Chávez o la irracionalidad

    • Rafael del Naranco es un periodista y escritor español afincado en Caracas desde los años 70
    • Ha sido director de la revista Elite, columnista y director del diario caraqueño El Mundo
    • También ha sido corresponsal de El Mundo (el diario español) y es colaborador de lainformacion.com
Maduro dice que Chávez comienza su mandato el 10 de enero y puede jurar después
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Rafael del Naranco
Rafael del Naranco

Se mire por cualquiera de los lados de un poliedro - al momento de hablar del egocentrismo de Hugo Chávez -, lo menos que se puede decir sobre tan estrambótica personalidad, es la inopia obtusa que impera en su cerebro.

No es lelo, su listeza bravucona proviene del poco o ningún sentido que tiene del ridículo. Si a esto se le añade que posee una de las fortunas más grandes del planeta, la proveniente del petróleo que dilapida él solito, tendremos un claro matiz de su alicaído autorretrato.

Los ya 15 años de su gobierno absolutista han llevado al país a un cataclismo administrativo de proporciones abrumadoras. La miseria sigue campando a sus anchas al no poseer el Gran Líder ideas claras de economía. Hace dádivas, no distribución justa de los millones de dólares que tiene en los bolsillos. Sus ministros no representan una realidad administrativa; son los correveidile de absurdas decisiones. Ha creado, a cuenta de su poder bancario, una legión de paupérrimos seguidores, que por una subvención caritativa le siguen a ciegas. Esa es su soberanía plena, más las fuerzas armadas.

El Ejército venezolano y los amplios grupos de milicianos armados hasta los molares, son el otro sostén de su megalomanía alocada. A los militares los ha llenado de armamento, les ha insertado en los puestos del gobierno, donde manejan considerables presupuestos, y éstos lo retribuyen afirmando a voz en grito que "las Fuerzas Armadas son bolivarianas y chavistas". Es decir: la máxima genuflexión ante la potestad única: la persona del Presidente Comandante.

Los milicianos representan su guardia pretoriana. No tienen otro jefe que Chávez y han jurado defenderlo hasta la muerte o más allá, si vive aunque sea vegetativamente en una cama de La Habana.

Mientras tanto, el país se desangra. Durante el año que se fue, 21.692 personas han sido exterminadas. Una guerra no contabilizada en los mentideros políticos del mundo. En los últimos días de diciembre, 420 venezolanos perdieron la vida en las calles de Caracas.

El personaje es un sabueso político, pero sin olfato. Sus ideas en el campo socioeconómico no llegan más allá del conuco, la pequeña tierra cultivada por los campesinos.

Según él, no hay opositores sino enemigos. Y con éstos no se dialoga, sino que se les apunta con un fusil y se les destroza. Cree haber venido al mundo, como Jesús, Mahoma o Buda, a reverdecerlo.

Nada se hace con votos, sino con botas. Sobran las palabras cuando hay espadones. El Máximo Decididor gana elecciones, cada una de ellas manejadas y untadas de bolívares.

Está convencido de haber sido ungido por los dioses para hacer la más grande revolución que vieron los siglos después de la de su venerado padre psíquico Fidel Castro, el hombre donde el inmovilismo se momificó.

Ahora Hugo, enfermo en La Habana – actualmente la capital de Venezuela – sigue gobernando entubado en una cama. Las órdenes para Caracas vienen vía Fidel y Raúl, y allá van a recibirlas, como en una peregrinación pagana, el vicepresidente Nicolás Maduro, y el presidente de la Asamblea Nacional, Diosdado Cabello. Dos ineptos políticos, serviles falderos del moribundo.

Dadas las circunstancias políticas actuales en el país caribeño, sin una oposición coherente y un oficialismo rodilla en tierra, Chávez debe seguir tutelando a Venezuela hasta que su cuerpo se pudra o deje de estar –si muere– congelado. Los dos ancianos amarillentos que gobiernan la isla que se muerde la cola, no pueden permitirse el lujo de que su veedor económico desaparezca de la faz la tierra.

Esto no parece algo esperpéntico, sino que lo es, está ahí, y se puede hurgar para desgracia del pueblo de Simón Bolívar, Francisco de Miranda y Andrés Bello.

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