Los refugiados afganos regresan como forasteros

Hace tres décadas que Mohamad Anwar se fue de Afganistán. Ahora regresa, como miles de refugiados afincados en Pakistán, pero con la amarga sensación de encaminarse hacia el exilio, a una patria de la que apenas tiene recuerdos y que sigue en guerra.

Pakistán acogió a millones de refugiados afganos como Anwar, que huyó de la invasión soviética cuando tenía siete años. Desde hace un tiempo ha decidido desentenderse de ellos y los incita a irse pese al riesgo de crisis humanitaria.

A su regreso, estos afganos engrosan el número de desplazados internos hacinados en unas ciudades desbordadas.

Anwar está desanimado y le cuesta entender lo que le está pasando. Se dispone a amontonar sus escasos bienes en un camión. Se va pero su corazón se queda en Peshawar, la ciudad del noroeste de Pakistán en la que creció.

"No podemos olvidar el tiempo que hemos pasado aquí, nos han tratado como a hermanos", declara a la AFP. "Hay que comenzar una nueva vida".

"Si Dios lo quiere volveremos", añade, mientras rellena un formulario de repatriación voluntaria en un centro de la Agencia de la ONU para los refugiados (Acnur).

Con el paso de los años, Afganistán pasó de la lucha contra los soviéticos a la guerra civil, y de la dictadura de los talibanes a la invasión estadounidense y a las ofensivas actuales de los insurgentes.

Continúa sin haber paz pero la hospitalidad paquistaní se acabó agotando. Las autoridades paquistaníes reforzaron los controles en las fronteras, sobre todo en Torkham, en Afganistán.

Según Acnur, el futuro para ellos era incierto en Pakistán, donde se multiplican los arrestos de extranjeros indocumentados.

Pakistán, que alberga millón y medio de refugiados registrados y alrededor de un millón de clandestinos, ha aplazado en varias ocasiones la fecha tope para la partida, pero muchos temen que la última anunciada, marzo de 2017, sea la definitiva.

Además, Acnur ha duplicado el dinero abonado a los que decidan irse, pasando de 200 a 400 dólares por persona.

Más de 200.000 refugiados han vuelto a Afganistán en lo que va de año. Casi la mitad de ellos (98.000) en septiembre, según Acnur, que ha constatado hasta 5.000 regresos diarios desde el 1 de octubre.

Por Torkham desfilan los camiones paquistaníes, con sus adornos extravagantes. En el interior transportan los bienes de las familias en tránsito: camas de madera, cofres, utensilios, pero también ganado ovino y bovino y vigas para reconstruir un refugio.

Hasta hace unos meses se podía cruzar esta frontera con sólo deslizar un billete de 500 rupias paquistaníes (4 euros ), sin ni siquiera documentos oficiales. Los contrabandistas estaban encantados, pero eso se acabó.

La construcción de una enorme barrera del lado paquistaní desató en junio enfrentamientos que se saldaron con cuatro muertos entre las fuerzas de seguridad afganas y paquistaníes, y provocó su cierre durante varios días.

"Ahora sería imposible que los afganos sin documentos la pudieran cruzar", asegura un responsable paquistaní.

Cerca del enrejado, un camión militar paquistaní transporta a varias decenas de afganos sin documentación que serán expulsados.

Una vez de vuelta en Afganistán, donde el avance de los talibanes ha desestabilizado varias provincias, muchos refugiados se sienten perdidos.

"La inseguridad hace que las familias que han pasado décadas en Pakistán no intenten necesariamente regresar a las regiones de las que se fueron en su día", explica Mohamad Nadir Farhad, un portavoz de Acnur. "Se sienten más seguras en Kabul, con mejor acceso a la educación, al empleo, a los servicios básicos".

Abdhul Rahman se fue hace más de 30 años con 12 familiares. Vuelve con 70 años, con un clan de 25. Es originario de Paktyia, en el este, una zona sometida a ataques de los talibanes. Se irá a otro lugar.

"La policía nos hostigaba, luego cortaron el agua y la electricidad en el campamento (de refugiados)... más valía irse" de Pakistán, resume este hombre con barba y turbante.

"Mis padres vendieron el terreno familiar cuando estaba en Pakistán. La familia se quedará en Kabul. Primero voy a evaluar la seguridad y ver si hay tierras que vender", explica en el centro de registro de Acnur, a unos 30 km de Kabul.

Kabul es una de las ciudades con más crecimiento en la región pero la afluencia es enorme y ha desbordado al gobierno.

La capital cuenta con decenas de barriadas y hay campamentos en los flancos de las montañas, sin agua corriente ni electricidad.

Según la ONU, a mediados de septiembre, el país contaba con más de 265.000 desplazados que necesitan ayuda. Las cosas podrían empeorar tras el acuerdo firmado el lunes con la UE, por el que Afganistán se compromete a repatriar a los migrantes a los que se les deniegue el derecho de asilo.

Según el Consejo Noruego para los Refugiados (NRC), las autoridades afganas ya reconocían en 2013 "que alrededor del 70% de la población urbana de Herat, Jalalabad, Kabul y Kandahar (las principales ciudades) reside en campamentos improvisados".

Sayed Karim y su familia viven desde hace meses en un suburbio árido de Kabul. "Sin agua, ni escuela, ni médicos", enumera. Echa de menos "la buena vida en Pakistán".

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