De estrellas de cine en Kabul a solicitantes de asilo en Francia

Eran estrellas en Afganistán, donde el cine provoca odio y violencia entre los más conservadores. Ahora, Marina y Noorullah van saliendo adelante de a poco en Francia, donde han solicitado asilo. Su agitado destino es una metáfora de su país, arrasado por tres décadas de guerra.

Marina Golbahari, de 24 años, sólo tenía 10 cuando fue descubierta en Kabul a finales de 2001, después de que los talibanes fuesen expulsados del poder por una coalición internacional.

La vendedora de revistas, a cuyo padre habían matado los talibanes, se convirtió en heroína de la película "Osama". En la misma, Marina interpretaba a una niña que se disfrazaba de chico durante el mandato de los talibanes, cuando estaba prohibida la presencia de muejeres en las calles.

El largometraje ganó un Globo de Oro (premio otorgado por la prensa extranjera en Hollywood) en 2004. Marina Golbahari, de chispeante mirada, se coronó como musa del séptimo arte afgano. Encadenó películas y premios internacionales. "El cine es mi vida", confía. "En una película, puedo decir todo sobre mi pueblo", añade.

Noorullah Azizi, su marido, pasó su infancia en Pakistán, donde viven dos millones de afganos que huyeron de su país, en guerra desde 1979.

Noorullah, de 28 años, recuerda su juventud viviendo en la pobreza, las noches pasadas "bajo una tienda" y su trabajo "de obrero en una fábrica de zapatos". De vuelta a Kabul, trabajó en mil oficios antes de convertirse en actor de series populares.

De mandíbula cuadrada y músculos marcados, ha encarnado a policías y soldados que luchaban contra los talibanes. "Era feliz. Lo tenía todo", dice. Principalmente, la gloria.

A Marina la conoció por Facebook y, con ella, llegó el amor. La familia de Noorullah, de etnia pastún, no acudió a la boda el pasado septiembre. "Se avergonzaban de mi mujer por que es una actriz a la que todo el mundo puede ver en fotos".

La situación empeoró rápidamente. Una imagen de Marina con la cabeza descubierta en un festival de Corea del Sur causó polémica.

En su pueblo natal, en la provincia de Kapisa, "el imán dijo: '¡no hace falta que ella vuelva!'", cuenta Noorullah. "Lo que quería decir: 'hace falta que muera'", aclara.

Las amenazas y los insultos por teléfono se multiplicaron e incluso les lanzaron una bomba, que no explotó, en su jardín. La pareja se mudó tres veces de vivienda. A mediados de noviembre, tomaron un vuelo a Nantes (oeste de Francia), donde Marina participaba como jurado en un festival.

"Nunca habíamos pensado en quedarnos", asegura Noorullah, señalando las maletas medio vacías. "No trajimos muchas cosas".

Pero sus familias, también amenazadas, les prohibieron regresar. La pareja se vio obligada a pedir asilo en Francia.

"Cuando uno es actor o actriz en Afganistán, o está implicado en una película, se le acusa de ser infiel. Siempre estamos en peligro", lamenta Siddiq Barmak, director de "Osama", refugiado en Francia desde hace un año.

Desde que la coalición internacional abandonara Afganistán a finales de 2014, se ha expandido una ola de "conservadurismo religioso" por el país, y "no únicamente entre los talibanes", explica.

La seguridad ha empeorado y casi 3.700 civiles han muerto en Afganistán a causa del conflicto en 2015, según la ONU. Un récord en la última década.

Esto ha propiciado un éxodo masivo, principalmente de la "burguesía" de Kabul, según la Oficina Francesa de Protección de los Refugiados y Apátridas (OFPRA). En 2016, los afganos son los más numerosos en pedir asilo en Francia, señaló su director, Pascal Brice, agregando que la OFPRA "accede generalmente al 80% de sus demandas", por la amenaza que suponen los talibanes.

De momento, Noorullah y Marina han sido trasladados a una residencia para solicitantes de asilo en Dreux, al oeste de París. La ventana de su pequeña habitación da a un techo colmado de residuos.

Tras haberse planteado el suicidio, Marina se ayuta tomando antidepresivos. "Soñaba con vivir en Francia. Pero no así", solloza.

En Dreux, la pareja teme, particularmente, a sus compatriotas afganos. "Sobre todo, no deben reconocer a Marina", murmura Noorullah, que encierra a su esposa con llave para evitar cualquier intrusión.

"Antes, soñaba con el futuro", cuenta Marina. "Ahora, no hago más que mirar mi pasado", se lamenta.

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