El guardián de urnas olvidadas en la "noble" oficina del metro de México

El tiempo que Donovan Alvarado pasa en el metro de Ciudad de México para ir de su casa al trabajo, lo pone "quisquilloso": sabe que hay gente tan distraída que es capaz de olvidar hasta una urna, como las dos con cenizas que guarda en su oficina.

Al final de un pasillo gris del metro Candelaria de Ciudad de México, por el que a diario pasan 5,5 millones de personas, hay una lúgubre oficina en la que se usan teléfonos de la década de 1980 para localizar a los dueños de los dos millares de objetos que se olvidan en promedio por año en los vagones.

Pero el ambiente no deprime a Donovan Alvarado, que lleva seis años trabajando en el departamento de Objetos Perdidos del metro -el único en el laberinto subterráneo de 195 estaciones- y casi uno y medio dirigiéndolo.

"La satisfacción que nos da a nosotros como área el poder regresar un objeto a su dueño, no se paga con nada, ese agradecimiento de la gente que viene con lágrimas en los ojos (...) no tiene precio, de verdad, es una oficina tan noble", comenta remarcando cada una de esas palabras.

Vestido con una impecable camisa blanca, saco azul marino con el logotipo anaranjado del metro y una brillante corbata roja, este hombre atlético de 40 años, de más de 1,80 metros de altura, muestra con orgullo la polvorienta bodega que apenas tiene luz.

Aquí, bajo llave, guarda muchas muletas, una veintena de bicicletas, un número altísimo de zapatos, mochilas, decenas de credenciales, celulares, ropa, carriolas, juguetes y un largo etcétera.

Para él, entre todos esos olvidos, los que tienen más valor son lo que están en lo alto de uno de los anaqueles grises de metal: dos urnas con cenizas y que llegaron a la bodega entre diciembre y enero pasados tras ser encontradas en los vagones.

Las pequeñas placas plateadas que cada una tiene indican a quién corresponden.

Una guardaría los restos de la bebé Rebeca Menes Pérez, que nació el 14 de septiembre de 2010 y murió el 8 de marzo de 2014.

Su urna, de madera oscura y barnizada, está adornada con dos calcomanías de plástico de corazones rojos con puntos blancos que fueron pegadas a los costados de un pequeño ángel de metal, al que le sobresalen las alas.

La otra, del mismo material y con las esquinas algo quemadas, guardaría los restos de Gustavo Guerra Orduña (1973-2000), según dice la inscripción.

Donovan, un exreportero y extrabajador de Comunicación Social del gobierno de Ciudad de México, ha colocado una imagen de Jesús detrás de las urnas porque "somos católicos (...) para que sus almas estén tranquilas".

En la misma repisa hay otras dos urnas, que llegaron a la oficina de Donovan vacías, tal vez porque "nunca fueron usadas para guardar restos".

Recurriendo a Facebook y a los viejos directorios telefónicos de Ciudad de México -que dejaron de imprimirse años atrás-, Donovan y sus dos asistentes han tratado de localizar a los familiares del joven y la niña.

Cree hace poco haber dado con los familiares de Rebeca y Gustavo, y acudió al Registro Civil, pero le negaron más pistas debido a la Ley de Protección de Datos Personales.

También está empeñado en localizar al dueño de un pasaporte estadounidense que exhibe con emoción ante el número de sellos que tiene, y a una pareja que conoce sólo por la enorme foto del día de su boda que olvidaron en algún vagón.

Entre los fracasos para localizar a los olvidadizos, recuerda varios casos exitosos, como el de un señor que olvidó un expediente médico que indicaba que padecía un tumor cerebral y que requería una operación urgente.

"¡Tenía hasta la orden de hospitalización! Así que lo busqué. El señor vivía en Baja California Norte (noroeste) y después de varias llamadas logré ubicar a uno de sus familiares que le notificó que su expediente estaba aquí. El señor vino y con lágrimas en los ojos me bendijo veinte mil veces", narra emocionado.

Por ley, Donovan debe guardar por seis meses todos los objetos antes de donarlos, pero algunos, como las urnas, las conservará en la bodega "el tiempo que sea necesario".

"Me gustaría regresárselas a sus familiares. No lo descarto", comenta mientras las observa repasando las historias que ha creado para explicar esos increíbles olvidos.

Basado en la fecha de las muertes que indican las placas, Donovan cree que los familiares de esos muertos usaron el metro cuando trasladaban las urnas de algún nicho a una casa y que las olvidaron, tal vez, invadidos "por el dolor" de volver a tener los restos de sus seres queridos en las manos.

Por eso, en los 90 minutos que pasa a diario en el metro para trasladarse al trabajo y volver a su casa, va "hasta quisquilloso", muy atento "a que nadie olvide nada, porque nunca se sabe que pueden olvidar" los apresurados usuarios.

Mostrar comentarios