"Suárez se fue por una encerrona con militares en Zarzuela"

    • El cronista Abel Hernández, confidente de Adolfo Suárez, descubre momentos clave en su vida política y sus relaciones con el Rey.
    • "Se sentía muy orgulloso. Sabía que había hecho de lo que se tenía que hacer", le dijo, antes de olvidar que había sido presidente.
El Rey y Adolfo Suárez, en una foto tomada por el hijo del expresidente en 2008. Archivo.
El Rey y Adolfo Suárez, en una foto tomada por el hijo del expresidente en 2008. Archivo.

"Lo que desencadenó la dimisión de Suárez fue una tensa reunión, que él consideró una "encerrona" con generales en Zarzuela". El periodista Abel Hernández desvela así un episodio insólito de la historia de nuestro país. Aquel día de 1981, los militares entraron sin llamar en Zarzuela. El Rey se encontraba de cacería en aquel momento, y ante la gravedad de la situación, decidió regresar. Lo hizo en helicóptero, pese a que era un día lluvioso, gris. "Llamó de inmediato a Suárez y lo dejó a solas con los mandos militares. La reunión fue tremendamente tormentosa, hubiese o no pistola por medio en ese momento. Y en aquel momento, fue cuando Suárez, realmente, se dio cuenta de que había perdido la confianza del Rey". El 29 de enero de 1981 anunciaba su adiós.

Hernández ha sido confidente del expresidente durante años. Con él, ha vivido alguno de los momentos clave de nuestra historia política, y con él escribió también un libro "Fue posible la concordia". Sobre él, muchos más, entre ellos "Suárez y el Rey", en el que desgrana las complejas relaciones de idas y venidas entre el presidente y el monarca. El último es "Secretos de la Transición" (Plaza y Valdés), en el que recoge los momentos más desconocidos de un período del que parece saberse ya casi todo. "Siempre quedan algunos secretos", dice Hernández.

Tal fue su cercanía a Suárez, que incluso el Rey le hizo un encargo personal : tenía que decirle al presidente que se fuese. "El día de San Juan de 1980, el Rey tuvo interés en hacer un aparte conmigo, con mi mujer como testigo mudo. Me propuso, sin rodeos, que yo le llevara al presidente el mensaje; el mensaje, tal como lo percibí, era que así no se podía seguir, que su comportamiento tenía que cambiar, que era imprescindible que saliera del encierro de la Moncloa y diera la cara en el Parlamento. La frase final del rey que nunca olvidaré fue: "No hay que cambiar a Adolfo, pero Adolfo tiene que cambiar" Nunca cumplió el ultimatum de don Juan Carlos.

Aquel 1980, Suárez atravesaba ya sus horas más bajas. Los militares seguían sin perdonarle la entrada de los comunistas, sus barones le daban la espalda, los socialistas presionaban de manera incansable. Suárez recibía críticas por sus reticencias a entrar en la OTAN. ETA estaba en su época más dura. Aquel año, mató a 92 personas. Se avecinaba la moción de censura, el momento más dificil de toda su carrera. "Fue un acoso tremendo, aquel día empezaron la sesión llamándole Tahúr del Mississippi y otras lindezas, entre los aplausos de la izquierda"

Pero lo peor, fue que por primera vez se dio cuenta de que su propio partido empezaba a fallarle. Se sintió traicionado por sus más cercanos. "Suárez tenía también muchos defectos, y uno de ellos era que era muy susceptible. Se sintió completamente desamparado" Llegó a sentir pánico a acudir al Parlamento, un auténtico miedo escénico cuando debía enfrentarse a los diputados en las Cortes. Le había fallado su partido, y también el Rey. No ha habido, dice Hernández, presidente más abandonado que este.

Don Juan Carlos había advertido el declive del presidente y sabía que las presiones para que se fuese eran insostenibles. "Se dio cuenta de que Adolfo estaba quemado, bloqueado, y que había que salvar la Corona con una pasada por la izquierda", dice Hernández. Armada, antiguo jefe de la Casa, le había sugerido al Monarca un gobierno de salvación presidido por él y con Felipe González como vicepresidente. El PSOE también había hecho su juego de fichas para un gobierno a medida. El Rey pensaba que la marcha de Suárez es la única forma de salvar la Corona.

Además, don Juan Carlos no ocultaba cierto recelo hacia el presidente. La aprobación de la Constitución le había hecho perder poder, en beneficio de Suárez."Ya no tenía los poderes de antes. Suárez imponía las condiciones" Tampoco le habían sentado bien a don Juan Carlos las advertencias de que Armada acabaría dando el golpe. "En un duro enfrentamiento, Suárez le obligó a ponerse firme y a dejar la secretaría de la Casa del Rey. Fue la manzana de la discordia".

La marcha no arregló las cosas El rey le concedió el Ducado con Grandeza de España con una condición: que se retirase de la política. El expresidente dijo sí por lo bajini, pero apenas seis meses después de su marcha fundó el CDS. Desde ese momento, las relaciones quedaron rotas. "Esto ocasionó que se cerrasen las comunicaciones y que hubiese un gran silencio entre ellos"

Sólo la Reina siguió llamando, cada 25 de septiembre, para felicitarle el cumpleaños. La ruptura fue, para Suárez, un golpe letal "La vivió con mucha amargura, pero sin perder nunca la lealtad a la Corona"

Luego vino el reencuentro, quizás ya tarde, cuando dejó la política, esta vez sí definitivamente, pero no por presiones políticas. Sino acosado por su propia decadencia y las enfermedades familiares. La primera, la de Amparo, su mujer. "No se dice mucho, pero ella fue la clave de su vida, la que tiene todo el mérito de lo que fue Adolfo Suárez. La que mantuvo la casa, la que mantuvo a Adolfo. El día que muere, Adolfo se queda totalmente solo". Solo, esta vez sí, otra vez. Pero en esta ocasión, una soledad inmensa, como nunca había conocido hasta entonces.

Hernández tuvo ocasión de hablar con él hace unos años, cuando la enfermedad de Amparo ya estaba muy avanzada. Coincidieron en una sala del aeropuerto de Barajas, y charlaron sobre España, como le gustaba hacer a Suárez. "Era un gran patriota y estaba preocupado por Cataluña, veía el problema claro, lo traía de cabeza. También estaba preocupado por el aborto, él era un firme defensor de la vida.". Por entonces, aún se acordaba de que había sido presidente. "Se sentía muy orgulloso. Sabía que había hecho de lo que se debía hacer, aunque hubiese tenido un gran coste para él. Siempre se sintió como un activo personaje, con el Rey, el que había llevado esto adelante". Poco después de ese encuentro, su memoria comenzó a esfumarse.
Su vida, en seis momentos

Década de los cincuenta. El joven Adolfo prepara oposiciones para jurista en el Colegio Mayor Francisco Franco de Madrid. Nunca ha sido un gran estudiante, es un secreto a voces, pero aquella carrera, la de Derecho, la había sacado sin problemas. Entre los libros, llevaba tiempo, mucho, soñando que algún día llegaría a gobernar España. Un país, que entonces atravesaba la aridez de la dictadura. El ensueño se lo viene a corroborar, un día, una vidente argentina: "Llegarás a ser presidente de España". Él ya lo sabe. "Siempre lo supo, dice Hernández, "Tenía una vocación política tremenda desde joven. Era lo único que sabía hacer, siempre solía decirlo. Era un político de raza".

1969. El Rey no es aún ni siquiera príncipe. Suárez es gobernador civil de Segovia. Se conocen en la ciudad, y la conexión es inmediata. Comparten inquietudes, formas de ver España, las maneras de hacerla cambiar. Tienen una cosa en común: quieren transformar el país. Ya en ese encuentro planean "la estrategia a seguir cuando se cumplan las previsiones sucesorias". Empieza en silencio el camino a la primera presidencia democrática. Suárez arranca un ascenso imparable. Director de RTVE, vicesecretario general del Movimiento, ministro tras la muerte de Franco.

1976. Tarde de verano en Madrid, 3 de julio, el calor empieza a ser insoportable en la ciudad. Adolfo recibe una llamada. Es el Rey. ¿Por qué no te vienes y tomamos café juntos? Coge el Seat azul claro de Amparo y se dirige con naturalidad a Zarzuela para ver a Juan Carlos. Le cuesta, él mismo lo reconoce, llamarle Majestad. Pasa al despacho, pero el Rey no está. Permanece retirado en un escondite, porque quiere darle una sorpresa. De imprevisto, sale. "Quiero que me hagas un favor Adolfo, quiero que seas presidente del Gobierno" . Empieza el cambio histórico, la hoja de ruta planeada siete años atrás. "Adolfo, ha llegado el momento que hagamos lo que tú habías dicho"

18 de noviembre de 1976. Se aprueba la Ley de Reforma Política, que supone el desmantelamiento de las instituciones franquistas. El 3 de julio, Suárez había sido elegido presidente de Gobierno por parte del rey tras la dimisión de Arias Navarro. "Adolfo Suárez en la cabecera del banco azul, entorna los ojos lloros y mira al cielo, en un gesto de inmenso alivio y gratitud. Fue uno de esos momentos mágicos, difícilmente repetible", dice Hernández. Fue uno de los más plenos de su vida política. "Aplaudían los procuradores del Movimiento puestos en pie y Suárez, también de pie, les aplaudía a ellos. Era emocionante. Los viejos camaradas morían dignamente de pie, como los árboles", cuenta el periodista. Comenzaba un año intenso, que terminó el 15 de junio de 1977, con las primeras elecciones democráticas. Se aprueba la amnistía de los presos políticos, se legaliza el Partido Comunista.

23 de febrero de 1981. En un despacho del Congreso, a donde ha sido trasladado a petición del coronel Tejero, Adolfo Suárez piensa en Amparo y los niños. "Al día siguiente de la investidura de su sucesor, tenían previsto volar a Panamá para descansar y reponerse de tantas emociones y tantos disgustos", dice Hernández.

Teme seriamente por su vida. "Pero más que miedo, en la soledad del recinto, le atraviesa por dentro un relámpago de tristeza y de rabia. Toda su obra política se derrumba en un instante. Y él quedaría como el gran culpable, el cabeza de turco", explica. Suárez no deja de fumar, hasta que se queda sin tabaco. Se lo pide a un ujier, Antonio Chaves, quien también será testigo, después, de la tensa discusión que mantiene el presidente y el golpista. "Explíquese, qué locura es esta? ¡Como presidente del Gobierno de España le ordeno que deponga su actitud!". La tensión es total. "Tú ya no eres presidente de nada", le dice Tejero. Minutos después, le pone una pistola en la sien.

Suárez intuía desde hacía tiempo que aquello podía pasar. "No descarto que haya un golpe militar. Y si lo hay, el inductor habrá sido Armada", había dicho la víspera, y no se equivocaba. Desde hace tiempo, guardaba una pistola en el cajón de su despacho para enfrentarse, llegado el caso, a los golpistas. "Aunque creo que nunca hubiese sido capaz de usarla", dice el periodista. "El era muy valiente y no estaba dispuesto a vender barato lo que se había conseguido. Si entraban allí, estaba dispuesto a defenderse".

La gran imagen de aquella jornada histórica es la de un Adolfo Suárez sentado, imperturbable, en su sillón del Congreso, mientras todos se ponían a resguardo en la bancada. "No había improvisado el gesto de quedarse sentado en su asiento durante los disparos. Para el no tenía ningún mérito. Era lo menos que podía hacer. Tenía muy interiorizado que debía mantener la dignidad del presidente del Gobierno", dice Hernández. Una imagen que resume toda una actitud de vida.

18 de julio de 2008. Suárez camina con el Rey por el jardín de su casa, en la urbanización madrileña de La Florida. Don Juan Carlos lo visita personalmente, con la Reina, para entregarle el Collar de la Insigne Orden del Toisón de Oro. Su hijo, Adolfo, capta la instantánea. Los dos, de espaldas. El Rey le pasa el brazo por el hombro. Caminan, ajenos, al resto, como siempre, como si nada hubiese pasado entre los dos. Conversando, como siempre les ha gustado hacer. Como cuando aquel día de 1969 se tropezaron en Segovia. "Cuando uno era un chusquero, que luego llegó a duque. Cuando otro aún no era príncipe, pero llegó a ser Rey", dice Hernández. Cuando ambos sabían que un día harían cambiar las cosas.







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