Nuria Espert estremece con la impudicia y degradación moral de "La loba"

  • Concha Barrigós.

Concha Barrigós.

Madrid, 20 abr.- La impudicia moral que exuda la ralea que Lillian Hellman retrata en "La loba" ha encontrado esta noche en Nuria Espert su perfecta gárgola, una emisaria de los que hace más de cien años afilaron sus dientes en las gargantas de los pobres y engendraron un sistema de depredadores sin fronteras.

Los 85 minutos de crónica de degradación moral de una estirpe, de una clase y de un país que dirige Gerardo Vera, ex director del Centro Dramático Nacional (CDN) con un texto adaptado por Ernesto Caballero, actual responsable, han sido rematados por el público del María Guerrero con varios minutos de aplausos y bravos dedicados, especialmente, a la actriz y directora catalana.

Ella ha recogido el tributo de reconocimiento junto al resto del entregado elenco: Carmen Conesa, Víctor Valverde, Héctor Colomé, Ricardo Joven y, especialmente, Jeanine Mestre, a la que el auditorio ha aplaudido fervorosamente al final y al término de la escena en la que confiesa que en 22 años no ha sido feliz "ni un día entero".

Espert (Hospitalet de Llobregat, 1935), que vuelve al teatro tras "La violación de Lucrecia" (2010), se ha desenvuelto por el escenario, con una naturalista propuesta del propio Vera y un vestuario de época de Franca Squarciapino, con la seguridad de conocer cada secreto del alma de Regina Hubbard y "dando mucho asco" con su "horripilante" supuración de mal, como ella deseaba.

Sin embargo, en una de sus subidas por las escaleras, mientras increpaba a su marido (Valverde), se ha enredado con la larga bata que luce en esa escena y se ha caído, aunque ella ha seguido con su parlamento y sin dar señal de que hubiera tenido ninguna consecuencia, como efectivamente ha resultado, según han informado a Efe fuentes del teatro.

La actriz, una admiradora del trabajo de Bette Davis en la película de Billy Wilder, ha preparado su papel, a diferencia de lo que suele hacer, de una forma "muy directa" porque su personaje no oculta nada: enseña todas las terroríficas y horrendas cartas que ha ido eligiendo desde que "de pequeña" se propuso tenerlo "todo", pasando por encima de propios y extraños.

"Los ricos no tienen por qué ser sutiles", dice y ahí sienta los reales de una clase "ordinaria" y "explícita", convencida de que su baño de "azúcar glasé" oculta el hedor de su impudicia.

Su personaje levanta ampollas en el alma, porque esta sexagenaria ambiciosa, perversa y resentida, -"tuve la desgracia de nacer mujer", dice-, concentra "la codicia que está en todo lo que está pasando en la actualidad", según ella misma explicaba en la presentación de la obra.

La autora hostiga sin piedad la ambición desmedida y la falta de escrúpulos de los voraces especuladores que tras la Guerra Civil estadounidense se lucraron, fundamentalmente, con la industria algodonera.

"Uno debería ser o negro o millonario. Estar en medio, como nosotros, es una tristeza", dice el personaje de Espert y lo dice con la frivolidad de una "Escarlata O'Hara" que estuviera comentando lo molestos que son los mosquitos.

Vera, precedido por el éxito de "Agosto", ha trabajado casi más los silencios que los diálogos -muy rebajados de localismos y retórica por Caballero- porque, según revelaba, "los personajes se miran como les da la gana, aunque no digan todo lo que quieren decir".

Son personajes creíbles, llenos de ambición, desprecio por los pobres, "los negros" y los débiles de voluntad, "como si serlo fuera una enfermedad contagiosa", que al mismo tiempo que definen el fin de una época en la historia americana descubren en qué se sustenta la actual crisis.

"'La loba' es una de las cosas más preciosas que he hecho en mi vida", decía Espert esta semana, segura de que la codicia que tan bien retrata "es el motor que mueve lo que está sucediendo en la actualidad".

La obra, que estará en cartelera hasta el 10 de junio y para el que ya hay muchas sesiones agotadas, tiene, decía la actriz, claras reminiscencias chejovianas en sus trazos, con los que se compone un gran mural de las clases adineradas del Sur en los primeros años del siglo veinte.

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