Libertad, respeto y educación, los otros déficits que tiene España

    • Un 'padrenuestro' ofensivo, un boicot a la Diada, el asalto a una capilla... ¿forman parte de la libertad de expresión que ampara un régimen democrático?
    • "La degradación de la vida pública influye en las conductas personales", explican varios intelectuales a lainformación.com al reflexionar sobre la libertad de expresión y el respeto a los demás.

“En cuanto tenga la oportunidad de pasar por Barcelona me voy a bajar los pantalones y poner un mojón en la puerta del ayuntamiento como acto reivindicativo (ya se me ocurrirá de qué) y libertad de expresión salida de mis entrañas. Seguro que me nombran concejal de algo”.

Fue el comentario de un indignado internauta al pie de una entrevista a la entonces recién nombrada directora de comunicación del ayuntamiento de Barcelona, Águeda Bañón, famosa por haberse retratado orinando en la calle o con los pantalones bajados.

Bañón restó importancia a los que calificó como “una de sus aficiones” y se mostró “muy orgullosa de lo que había hecho”. Por su parte, la alcaldesa reiteró que “su experiencia como artista puede gustar a unos y no a otros”, pero que no se le había contratado por ello.

La opinión pública española se ve sacudida cada vez con más frecuencia por polémicas que giran alrededor de la libertad de expresión. El lunes por la noche, una versión ofensiva ‘padrenuestro’ declamada durante la entrega de una premios presididos por la alcaldesa Ada Colau, hacía que el líder del PP en Barcelona abandonase el acto.Maestre, titiriteros, falangistas de carnaval...

Hoy los internautas han mantenido durante todo el día como primer trending topic un lema de apoyo a Rita Maestre, la concejal de Ahora Madrid que este jueves tendrá que enfrentar un juicio por irrumpir en la capilla de la Universidad Complutense de Madrid y presuntamente desnudarse en su interior.

Hace dos viernes, unos titiriteros eran detenidos porque sus personajes exhibieron una pancarta de apoyo a ETA en el curso de la función. Poco después, saltaba a las redes el polémico de vídeo de unos niños que cantan el ‘Cara al Sol’ disfrazados de falangistas durante un desfile de carnaval.

Los ultraderechistas que asaltaron centro Blanquerna en Madrid durante la celebración de la Diada al grito de “¡Cataluña es España!” también justificaron su manera de proceder como un ejercicio de libertad de expresión. Lo mismo hizo el artista navarro Abel Azcona, que llevó a una sala de exposiciones de Pamplona una escultura con hostias consagradas y robadas en distintas iglesias. Un hecho que causó un enorme revuelo y la querella de la Asociación Española de Abogados Cristianos.

Demasiados casos en muy poco tiempo. Pero, ¿hasta dónde llega esta libertad de expresión? ¿Se han sobrepasado jueces y fiscales en la evaluación de estas conductas?Confundir el progresismo con el mero escándalo

“Muchas veces se está confundiendo el progresismo con el mero escándalo. Eso es una barbaridad”, afirma el filósofo y sociólogo Aurelio Arteta, catedrático de Filosofía Moral y Política en la Universidad del País Vasco.

“Hay manifestaciones que, además de transgresoras, sobre todo son profundamente reaccionarias y muestra de una ignorancia brutal”, explica Arteta, que también alerta del “enorme desprecio del otro” que hay detrás de determinadas expresiones minoritarias. Minoritarias, pero con una vocación indisimulada de imponerse a los demás. Un ejemplo es, a su juicio, ciertas actitudes de las ideologías nacionalistas. “Lo peor del nacionalismo no es la violencia, sino el permanente desdén hacia los derechos de los demás”.

En declaraciones a lainformacion.com, el sociólogo Amando de Miguel llama la atención sobre las fronteras de los derechos: “La propiedad, la libertad de expresión, ¡hasta la vida! son derechos que tienen límites, que son los derechos de los demás”. En su opinión, las polémicas en torno a las ofensas religiosas, como el ‘padrenuestro’ o el asalto a la capilla, son ante todo “una falta de civismo”.

“Ahora Se habla mucho de la regeneración de la vida pública porque es obvio que se ha producido una degeneración, y lo observamos en estas faltas de respeto públicas”. Y peor aún que esto, continúa el sociólogo y catedrático emérito de la Universidad Complutense, “es que hay gente que defiende esta forma de actuar”.El (mal) ejemplo de los políticos

Aurelio Arteta apunta a este respecto que la degradación de la vida pública conduce a un proceso similar en las vidas privadas. “El ejemplo de los políticos cala en el comportamiento de la sociedad, para bien y para mal”, señala. Y añade que en los últimos años se han vivido numerosas muestras de este desprecio de la clase política a la ciudadanía, en forma de recortes sociales, subidas de impuestos, casos de corrupción, etc.

¿Hasta qué punto hay que practicar la tolerancia en una sociedad democrática? “Cuando se habla de tolerancia hay que hilar muy fino, porque tampoco se puede ser tolerante con los intolerantes. ¿Acaso se puede ser tolerante con ISIS?”, se pregunta este profesor de Filosofía Moral, para quien “la verdadera tolerancia debe acabar con el tolerante”. Por eso previene contra el relativismo que conduce “al desprecio de la educación ciudadana” y a identificar lo legal con lo moral.

Las expresiones ofensivas pueden no ser ilegales, pero degradan la vida pública en tanto suponen un desprecio al otro. “Hay que ir más allá. No puedo pensar que soy bueno por el hecho de no haber incurrido en un delito. Los extremismos tanto de izquierda y de derecha no acaban de entender esta frontera, por eso cometen innumerables barbaridades”.

Tenemos siempre el DERECHO en la boca, pero nos olvidamos muy fácil del DEBER. El ‘deber’ con respecto a las creencias religiosas del otro o a su vida sexual, que no sebemos juzgar.

Cuando una sociedad infravalora la el debate público y la educación sobre los valores democráticos, termina derivando hacia la moral de los tópicos, que Arteta ha explicado prolijamente en dos de sus libros. Tópicos como “condenamos la violencia, venga de donde venga”, “mi cuerpo es mío”, “todas las opiniones son respetables”, “sé tu mismo”, “eso es muy relativo”, “bueno, es su cultura”, “no es nada personal” o “al enemigo ni agua”.

El relativismo da por tanto lugar a una suerte de dictadura que desprecia los grandes debates del ser humano o, cuanto más, los reduce a los clichés que expresan tópicos como los antes mencionados.El dolor como frontera

Para Rafael Cruz, profesor de Historia del Pensamiento y de los movimientos sociales y políticos, el dolor ajeno es una frontera moral fácilmente identificable para cualquier que quiera discernir entre el bien y el mal de una determinada expresión. “El dolor ajeno debería ser el ‘Rubicón’ de la libertad de expresión: no podemos permitir la apología del terrorismo o del genocidio”.

Pero él considera evidente que los titiriteros no pretendían ensalzar el terrorismo, como ellos mismos afirmaron al salir de prisión, y que “tanto el juez como el fiscal metieron la pata” al dejarlos varios días en la cárcel.

Por otro lado, Cruz cree que “la protesta ofensiva no debe ser penalizada mientras sea pacífica, aunque el objeto de la protesta sea la religión o los símbolos patrios. Estamos llenos de símbolos: es facilísimo ofender a alguno”.

Entonces, ¿dónde está el límite? En opinión de Cruz, los jueces deben tener en cuenta la intención. En el caso de los titiriteros o el concejal Zapata, que está procesado por hacer chistes en twitter con el holocausto judío, hay que considerar el arrepentimiento inmediato y la petición de disculpas. “Está claro que ni aquéllos ni éste querían ofender a nadie”.

Sigue @martinalgarra//

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