Madrid disfruta por fin de la crueldad refinada de Portishead

  • Javier Herrero.

Javier Herrero.

Madrid, 18 jul.- En el arte del sadismo tan importante es saber cuánto dolor infligir como cuándo envolver el cuerpo en gasas en pos de esa crueldad refinada que Portishead alcanza en cada uno de sus conciertos, también esta noche en su estreno en Madrid, en el año en que se cumplen dos décadas de un disco histórico.

Ninguno de estos dos hechos singulares ha conseguido que los de Bristol se desviasen un ápice del espectáculo que llevan años presentando, por ejemplo, en el festival Low Cost de Benidorm (Alicante) en 2013, pero, como entonces, su precisa mezcla de placer y dolor ha embargado a los más de 12.000 asistentes al Palacio de los Deportes, con la pista llena como hacía tiempo que no se veía.

Con "Dummy" (1994), álbum galardonado con el Mercury Prize, no nació el trip hop, estilo a medio camino entre el house y un hip hop aferrado a sus raíces jamaicanas, pero sí fue un hito que hoy ha seguido mostrándose excepcionalmente vivo y moderno, aunque la capital española haya tenido que esperar 20 años para disfrutarlo.

Y aunque "Dummy" sigue siendo el que más suspiros arrebata al respetable, la banda sigue sin otorgarle más protagonismo que a "Third" (2008), su tercer álbum, a la espera de un cuarto que nunca llega.

Entre tanto, ahí siguen encima de los escenarios estos embajadores del trip hop, prodigándose lo justo para hacer buena la máxima de que "lo poco agrada", con un espectáculo que alterna sabiamente momentos de tensión electrónica lacerante y otros más dulces y sensuales, gracias sobre todo a la elegancia de su cantante.

Con la melena rubia suelta, vestida de la manera más sencilla, toda de oscuro, con unos pantalones pitillo y una camiseta, Beth Gibbons mantiene intacta la glotis aún rebasado el medio siglo de edad, elevando temas emblemáticos como "Glory box".

Tras el consabido arranque con "Silence", su voz se funde con el resto de los instrumentos en "Nylon smile", adquiriendo tintes oníricos, mientras que en "Mysterons", recibida con júbilo, la vocalista se hace con todo el protagonismo al entonar aquel lamento de "All for nothing, did you really want".

Es este tema un claro ejemplo del depurado arte que se esconde tras el éxito de Portishead, con un largo pasaje instrumental en el que la electrónica cobra una dimensión dramática al ritmo de unos visuales esquizoides, estirando la angustia y el estrés musical hasta el límite que permite la exquisitez.

El alivio lo pone "The rip", que arranca simplemente con una guitarra y Gibbons en su vertiente más delicada, para dejar después que se les una el resto de la banda y la melodía coja sustancia, como un cielo que se abre de improviso, en una de esas dinámicas sorprendentes que les caracterizan y que a menudo rematan con un final inesperado, que corta la respiración.

¿Por qué esas letras que en cualquier otro podría resultar manidas escuecen como nada cuando salen de la boca de Gibbons? "Nadie me quiere, es cierto, como tú lo haces", canta en "Sour times", y el público rompe en aplausos.

Así discurre la velada, entre la agresividad de temas como "Magic doors" y la introspección de otros como "Wandering star". La cantante se sienta en un taburete, dando el costado a la gente, se hace un ovillo y se oculta el rostro con el pelo. No importa que parezca cantar para ella misma, porque su soliloquio conecta con el recinto entero.

No todo son desamores y lujuria. La violencia de "Machine gun" se hace especialmente pertinente ante los conflictos bélicos de Ucrania y Oriente Medio, con una caja de ritmos que, azuzada por los golpes de su amo, parece electrónica orgánica, antes de que el tema se resuelva con un mensaje optimista perfectamente coordinado con un amanecer de fondo.

El violento "scratching" de los platos en "Over" y "Cowboys" permiten escuchar por lo menos un par de temas de "Portishead" (1997), el segundo y olvidado disco, y entre medias afloran en el palacio las estrellas y la sensualidad de "Glory box".

"Give me a reaaaaaasoooooon", susurra Gibbons, aunque sobren las razones para que suene. Se apagan las luces en favor de los focos morados, la canción entra en una zona de emoción desatada. Se celebra el hostigamiento, las distorsiones, esa mezcla de placer y dolor que se subrayan mutuamente.

"Threads" y "Chase the tear", el tema más reciente editado por la banda, de 2009, llevan el concierto hasta los bises, donde aún quedan dos paradas importantes, sobre todo la de "Roads", gran clásico de "Dummy". Después, Gibbons repite el guión de su concierto en Benidorm para estrechar manos al compás de "We carry on".

"Muchísimas gracias", dice de una forma tan simpática y honesta que es imposible no quererla. "Muchas gracias, Portishead", responde Madrid con sus aplausos, mientras se lame con gusto las heridas.

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