La civilización maya resucita en París

  • Javier Albisu.

Javier Albisu.

París, 6 sep.- Los mayas, una de las civilizaciones desaparecidas que más fascinación ha generado a través de sus ritos chamánicos, sus juegos de pelota o sus sacrificios humanos, resucita en París con una gran exposición que aborda sus grandes ejes socioculturales, que perduraron durante cerca de tres mil años.

"Mayas. Revelación de un tiempo sin fin", concebida por el Instituto Nacional de Antropología e Historia de México y abierta al público desde hoy hasta el próximo 8 de febrero en el Museo del Quai Branly de París, invita a descubrir los secretos de quienes residieron en parte de México, Guatemala, Belice, Honduras y El Salvador aproximadamente a partir del 2500 a.C y hasta el siglo IX.

"Los mayas aún perviven. Si tomamos muestras de ADN de aquellos gobernantes y de las personas que hoy viven en esa zona, especialmente en el norte de la península del Yucatán, veremos que comparten la misma filiación", explica a Efe el arqueólogo Guillermo Bernal, especialista en escritura maya y uno de los artífices de la muestra.

Lo que se extinguió, comenta, fue aquella grandiosa civilización mesoamericana que conoció su apogeo entre los siglos VIII y IX y que levantó ciudades de unos 50.000 habitantes en medio de la jungla, con colosales pirámides como las de Tikal, Chichén Itza o Uzmal, urbes de piedra que la vegetación engulló y que permanecieron ocultas y casi olvidadas hasta finales del siglo XIX.

Una de las piezas más espectaculares de la muestra es un gran fresco de piedra del año 736 y encontrado en Palenque, que representa al soberano K'inich Haahb Pakal en un ritual de autosacrificio junto a su nieto y a su hermano, dedicado a K'inich O'Khanx, protector del maestro de la guerra y del inframundo, el dios GIII.

El mural sirve de puerta de entrada al universo maya, periplo que se detiene primero en la relación entre el hombre y la naturaleza, donde destaca la importancia del maíz como planta sagrada y los vínculos entre los animales y las personas, todos dotados de alma y en relación con las fuerzas cósmicas.

Los mayas, grandes naturalistas que aprendieron a dominar un entorno hostil, creían que las ranas estaban asociadas a las divinidades acuáticas y al inframundo y que al croar anunciaban la lluvia y, por tanto, la regeneración de la tierra, por ejemplo.

Con imponentes esculturas, pequeñas tallas en estuco o en oro, la exposición se fija en la estructura social, donde existe una jerarquía de poder muy claramente definida y hereditaria, que preservaba el orden económico y político.

El siguiente estadio se adentra en una de las cuestiones más reconocibles, el famoso calendario maya y sus supuestas profecías apocalípticas.

"Para los mayas, el tiempo no tiene fin, es circular. Ahora acabamos de iniciar otro siglo maya", comenta el responsable del proyecto arqueológico Calakmu, Ramón Carrasco Vargas, que recuerda que los mayas retomaron el calendario de los olmecas y lo perfeccionaron con avanzados conocimientos de astronomía hasta generar ciclos de 18.980 años, que contemplaban los culos de la luna, el sol, Venus o Marte.

El recorrido continúa por el interior de las ciudades, concebidas a imagen del cosmos y a menudo dotadas de edificios alineados con el sol en los solsticios o equinoccios, y se detiene en su sistema de escritura, con logogramas que representaban palabras y fonogramas que transcribían sonidos silábicos, un lenguaje similar al "ch'ol" actual.

"Es como el español actual y el antiguo de Alfonso X el Sabio. Hay muchas cosas que podemos reconocer y otras que no se parecen", resume el especialista Guillermo Bernal.

La extensa muestra también abunda sobre los rituales en una civilización donde el sacrificio humano estaba al orden del día, bien de los enemigos capturados, de los perdedores de los partidos de pelota o incluso de niños, a los que se les extraía el corazón como ofrenda a las divinidades.

"No eran más crueles que las civilizaciones actuales. Para ellos el sacrificio era una forma de regenerar la vida, de entregar energías a la montaña", comenta Bernal.

Y es que la montaña, donde habitan la lluvia, los pájaros, el jaguar o los vegetales psicotrópicos, es uno de los grandes pilares de la idiosincrasia maya, que entendían que la vida se repartía entre los mundos celestiales, la tierra y el inframundo.

"Los mayas no concebían la vida de organizada de manera vertical entre el cielo y el infierno como las culturas judeo-cristianas, sino de manera horizontal", relata Carrasco Vargas junto a la última sala de la muestra, dedicada a las máscaras funerarias de los mayas. Una civilización que, aunque no hay consenso absoluto, parece desapareció como consecuencia de "una explosión demográfica" que agotó los recursos y colapsó su estructura tradicional.

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