En la Amazonia brasileña, agricultores se enriquecen replantando la selva

  • La sombra de grandes árboles, el humus negro en la tierra y los cantos de los pájaros podrían hacer pensar en una selva amazónica, pero se trata de la parcela de un pionero de la agroforestación.

Esta práctica, elogiada por el protocolo de Kyoto principalmente porque permite almacenar carbono, reporta al agricultor Michinori Konagano varias decenas de miles de dólares por año, en la comuna de Tomé-Açu, en el corazón del estado amazónico de Pará, en Brasil.

"Cuando mi padre compró estas tierras, en los años '60, todo el mundo cortaba la selva tropical para plantar pimienta", cuenta este hijo de inmigrantes japoneses que desembarcó a los dos años de edad en la húmeda Amazonia, a 200 km de la ciudad de Belém.

Para la dictadura brasileña de la época, obsesionada por una cierta idea del progreso, la Amazonia era "una tierra sin hombres para hombres sin tierra", un espacio virgen a transformar en productivo.

El estado de Pará se convirtió en el campeón brasileño de la deforestación. En 2003-2004, 8.800 km2 de selva desaparecieron, un territorio equivalente a la superficie de Puerto Rico. Los árboles enriquecieron a los vendedores de madera, que luego cedieron la plaza a los agricultores.

Los colonos de Tomé-Açu talaron los árboles, quemaron las ramas y luego plantaron larguísimas hileras de pimienta de un color verde vivo.

Pero una enfermedad de la pimienta apareció en los años '70 y los precios mundiales cayeron, recuerda Kozaburo Minishita, otro productor de la Cooperativa agrícola de Tomé-Açu. "Ahí nos pusimos a plantar cacao. Y como precisa sombra, lo acompañamos de otros árboles más altos", relata.

Minishita opta en ese entonces por el açaí, que produce unas bayas moradas y energéticas, consideradas antioxidantes. Luego agrega palmito 'pupunha', cuyo corazón de palma y sus frutos son degustados como una delicia local. Otros colegas prefieren plantar el majestuoso parica, un árbol de la familia de las leguminosas, que enriquece naturalmente el suelo en nitrógeno.

Poco a poco, los agricultores se prestan al juego de las asociaciones de especies y se aseguran cosechas todo el año. En una misma parcela, el banano y el cupuaçu dan frutos, la altísima castanheira otorga sombra y las famosas "nueces de Brasil", mientras el acajou o el andiroba serán vendidos por su madera.

"Imitamos la naturaleza y gastamos mucho menos en pesticidas que para un monocultivo", asegura Claudio Takahiro, uno de los integrantes de la cooperativa.

"Las hojas muertas enriquecen la tierra y la protegen, eso nos evita binar o fertilizar. Y la biodiversidad hizo regresar a los insectos y a los pájaros, que destruyen los parásitos", añade.

Los 150 socios de la cooperativa explotan hoy 7.000 hectáreas en agroforestación. Se reparten unos 65 millones de reales (17,5 millones de dólares) en facturación vendiendo frutos frescos, mermeladas, pulpa o aceites destinados a la industria doméstica, como en el caso de la andiroba.

Pero además, las "selvas productivas" de la cooperativa constituyen pozos de carbono: almacenan la materia orgánica y contribuyen por tanto a limitar el efecto invernadero.

En la vecina cooperativa de Santa Luzia, 23 familias se han convertido también a la agroforestación. Pájaros y animales reaparecen en las parcelas, el nivel de los riachuelos subió y una sombra refrescante reemplazó la aridez de las antiguas plantaciones de pimienta.

"El clima se descompone a raíz de los árboles que hemos talado. Replantarlos y ganar dinero al tiempo que protegemos el medio ambiente me hace muy feliz", dice sonriendo Marcos da Silva, un técnico agrícola de la zona.

Más de 4.800 km2 de selva amazónica brasileña desaparecieron en 2013-2014, según datos oficiales del Instituto de Investigaciones Espaciales (INPE).

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