Cómo un concurso te puede cambiar la vida (para bien o para mal)

  • Ganar un concurso, de televisión o no, suele ir más allá de los premios, la fama y la fortuna. El cine ha reflejado un sinfín de historias en las que ser el concursante vencedor se lleva, de regalo, un cambio de vida. Aunque este no siempre es para mejor. Para la protagonista de 'La chica más feliz del mundo' ganar un coche a través de unas etiquetas de zumo es todo un problema.
'La chica más feliz del mundo' no lo parece
'La chica más feliz del mundo' no lo parece
lainformacion.com
M. J. Arias

El verbo ganar está cargado de connotaciones positivas, aunque a veces triunfar sea más una cruz que una bendición. Pero sea para bien o para mal, lo cierto es que ser el mejor en un concurso siempre le cambia la vida a quien lo logra. El premio, casi es lo de menos. No importa si es un coche -como en el caso de la protagonista de La chica más feliz del mundo (que se estrena esta semana)-, dinero o una corona de la belleza. Sea cual sea, siempre tiene implicaciones.

El regalo envenenado es un clásico de las películas de concursos. Uno de estos es el que le toca a La chica más feliz del mundo. La adolescente protagonista de la historia gana un coche habiendo mandado tres etiquetas de un zumo y es seleccionada para grabar un anuncio para la televisión. Lo que no sabía es que la recogida del premio se complicaría tanto. El principal problema radica en que sus padres quieren vender el automóvil y ella prefiere quedárselo. Una discusión familiar que va ganando en grados a medida que avanza la película mientras el rodaje del spot sufre complicación tras complicación. Está claro que el título está cargado de ironía, como toda la película.

Al final, en La chica más feliz del mundo el premio y el concurso no son más que una excusa para reflejar un problema familiar y social. No lo es tanto en el caso de Concursante, el primer largo como director de Rodrigo Cortés. El personaje de Leonardo Sbaraglia ganaba el mayor premio de la historia. La alegría lo desborda, pero con lo que no contaba era con los gastos que un premio así puede generar. Que si el seguro del coche, la mansión, el avión… Y luego está Hacienda, que no perdona una. Del cielo al infierno en cuestión de días. Todo contado con un humor muy negro.

Aunque tampoco hay porque ponerse siempre en lo peor. Ganar no tiene porqué ser malo. A Julianne Moore, por ejemplo, le iba bastante bien en La ganadora. De hecho, esta película está basada en una historia real. La de una mujer que se dedica a participar en todos los concursos habidos y por haber para mantener a su familia con los premios que obtiene. Vale que su marido (Woody Harrelson) no llevaba demasiado bien que fuese ella la que llevase el dinero a casa, pero a ella lo de jugar y ganar se le daba bastante bien y le hacía feliz.

Las trampas no son buenas consejeras

Los coches, las casas o los carros de la compra llenos a rebosar están bien, pero lo que de verdad motiva a muchos es el dinero. Por eso competían en Quiz Show. Aquella película sobre un amañado concurso de televisión protagonizada por John Turturro y Ralph Fiennes y que dirigió Robert Redford. El primero ve como su vida cae en picado por culpa de las audiencias. Un hombre normal y corriente que se convierte en una estrella de la televisión hasta que la gente se aburre de él. Eran los años cincuenta. Entonces los productores le 'obligan' a fallar una respuesta y en su pedestal colocan a otro, que también aprovecha el amaño para ganar fama y gloria. Por mucho que intente autoconvencerse de que las razones son más loables.

Eso sí, las trampas se pagan y no pueden durar eternamente. Por ellas es por lo que toca fondo James McAvoy en Un chico listo. Accidentalmente cae en sus manos la última pregunta y respuesta de una competición de sabelotodos y un desliz le deja en evidencia. El mismo formato, el de preguntas y respuestas es el que exprime Danny Boyle en la aclamada Slumdog Millionaire. Aunque lo que menos le importe al chico protagonista son las rupias en juego o la fama. Él lo que quiere es aprovechar el concurso del que su amor de toda la vida es fan para llegar hasta a ella. No se lo van a poner fácil, ni siquiera el presentador (la versión india de Carlos Sobera).

Por amor (platónico) participa Kate Bosworth en un concurso para conocer a su ídolo, el actor Tad Hamilton, al que interpreta Josh Duhamel en El chico de tu vida. Gana, le conoce y se enamoran. Después entra en liza el amigo de toda la vida (Topher Grace), eterno enamorado en la sombra, y ella se da cuenta de que en realidad es a él a quien quiere. Vamos, que tiene que ganar un concurso para darse cuenta de que tenía al amor de su vida al lado.

Cuando la belleza es determinante

Algunos concursos tienden a la superficialidad. Sobre todo cuando en lugar de premiar a alguien por sus conocimientos se le aplaude por su físico. Pasa en los certámenes de belleza, aunque en algunas películas buscan a ir un poco más allá de la cáscara. Dos ejemplos podrían ser Pequeña Miss Sunshine y La prima cosa bella. En la primera una adorable niña, no precisamente la más agraciada del barrio, inicia un periplo con toda su familia para ser coronada reina de la belleza infantil. La pobre lo pasa bastante mal, aunque aprende lecciones de vida importantes. Adulta es la ganadora de un certamen de 'Miss' un verano cualquiera en La prima cosa bella. Lástima que el ser elegida la madre más guapa del balneario desencadenase una tragedia familiar. Todo por los celos del marido.

La historia del patito feo que se convierte en cisne es un clásico de las coronaciones de reina y rey en el instituto. A veces, como le ocurrió a Sandra Bullock en Miss agente especial esta llega a una edad madura. En esta la ganadora de un Oscar pasó de ser una especie de marimacho con entrecejo a una bella chica digna de la corona. ¿En qué le cambió la vida? Básicamente en que consiguió novio y los chicos de su unidad nunca volvieron a mirarla igual. Hubo hasta segunda entrega.

Más o menos en la misma línea se mueven los concursos de bailes. Léase, por ejemplo, Dirty Dancing, Step Up y Hairspray. A todos los protagonistas les cambia en algo su existencia tras pasar por delante de un jurado. La niña rica que se rebela contra su familia por amor y amistad. El chico humilde y problemático que descubre el baile como salida de las calles. Y la chica rellenita que cumple su sueño televisivo. A todos su arte con los pies les da un espaldarazo en la vida.

¿Y si el premio fuese una herencia?

En Charlie y la fábrica de chocolate el juego que se plantea es mucho más complicado que en cualquier de las anteriores historias. Porque en el cuento de Roald Dhal –llevado al cine en 1971 y 2005– no basta con ser inteligente, más o menos mono o tener un talento natural. En este concurso por ser el heredero del imperio de las chocolatinas Wonka hay que conseguir camelarse al excéntrico chocolatero. Algo que no es fácil. Con esta premisa, tanto el libro como las dos películas, plantean una serie de pruebas que deben ir pasando los chavales aspirantes al trono de azúcar. Esos que previamente han tenido la suerte de comprar una chocolatina premiada con un billete dorado. El que gane tendrá golosinas gratis por siempre y la vida resuelta, ya que heredará una fábrica próspera que casi se gobierna sola. Bueno, más bien gracias a los oompa loompa. Pero ellos también van en el paquete.

Mostrar comentarios