Antía Cal, hija de emigrantes a Cuba que trajo a España la pedagogía moderna

  • Antía Cal, nacida en La Habana en 1923, considera que "ver dar una clase bien dada es como ir a un concierto de una buena orquesta" y recuerda el año 1961, cuando fundó el Colegio Rosalía de Castro en Vigo, un centro educativo privado con una pedagogía innovadora y progresista que fue pionera en España.

Ramón Blanco

Vigo, 18 may.- Antía Cal, nacida en La Habana en 1923, considera que "ver dar una clase bien dada es como ir a un concierto de una buena orquesta" y recuerda el año 1961, cuando fundó el Colegio Rosalía de Castro en Vigo, un centro educativo privado con una pedagogía innovadora y progresista que fue pionera en España.

Proviene de una familia de emigrantes, originaria de Muras (Lugo) y de vuelta a Galicia, al terminar esta mujer el Bachillerato, tuvo claro que no se iba a resignar a estudiar "simplemente Comercio" y fue su determinación la que la llevó a hacerse maestra, explica en una entrevista con Efe.

Cada mañana, a las 8:30h, sale de su casa en Moaña (Pontevedra) y camina una hora por el monte. Su memoria está intacta.

"Hasta los 17 mis padres me dieron las mismas oportunidades que a mis hermanos -cuenta- pero después quise hacer Filosofía y Letras para estudiar Geografía y mi padre pretendía que ayudase a mamá. Era una injusticia porque tenía mejores notas que mis hermanos".

La joven Antía se hizo novia del "amoroso" oftalmólogo Antón Beiras, galleguista y de izquierdas. Ocurrió en 1944 en la capital gallega. Salieron tres años y él le hizo ver que tenían que casarse para estar juntos.

"Le respondí muy firme que yo no me casaba sin tener un trabajo. Y Antón replicó que con mi expediente iba a tener trabajo en Vigo" donde él ya tenía una clínica. Contrajeron matrimonio y, sí, empleo había, pero "no pagaban nada", y en caso de opositar "me destinarían lejos de él".

Un día, pasado el tiempo, Antón, preocupado, le comentó a Antía que tenía que salir por Europa para ver "qué hacían por ahí" con el estrabismo. La llevó con él con la idea de que a ella le sirviese igualmente para conocer "cómo era la enseñanza en otros lugares" y así fue como viajaron por el este de Francia y Ginebra.

En esta última ciudad, leyendo el periódico en una cafetería supo Antía Cal que el Museo de Pedagogía había adquirido el legado de un gran pedagogo suizo que ella había estudiado: Pestalozzi.

Se dirigió al museo en cuestión y conoció a un docente al que le confesó que había estudiado Magisterio, que era madre de tres hijos -una con estrabismo- y que estaba "muy preocupada" por su educación.

Este educador le preguntó qué edad tenía el mayor y ella contestó cinco años, ante lo que el hombre replicó al momento: "Ya le pasó el sol por la puerta".

Los niños en España entraban en la escuela a los 7 años y este profesor pensaba que, tal y como defendía Pestalozzi, los críos aprenden desde "los cero años por los sentidos", algo que los gobiernos sabían aunque no interesaba este tema: "Costaba dinero".

Antía, que estuvo allí unos días, siguió aprendiendo de este maestro, quien también le enseñó que los niños aprenden de los iguales: "Usted tiene que buscar el consenso del grupo. En la antigua Atenas los niños aprendían la democracia en la escuela".

Antía Cal, la de 91 años, sonríe: "Le dije, profesor, si yo voy por España y cuento estas cosas, la gente se reirá de mí".

De allí salió pensando en la educación de sus hijos y no en montar una escuela. Pero este profesor de Ginebra la puso en contacto con una alumna suya que trabajaba en la Unesco en París, justo por donde continuó la travesía con su marido. Comieron con ella y Antón le espetó: "Si usted tuviese un hijo, ¿en qué escuela del mundo le gustaría matricularlo?"

Ella no dudó: "Las mejores están en el Reino Unido. Y ese mismo día mi marido me transmitió la intención de mandar a nuestro Higinio a Inglaterra". Antía le preguntó cuánto tiempo debía estar el niño allí y ella aseguró que tendría que hacer la primaria: "No está para aprender inglés, está para aprender a aprender", puntualizó rotunda.

Siguió la recomendación con sus hijos, esa y la otra, la de que levantase ella una escuela, pero con esta máxima. En esa época, el padre de Antía había vuelto de Cuba y tenía un dinero en el banco que quería invertir y que sirvió para este destino.

Cuando tuvo la primera inspección, sintió miedo, porque los niños estaban todos juntos y la mitad de la clase se impartía en inglés.

Pero el inspector le recomendó que reservase para la escuela todo el edificio que estaban construyendo -"habíamos pensado dejar una parte para nuestra vivienda"- porque les haría falta en cinco años.

"Aquellas palabras me animaron muchísimo y dormí como nunca".

En 1967 Antón, que enfermó y murió al año siguiente, le trajo una carta que había recibido la editorial Galaxia de una asociación de maestros catalanes para unos encuentros de renovación pedagógica.

Así llegó Antía a la Escola d'Estiu de Rosa Sensat, donde vio de cerca la mirada pedagógica de Marta Mata. "Verla trabajar... ver dar una clase bien dada es como ir al concierto de una buena orquesta".

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