"No ha estado mal, pero todavía queda mucho". La opinión de un veterano cronista parlamentario sobre la intervención de Rajoy anticipa una tarde movida.
Nadie puede negarlo: el presidente del Gobierno se enfrentaba a un reto muy complicado en apenas hora y media. Debía levantar los ánimos a una España sacudida por la crisis y abatida por la corrupción. Comenzó como parecía más sensato: negando los brotes verdes y desestimando los "anticipos primaverales". Estrategia inteligente que trataba de provocar el efecto contrario una vez enumerados sus logros en Europa.
Lo ha sabido resumir magníficamente en su última frase, acaso la mejor de un discurso no brillante, pero bien construido y mejor pronunciado: "hoy tenemos un futuro, hace un año no lo teníamos"
Pero Rajoy no ha respondido con la contundencia requerida ante el problema del momento: la corrupción. Al insistir en el "no todo el mundo es corrupto", ha dejado el gusto amargo de quien no reconoce la profundidad del problema ni está dispuesto a coger el toro por los cuernos.
La propuesta de endurecer las penas por delitos de corrupción han llegado como un eco débil, al igual que inclusión de partidos, fundaciones, sindicatos y patronal en la Ley de Transparencia. El contraataque de Rubalcaba se presume contundente esta tarde, a pesar de que el líder socialista tampoco puede presumir en este aspecto.
Las medidas económicas, por esperadas, han impresionado menos. Quizá la más ilusionante de todas sea la movilización del crédito a las pymes y la exención del IVA a los autónomos que no han cobrado las facturas, verdadero calvario para tantos pequeños emprendedores. Con todo, en términos globales han carecido del empaque que hubiera sido deseable para un momento como el de hoy.
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