El psicoanalista de Borges se llamaba Miguel Kohan Miller

  •  ¿Paranoia o genialidad? El psicoanalista de Jorge Luis Borges conoció los secretos del genial escritor.
David González / Aviondepapel.tv
David González / Aviondepapel.tv

La afirmación de que Borges era un paranoico es untanto arriesgada. Sus mitómanos no perdonarían la infamia y sus detractores lasumarían al desprecio de recordar su célebre frase que unía como sinónimosdemocracia, superstición y estadística.

Anotar en una biografía del autor de Ficciones, El Aleph o El libro de Arenaciertas obsesiones -complejos de inferioridad o de Edipo, celos fraternos deNorah Borges, dependencia de su madre Leonor o conducta narcisista defensiva-sería algo simplista (¿o apócrifo?). Porque si de verdad existía una obsesiónpara Borges, según se desprende de sus palabras y escritos, era única eirrenunciable.

Borges –y esto puede admitirse también comosuposición- deseaba ser BORGES, con mayúsculas. Borges no quería que leyéramossus libros, sino a Borges. Para ello, irremediablemente, tuvo que espiarse a símismo.

Ya en una de sus célebres sentencias puede resumirsesu vida: “Siempre imaginé que el paraíso sería algún tipo de biblioteca”.

Así sea: un deseo hecho biografía, puesto queBorges, hijo de un abogado con expectativas frustradas de escritor, crió susinquietudes bajo el bilingüismo (hablaba inglés y castellano). Aprendió francés,latín, alemán y, a lo largo de su vida, otros tantos idiomas. Enuncian susbiógrafos que a los 10 años tradujo a Oscar Wilde y, posteriormente, soncodiciadas sus traducciones de Chesterton, Poe, Wolf, etc.

Borges, por tanto, suponemos que optó por una vidaquijotesca de vivir en los libros lo no vivido en su día a día. De nuevorescatamos palabras de Jorge Luis Borges. Fueron pronunciadas en unaconferencia de 1971, en Londres: "Yo tenía, de niño, tres espejos enormesen mi habitación, y sentía por ellos un miedo profundo porque (...) me veía amí mismo triplicado, y tenía mucho miedo al pensar que tal vez las tres formascomenzaran a moverse por su cuenta".

Así, el sueño se hizo realidad. Borges primerovigiló a los clásicos en versión original, tradujo sus palabras y, finalmente,cuando el Borges lector se convirtió en escritor, un día el reconocimientointernacional le tocó en el hombro –aunque a su pesar no le otorgaran el PremioNobel-. Renegó entonces de sus primeras obras y revisó concienzudamente susmúltiples reediciones.

Espía de sí mismo

Llegó, entonces a un espionaje de sí mismoinigualable. Incluso cuando sus ojos se apagaron a causa de una cegueraheredada de su padre, Borges seguía escuchando su

Literatura bajo el cobijo delas lecturas de su madre y luego bajo la atención de su viuda María Kodama.

Espiar, perfeccionar, espiar. El perfeccionismoaplicado a uno mismo es un defecto que los acérrimos de Borges lo extremanhacia la virtud. Por eso, quizás, el texto más indicativo de su peculiardelirio, en el que desde el propio título nos enseña qué postula, sea Borges y yo: “Yo he de quedar en Borges,no en mí (si es que alguien soy), pero me reconozco menos en sus libros que enmuchos otros o que en el laborioso rasgueo de una guitarra”.

Borges, el hombre, narra sobre Borges, el escritor.¿Estilo u obsesión? ¿Originalidad o influencia cervantina? Difícil responder,puesto que la literatura de Borges es miniatura, juega con su propio juego,sueña lo soñado, incluye en la brevedad un universo o el infinito de todas lasliteraturas.

¿No sería que Borges, vigilante de sí mismo -“de unmodo vanidoso”, como cita en Borges y yo-conocía sus propios límites? ¿Y no son los géneros el límite más óptimo paracrear una sólida estructura narrativa?

¿Quién era Borges?

Borges ocultaba a Borges bajo un sutil disfraz. Elescritor argentino –además de la poesía y el ensayo- se universalizó por suscuentos fantásticos, en los que introducía inalcanzable erudición: metafísica,matemáticas, filosofía... El género fantástico tiene algo de fronterizo, en elque a un lado y a otro, lo cotidiano y la posibilidad (o la locura) convergen.

Borges nunca escribió una novela. Ese fue su límite.Su obsesión era otra. Porque a quién no le hubiera gustado contemplar a Borgesen su infinita biblioteca. Y no releyendo a los clásicos, sino revisando, porejemplo, su texto Agosto, 25, 1983,en el que Borges entra en un hotel y se descubre a sí mismo, más viejo y apunto de suicidarse.

Quizás la revisión de esta narración por parte deBorges –la escena en su biblioteca- fuera la mejor metáfora que describiría alescritor que se siente autovigilado: espiaba al Borges escritor, al Borgesnarrador de dicha historia, al otro Borges personaje que se suicidaba ante supropio yo, a los dos Borges que se soñaban...

¿Paranoia o genialidad? Imposible responder, quizáslo supiera Miguel Khoan Miller, psicoanalista que lo trató durante tres años,según detalla el amor imposible de Borges, Estela Castro, en su polémico libro Borges a contraluz. De esas sesiones sepodría haber extraído muchas huellas de lo que posteriormente plasmó en suobra. Sin embargo, el secreto de que Borges se sometía a psicoterapia contrastacon otras afirmaciones.

“Muchos críticos se empeñan en que Borges era unobsesivo”, nos comentaba su viuda y albacea María Kodama a un grupo deperiodistas recientemente. “Borges era muy lúcido, muy crítico. Corregíacontinuamente. Su obra nunca era definitiva”, decía Kodama.

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