Normal de Ayotzinapa, cuna de luchadores sociales que no pierden la esperanza

  • En la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa (que forma a maestros de primaria) no hay lugar para la desesperanza, ni tiempo para la resignación, pero sí muchas ganas de justicia y de exigirles a las autoridades que hagan todo lo posible por encontrar, vivos, a sus 43 estudiantes desaparecidos.

Paula Escalada Medrano

Tixtla (México), 7 oct.- En la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa (que forma a maestros de primaria) no hay lugar para la desesperanza, ni tiempo para la resignación, pero sí muchas ganas de justicia y de exigirles a las autoridades que hagan todo lo posible por encontrar, vivos, a sus 43 estudiantes desaparecidos.

Macedonia Torres vio por última vez a su hijo el 15 de septiembre, cuando partió hacia esta escuela de Tixtla, en el estado de Guerrero, después de unos días en casa. José Luis Luna Torres acababa de empezar a estudiar en la Normal, era su primer año y deseaba sacar a su familia adelante tras fallecer su padre.

"Quería ser maestro porque nos ve a nosotros cómo estamos, que trabajamos y no nos alcanza, no hay trabajo y mal pagado. Me dijo, 'mami voy a estudiar para sacarlos adelante, mi papá ya no está y si yo no le echo ganas, vamos a estar siempre en la misma situación'", cuenta entre lágrimas a los medios de comunicación.

Esta mujer de 50 años y madre de seis hijos -José Luis de 20 años era el más joven- lo apoyó, pese a que ya había oído que en esa escuela, que funciona como internado, sucedían "cosas".

Las penúltimas cosas graves sucedieron en 2011 y acabaron con las caras de Gabriel y Alexis pintadas en los muros, a modo de obituario con la leyenda: "Su lucha nos elevará la conciencia para lograr sentir el amor hacia la libertad del pueblo".

Gabriel y Alexis murieron en la lucha, tras la represión policial a una protesta en la autopista que conecta Ciudad de México con el puerto de Acapulco, en la que pedían lo mismo de siempre: más fondos para mantener y mejorar el internado en el que unos 500 alumnos de familias de escasos recursos estudian para convertirse en profesores de primaria.

"Sabemos que los Gobiernos de este país dejan la educación en el rezago. Nosotros estamos en la escuela porque queremos cambiar la educación de este estado (Guerrero) y del país", dijo a Efe un joven estudiante de tercer curso que no quiso dar su nombre.

En la Normal de Ayotzinapa no se permite dar nombres personales, tienen reglas marcadas y se rigen por comités que lo organizan todo, desde la comida que llega, el material escolar, las protestas que realizan o las informaciones que se dan a la prensa.

Aunque la directiva está colocada por la Secretaría de Educación Pública (SEP), los estudiantes tienen sus normas de convivencia, que son respetadas por las autoridades del centro.

Esta escuela del barrio de Ayotzinapa, en el municipio de Tixtla, se fundó en el año 1926 para que, como la mayoría de las normales rurales impulsadas por el presidente Lázaro Cárdenas, "diera educación a hijos de campesinos y obreros para que tuvieran más adelante una carrera", cuenta un estudiante del comité de prensa.

"Conocemos el contexto que se vive en el estado de marginación, pobreza, bajos recursos... Y esta escuela es para gente que realmente lo necesita", añade.

El espíritu de esta Normal se rige por el socialismo que roza el comunismo, como atestiguan las referencias constantes sobre las paredes con frases y pinturas con las caras del Ché Guevara o figuras del socialismo ruso o chino.

Y es que el fin de esta institución, por la que pasaron hace ya varias décadas los líderes guerrilleros Lucio Cabañas y Genaro Vázquez, es estudiar para poder devolverle a la sociedad lo aprendido y tratar de luchar por un mundo mejor.

"Estamos aquí para salir, tener nuestra plaza y llegar a pueblos pequeñitos, a comunidades rurales y ahí trabajar con gente que realmente lo requiera", cuenta el estudiante.

Los alumnos de Ayotzinapa saben que vivir en una escuela combativa es arriesgar su "integridad física" porque al Gobierno "no le gusta" que salgan a la calle a gritar y suele actuar con represión.

Muchas madres, cuentan varios estudiantes, les están pidiendo que regresen a sus casas después de lo ocurrido la noche del 26 de septiembre, cuando 6 personas murieron en Iguala, tres de ellas compañeros, por disparos de la policía y criminales.

"Mi madre prefiere un hijo que no estudie a un hijo muerto", cuenta uno de ellos, que no ha pensado ni un solo instante en dejar la escuela, en la que todavía faltan 43 compañeros.

"Estudiar y aprender para el pueblo defender", "Nos podrán faltar recursos pero nunca nos fallará la razón", rezan dos mantas colgadas junto a un pabellón que estos días se ha convertido en capilla improvisada y en lugar de espera y reunión.

Allí aguardan las familias de los chicos desaparecidos la llegada de noticias, siguen creyendo que están vivos pese a las declaraciones de varios detenidos que aseguran haber matado a cerca de una veintena de ellos.

Duermen en las aulas que ya no tienen mesas, sino mantas en el suelo o colchones tirados. Y comen lo que la gente les lleva en solidaridad, vecinos o comercios locales, pues al encontrarse en paro la escuela ha dejado de recibir el subsidio del Gobierno del estado, asegura otro estudiante.

Macedonia vino con su hermano desde un pueblo de Morelos a siete horas de distancia. Pagaron el viaje gracias a la ayuda de conocidos y pidiendo dinero y no piensan marcharse hasta que no sepan dónde está José Luis.

Tampoco Manuel, tío de otro desaparecido, quien cuenta a Efe que no volverá a casa hasta que aparezca su sobrino y "pueda regresar y decirle a sus padres que su hijo está vivo".

"Confiamos en que ellos están bien", dice. Es uno de tantos que se resiste a ver la cara de su ser querido pintada en un muro a modo de obituario, con una frase de mártir por la lucha, pues prefiere seguir viéndolo luchar en vida.

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