“Ninguna petrolera se preocupa por evitar el daño ambiental”

  • Lo asegura Pablo Fajardo, abogado de los pueblos indígenas de la Amazonia de Ecuador contra el gigante Texaco. La suya es una historia que bien podría llevarse al cine si consigue ganar el caso que tiene entre manos.
Sara Acosta

La suya es una historia que bien podría llevarse al cine de ganar el caso que tiene entre manos. Pablo Fajardo se enfrentó hace 18 años nada menos que al gigante petrolero Chevron (hoy Texaco) por bañar de crudo la Amazonia ecuatoriana y dejar residuos de 300 pozos petrolíferos en carreteras, acuíferos e “incluso en nuestra ropa”, explica este antiguo recogedor de restos de palma africana convertido en abogado. 

Fajardo ha estado esta semana en Madrid para dar una conferencia en Casa América sobre los efectos de la deforestación y la contaminación en la Amazonia.

La huella tóxica y de enfermedad (se registraron 2.000 casos de cáncer tras el paso de la multinacional) que dejó la compañía tras de sí empujó a este humilde trabajador a aceptar la ayuda de los sacerdotes capuchinos para estudiar Derecho por correspondencia y sentar a la empresa en el banquillo por daño ambiental.

La multinacional estadounidense había arrasado 5.000 kilómetros cuadrados de tierras vírgenes, hogar de dos pueblos indígenas -los Teetetes y los Sansahuari- y dejado tras de sí residuos tóxicos en ríos y suelos.

“Había cientos de piscinas de crudo que apestaban el trayecto de mi casa al trabajo y las cortinas de humo por la combustión caían en partículas a las casas. No había nadie a quien recurrir, en aquella época las autoridades estaban controladas por la empresa”, explica Fajardo.

Se licenció apenas unos días antes de que arrancara el juicio en Ecuador. Era él solo frente al hercúleo arsenal de abogados del gigante petrolero.

El proceso legal se celebró en ese país “por petición de la propia compañía, que en esos años tenía mucho poder y pensó que podría deshacerse del juicio inmediatamente, pero se equivocó porque hubo una vigilancia constante de la gente para evitar que los jueces actuaran de forma antijurídica”, explica Fajardo.

A esa toma de conciencia común atribuye este hombre menudo el éxito de la comunidad indígena contra la empresa. “Es posible lograr justicia cuando la gente es capaz de despojarse de intereses particulares y buscar intereses comunes. Cada pueblo tenía su propio idioma, costumbres, mitos, religiones; parecía imposible que un quechua se uniera a un mestizo como yo, pero la gente pensó que lo que estaba en juego era la vida y eso valía más que cualquier otra consideración”.

El pasado mes de febrero, la justicia ecuatoriana dio la razón al heterogéneo grupo de la acusación y Texaco fue condenada al pago de una multa de 8.600 millones de dólares y a pedir disculpas públicas a los pueblos indígenas de la Amazonia ecuatoriana.

De no entonar este mea culpa, la multa se duplica. La compañía ha recurrido la sentencia. La acusación también, al estimar insuficiente esta cantidad para reparar los graves daños ambientales sobre la región. “No pedimos dinero para la población, sino que la empresa asuma sus responsabilidades y repare el daño que ha hecho”, añade Fajardo.

Para este experto en catástrofes ambientales no hay modo de evitar el daño de la extracción de petróleo en los ecosistemas. “Decir que hay tecnología limpia, puntera y sana que evite los impactos ambientales de la industria petrolera es engañarnos”. El mejor ejemplo es el reciente vertido de la compañía BP en el golfo de México.

“La tecnología para sacar petróleo a kilómetros de profundidad era impresionante, y cuando hay un accidente que puede evitarse, pero pese a todo es un accidente, la empresa tarda cuatro meses en encontrar un tapón para el orificio. Ninguna empresa se preocupa por evitar el daño ambiental, sino sólo por encontrar petróleo”, afirma el abogado.

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