixir tan mentado como ineficaz.

ltl/jz

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