Granjas verticales de luz violeta, al rescate de habitantes de entornos hostiles

Un irreal halo de luz violácea baña decenas de lechugas dispuestas en estanterías de una granja vertical en el oeste de Bélgica, una futura solución para alimentar a la humanidad en climas hostiles y en momentos de pérdida de tierras cultivables.

"Sólo intentamos imitar a la naturaleza, no es tan futurista como piensan", confiesa Maarten Vandecruys, joven fundador en 2014 de Urban Crops, una empresa belga especializada en los cultivos de interior con sistema LED.

Vandecruys se enorgullece de su sistema completamente automatizado desarrollado en Waregem, donde cientos de diodos LED, parecidos a los que han empezado a sustituir a las tradicionales bombillas incandescentes en los hogares, favorecen el desarrollo óptimo de lechugas y rúculas.

En el laboratorio de Urban Crops, los vegetales germinan en un sustrato neutro y sin tierra, ya que ésta las expondría a enfermedades vinculadas a los animales y otros factores exteriores.

A continuación, una cinta transportadora las conduce a un espacio cerrado, donde las plantas crecen bajo la luz violácea de lámparas LED en un ambiente completamente controlado y alimentadas por un sistema hidropónico, de agua mezclada con la receta ideal de sales minerales y nutrientes esenciales. Y sin pesticidas.

Esta luz violeta, nacida de la alianza de los LED rojos y azules, se suma al desarrollo óptimo de la planta, con la ventaja de que no produce calor, por lo que los diodos pueden situarse a escasos centímetros de la planta. Esto favorece además la sucesión de pisos de vegetales en estanterías.

El futuro de la agricultura vertical pasa por su desarrollo industrial, defiende Vandecruys, para quien esto es "sólo una evolución" de los campos de invernaderos.

Gracias a su sistema, 50 metros cuadrados de superficie pueden transformarse rápidamente en 500 metros cuadrados explotables. La planta crece además entre dos y tres veces más rápido que en el exterior.

Urban Crops puede producir en 30 metros cuadrados de su laboratorio hasta 220 lechugas por día, utilizando un 5% del consumo de agua de la agricultura tradicional.

Para Samuel Collasse, profesor e investigador en el centro de investigación belga Carah, el concepto de agronomía urbana no es "por el momento muy convincente" en países como Francia o Bélgica, ya que "la distancia entre el campo y la ciudad no es enorme".

"Pero en Nueva York, hay proyectos que funcionan bastante bien", asegura.

Para el investigador, las lámparas de sodio tradicionalmente utilizadas en los invernaderos aún tienen una larga vida por delante, pese a un rendimiento menor, por su precio entre dos o tres veces más bajo.

Para Collasse, el sistema de Vandecruys tiene posibilidades de desarrollo "en situaciones un poco futuristas", tanto en entornos climáticamente hostiles como en misiones militares, pasando por campos de refugiados, gracias a contenedores debidamente equipados.

Urban Crops rebosa de ideas para la venta de infraestructuras, tanto a laboratorios farmacéuticos para plantas medicinales, como a supermercados interesados en una producción fresca sin gastos de transporte, pasando por zonas remotas de Escandinavia, por ejemplo.

Por el momento, los clientes están sobre todo interesados en estructuras modestas con la intervención todavía de seres humanos. Por ejemplo, un reconocido restaurador que quiere controlar el sabor de sus ingredientes, como el de la rúcula de este laboratorio, que explota en la garganta.

De hecho, ajustando las diferentes variables, como el color y la intensidad de la luz, los nutrientes o la temperatura, se puede modificar el tamaño o la intensidad de los sabores.

Y, de cara a un público atraído por la producción local, también existen sistemas individuales de estanterías con diodos, vendidas para cultivar en las cocinas de particulares minitomates o hierbas aromáticas. El gigante sueco del mobiliario, Ikea, ya se ha lanzado en esta aventura.

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