Indy 500 y GP de Mónaco: un difícil puente sobre el Atlántico

Con cuatro horas de intervalo, dos míticas competencias del automovilismo, las 500 Millas de Indianápolis y el Gran Precio de Mónaco de Fórmula 1, se lanzarán el domingo, pero el puente sobre el Atlántico es difícil de construir porque estos dos campeonatos parecen estar en dos planetas diferentes y a años de luz de distancia.

Entre el óvalo más célebre del mundo, escaparate de la Serie Indycar -el campeonato más popular de monoplazas de los Estados Unidos- y el legendario circuito urbano del Principado europeo, evento bandera de la Fórmula 1, pocos pilotos encuentran puntos comunes.

"En F1, hay que estar justo en el mejor coche. Cuando estuve a punto de llevarme el título (con la escudería Williams), estuvimos próximos durante toda la temporada, pero no tenía un Ferrari con el que podía dominar. Comprendí que para ganar en F1, independientemente de tu nivel, usted tiene que estar en el lugar correcto en el momento adecuado", sugiere el colombiano Juan Pablo Montoya, que cortó sus lazos con la F1 en 2006.

Montoya quedó en tercer lugar de la clasificación general del campeonato mundial en 2002 y 2003, y aún posee el récord de la vuelta más rápida de toda la historia de la Fórmula 1 en el Gran Premio de Italia de 2005 (372,6 km/h).

Para los estadounidenses, amantes del suspenso y situaciones dramáticas, la impresión es que el rendimiento del coche es más importante que las habilidades del piloto, lo cual constituye una de las razones para el poco atractivo de la F1 en tierras del Tío Sam.

"Las audiencias televisivas en los Estados Unidos son muy bajas para la F1. La NASCAR (la disciplina de carreras de automovilismo más popular en los Estados Unidos, ndlr) es 20 veces más seguida", explica Eddie Cheever, antiguo piloto de F1 en los años 1980, campeón de las 500 Millas de Indianápolis (1998) y actual consultor para la cadena ESPN.

Pero para los pilotos que consiguieron poner un pie en una pista de Fórmula 1, no cabe en la cabeza irse de nuevo hacia los Estados Unidos, y el ejemplo es el mexicano Esteban Gutiérrez, que correrá en Mónaco en uno de los coches de la escudería estadounidense Haas F1 Team.

"Soy un piloto de Fórmula 1 y pretendo serlo por mucho tiempo", dijo Gutiérrez en Mónaco, mientras que su compañero de equipo, Sebastián Grosjean, parece interesado en correr uno de los potente autos NASCAR con la escuadra Stewart-Haas.

Gene Haas, patrón del equipo Haas F1 Team, avanza una explicación mucho más técnica al desamor americano por "el campeonato que más apasiona en el mundo", para citar una expresión de Cheever.

"La complejidad de estos coches y estos motores va más allá de todo lo que había imaginado", confiesa Haas. "Es fascinante también para los ingenieros, es un verdadero desafío, y yo era un poco ingenuo al respecto".

"Creo también que los aficionados no comprenden verdaderamente a qué punto el nivel técnico es elevado", explica.

En F1, los presupuestos son enormes (de 100 a 300 millones de euros al año), cantidad de dinero totalmente consagrada al desarrollo de los monoplazas, mientras que en la Indycar, todo el mundo tiene el mismo chásis Dallara y dos motores muy similares: Honda y Chevrolet, y los presupuestos son 20 veces menos elevados, por término medio.

Haas es tal vez el llamado a restablecer los contactos entre ambos lados del Atlántico. La primera piedra: la creación de su escudería. Por primera vez en 30 años un equipo americano participa en la F1. Pero esto no será suficiente.

"Más importante es tener un piloto americano que obtenga éxitos. En fútbol americano, seguimos primero a un equipo, y después a los jugadores. En las carreras de automóvil es lo contrario: seguimos primero al piloto", advirtió Cheever.

"También tiene importancia el huso horario, pero sobre todo la ausencia de un piloto americano. Hay que hacer como Red Bull. Es una inversión de cinco o diez años mínimo", insiste Cheever.

Spencer Pigot, de 22 años, debuta este año en la Indycar, y está totalmente de acuerdo con Cheever: "La F1 es un deporte enorme a nivel mundial. Sería genial formar parte de ello. Gene Haas abrió una puerta. Si él tuviera un piloto americano, la F1 sería más popular aquí en Estados Unidos. Es la próxima etapa".

Desde 1950, hubo sólo dos campeones mundiales estadounidenses en Fórmula 1: Phil Hill (1961) y Mario Andretti (1978).

"Cuando Mario ganó, el interés era muy elevado", recuerda Cheever. "Luego esto se desmoronó. No había más nadie".

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