Una sastrería de Brooklyn se transforma a través de su clientela LGBT

Es la historia de una metamorfosis: la de una sastrería para hombres de negocios que se convierte en una pujante empresa de corte y confección gracias a su clientela LGBT.

El artífice de esta transformación se llama Daniel Friedman, y es un estadounidense-canadiense de 37 años que no es ni gay ni transgénero, y al cual nada predisponía a trabajar en el mundo del corte y la confección si un saturnismo tardío -una enfermedad crónica producida por la intoxicación causada por sales de plomo- no lo hubiera obligado a renunciar a sus sueños de arquitecto.

En unos meses, este pequeño hombre lleno de energía quedó incapacitado para leer y escribir. Y como amaba los trajes y el diseño, decidió en 2011 abrir un atelier, Bindle & Keep: con medidas, patrones y ajustes hechos en Nueva York, fabricación en un pequeño taller cerca de Bangkok y como clientela, el mundo de Wall Street.

"Cuando hacía mi plan de negocios, pensaba que eran ellos los que necesitaban trajes: tenían dinero para eso y siempre estaban buscando uno nuevo", recuerda.

Pero a fines de 2012, contrató a un aprendiz transexual, Rae Tutera. Y éste comenzó a hablar del atelier en su blog, muy seguido en la comunidad gay y trans. Y las mujeres que se visten de hombre y personas transgénero comenzaron a golpear a su puerta.

"Al comienzo no sabíamos mucho cómo tomarlo", reconoce Friedman.

El casamiento gay aún no era legal en Estados Unidos -lo sería en junio de 2015- y se hablaba todavía poco de las personas transgénero, pero Friedman se dio cuenta rápidamente de que la sensibilidad era un factor clave.

"Hacemos como todos los talleres de confección: tomamos las medidas del cuerpo y cortamos el traje. Pero en lugar de preguntar a la clientela '¿Qué estilo le gustaría?', preguntamos '¿Cómo le gustaría sentirse?'".

"Hay un elemento de terapia, psicológico, que integramos en la fabricación del traje y que muchas empresas ignoran", dijo. "Muchas personas luchan con su cuerpo, se sienten incómodas en su ropa (...) Un 50% de nuestro trabajo es probablemente la empatía".

En noviembre de 2013, su nueva clientela atrajo la atención del diario The New York Times. "En esa época pensábamos que solo hacíamos eso para ganar clientes y que todo el mundo estuviese contento (...) Pero el día que se publicó el artículo, abrí mi correo electrónico y había 300 mensajes del mundo entero".

Entre ellos, el de una madre parisina. "Decía que sospechaba que su hijo quería cambiar de identidad sexual y nos agradecía que existiéramos, porque gracias a nosotros ella pensaba que todo saldría bien (...) Fue ahí que comprendí que no todo era un negocio" y que "lo que hacíamos era verdaderamente importante".

Ashley Merriman, una de sus clientas, lo confirma. Esta chef de un restaurante conocido de Manhattan descubrió el atelier en el verano boreal pasado, cuando quiso hacerse su primer traje para su casamiento con otra chef.

"Hace más de 20 años que me visto de hombre", explicó Merriman, de 40 años. "Había escuchado hablar de este atelier pero nunca fui más lejos. Hasta el día que decidí casarme y comencé a tener dudas sobre lo que vestiría".

Fue entonces que empujó la discreta puerta de Bindle & Keep, en un barrio de depósitos de Brooklyn. Y encontró "la experiencia formidable, de principio a fin".

No solo porque halló para sus 1,80 metros "finalmente ropa que me va perfectamente" y que la hace sentir "mucho más confiada". Sino también por la "generosidad" y "sensibilidad" de Daniel Friedman, que no duda en hacerle preguntas íntimas para el ajuste del traje, como por ejemplo si se comprime el pecho.

"Que Daniel no pertenezca a nuestra comunidad pero haya hecho todos estos esfuerzos para trabajar para nosotros (...), aprender nuestro vocabulario, muestra realmente un gran corazón", dijo.

La opinión es compartida por miles de clientes del atelier, incluidos cientos en el extranjero, de Australia a Japón, pasando por Europa.

El atelier emplea actualmente a siete personas y su facturación anual supera el millón de dólares, según Friedman, que se apresta a abrir una segunda tienda en Los Angeles, y luego quizás otras en Chicago y Canadá.

El sastre dice haber encontrado una razón de vida y alienta a otras empresas a apostar por "la apertura mental".

"Somos la prueba de que no necesitamos ser miembros de una comunidad para servirla. Si otras empresas en otros sectores observan lo que hemos hecho, verán que rinde, ¡y no es ni tan loco ni tan difícil!".

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