El atentado traerá una “forzada” paz política y ahuyentará el radicalismo

  • Las desgracias que sufren los pueblos, si son provocadas por elementos externos, suelen servir para fomentar la unidad interior, incluso en sociedades como la española.

    En tiempos de zozobra y turbación las sociedades no suelen animarse a favorecer y apoyar experimentos políticos.

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EUROPA PRESS
José Luis Roig

El verano de 2017 y sus problemas estivales, incluida la turismofobia y los conflictos laborales, han pasado a un segundo plano. Hoy se yergue sobre la realidad española un nuevo horizonte de dolor que incidirá de manera especial sobre el comportamiento de muchas personas y el funcionamiento de bastantes instituciones públicas.

El atentado de Barcelona es el primero que sufre de estas características nuestro país desde que el terrorismo yihadista asesinara en Madrid a 192 personas el 11 de marzo de 2004, y ello trastocará en gran medida la agenda política e informativa, y marcará un antes y un después.

Además, a partir de hoy recobra mayor protagonismo uno de los principales problemas que tiene el mundo en estos inicios del siglo XXI: la relación entre Occidente y el Islam. Un conflicto con distintos puntos de vista, que también atañe al seno de la comunidad musulmana donde se está librando una dura batalla entre extremistas y moderados, violentos y pacíficos, que de momento van ganando los radicales, más conocidos con el nombre de yihadistas.

¿Pero de qué manera puede afectar este criminal atentado de Barcelona a la realidad político-social de España? Más allá de los homenajes a las víctimas, condolencias, misas, minutos de silencio, o hechos puntuales como que los trabajadores de Eulen suspenden su huelga en El Prat, o que el Congreso de los Diputados lance un comunicado conjunto respaldado y firmado por primera vez por todas las fuerzas políticas, el atentado de Barcelona enfriará, o al menos atemperará, durante un tiempo las tensiones políticas, incluidas las que vienen generadas por el independentismo catalán.

No es que de repente el separatismo se desactive y pase a mejor vida, pero en tiempos de zozobra y turbación las sociedades no suelen animarse a favorecer y apoyar experimentos políticos, como por ejemplo un referéndum independentista. Y esta circunstancia de cara a la Diada del 11 de septiembre y a la pretendida consulta del 1 de Octubre puede pasar cierta factura desmovilizadora.

Lo que ha vivido Barcelona en las pasadas horas ha sido terrible y tendrá que pasar mucho tiempo para que se mitigue el dolor y la amargura que han provocado estos crímenes.

Ni que decir tiene que en España la serenidad y la paz social, y menos la paz política, no suelen durar mucho. Más pronto que tarde volverá el griterío y algún político intentará buscarle los tres pies al gato, es decir, atribuir a otro político alguna dejación o responsabilidad para cargarle las culpas de lo ocurrido.

Pero mientras tanto, se impone un periodo de unidad y calma entre los partidos y las instituciones. Este ataque terrorista se ha producido en Cataluña pero se ha vivido y se sufrirá como lo que realmente es, una agresión contra todos los españoles; de algo han de servir los errores y la experiencia del fatídico 11-M.

Sin duda, el atentado de Barcelona hará que las cosas cambien, al menos durante unos meses, y no sólo en lo que se refiere a las medidas de seguridad que serán más extremas en zonas turísticas o de aglomeraciones y en medios de transportes, sino también en los comportamientos políticos.

Los ciudadanos, en su gran mayoría, no entenderían que por el interés partidista de algunos políticos se pusieran en riesgo la seguridad de la población o que las medidas policiales que se adopten estuvieran infectadas por el afán de protagonismo de algunos políticos.

Las desgracias que sufren los pueblos, si son provocadas por elementos externos, suelen servir para fomentar la unidad interior, incluso en sociedades tan complejas y desapegadas como la española.

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