ESMA: los horrores de la mayor cárcel de la dictadura argentina contados por un superviviente

    • Mario Villani estuvo en cuatro centros de detención y tortura del régimen del general Videla.
    • Tuvo que reparar un instrumento de tortura para evitar un sufrimiento mayor a sus compañeros.
Estas fotos forman parte de los documentos sobre víctimas de los "vuelos de la muerte" durante la dictadura militar argentina (1976-1983)
Estas fotos forman parte de los documentos sobre víctimas de los "vuelos de la muerte" durante la dictadura militar argentina (1976-1983)
EFE/Archivo

Mario Villani paró el coche ante un semáforo en rojo cuando, de repente, varios vehículos le rodearon y bajaron unas personas vestidas de paisano. Le apuntaron a la cabeza con un arma y le trasladaron a uno de sus coches.

"Fue un susto enorme. Primero pensé que me estaban asaltando, pero enseguida me di cuenta de que me estaban secuestrando", rememora para lainformacion.com uno de los 5.000 presos que pasaron por el mayor centro de detención ilegal de la última dictadura argentina. Villani es uno de los que sobrevivieron. Otros fallecieron, al parecer, en los 'vuelos de la muerte', lanzados al mar.

"Yo estaba militando [políticamente] y una de las cosas que yo estaba haciendo era denunciar los secuestros. El país era todo un gran campo de concentración. Oponerse a la dictadura y hablar en contra era ponerse en riesgo de pasarme lo que me pasó", explica. Quienes le arrestaron le acusaron no solo de "subversivo", sino de "terrorista". Su único pecado había sido plantar cara al régimen del general Jorge Videla, fallecido este viernes de muerte natural, a los 87 años de edad, mientras cumplía una condena de cadena perpetua por los crímenes cometidos durante su mandato.

Tenía 38 años y los siguientes cuatro años permanecería en hasta cuatro centros de detención y tortura. Llegó con sus captores a la primera cárcel ilegal sin poder comunicarse con su mujer, a la que no volvería a ver en años. Permaneció encapuchado y "tirado en el suelo durante meses" en el Club Atlético (reconvertido en prisión para los opositores) antes de que le adjudicaran la tarea de hacer un resumen de prensa diario para los oficiales que le torturaban.

Le trasladaron a un par de "campos de concentración" más hasta que fue a parar a la ESMA, la Escuela de Mecánica de la Armada de Buenos Aires reconvertida en la que hoy se conoce como la mayor cárcel ilegal de la última dictadura argentina.

"Para mí fue todo el mismo campo, visto desde la distancia temporal. La ESMA también fue un campo muy duro, pero ahí vi la posibilidad de salir porque había gente que había salido en libertad. En los otros, muy poca había salido", indica Villani.En la ESMA torturaron a 5.000 opositores de la dictadura de Videla sin informar a sus familias

Al llegar a la ESMA, permaneció encapuchado en un altillo junto a otra quincena de presos que, como él, apenas podían moverse. No solo no podían ver, sino que además estaban esposados y con grilletes en los tobillos.

"Para ir al baño me tenían que llevar, iba arrastrando los grillos", recuerda. "Tenía que bajar las escaleras y más de una vez caí. Aparte de los golpes de la caída, recibía los golpes que me daban por haberme caído. Y si no me caía, los guardias que pasaban al lado se divertían golpeándome". A él y a todos sus compañeros, que solo podían retirarse la capucha para comer o en el momento de hacer sus necesidades.

Cuando le trasladaron a una planta inferior, permaneció encapuchado y su cama se reducía a una colchoneta de espuma de goma tirada en el suelo, con una manta "maloliente, vieja y medio rota que se suponía que servía de abrigo en invierno".

Por fin llegó un momento de relativa libertad. Ya podía ver, caminar y realizar tareas de nuevo. Dormía con otros compañeros en una zona con camas y durante el día trabajaban en lo que les mandaran en "la pecera, una especie de oficinas cuyas paredes eran transparentes para que pudieran vernos". Él pasó a hacer reparaciones, debido a su preparación como físico.

Ya en El Banco (otro centro de detención) se había visto forzado a reparar no solo equipos de electrónica inofensivos como radios o tocadiscos, sino también el instrumento de tortura que utilizaban (la picana). Cuenta que fue "muy duro" hacer eso, pero parece que no le quedó más remedio.

"Originalmente me negué a hacerlo. Dije [a un oficial] que yo no podía reparar un instrumento de tortura y pensé para mis adentros 'aquí me matan'. Pero este hombre fue más sutil: cuando estaban torturando a una persona sin la picana, lo hacían con un cable conectado directamente la corriente eléctrica, a un enchufe de la pared. Eso puede ser mucho más mortal", explica.

"Cuando el torturado entraba en coma y lo llevaban a la enfermería para recuperarlo y seguir torturándolo, lo hacían pasar por delante del taller donde yo estaba trabajando para que lo viera. Estaba produciendo daños muy grandes, incluso la muerte"."Nos sentamos a la mesa con los dos represores y tomamos cerveza con mi esposa en una 'amable' reunión social"

Un buen día, sin previo aviso, le llevaron dos hombres a su casa. Era agosto de 1981 y desde su detención clandestina el 18 de noviembre de 1977, Villani solo había podido hablar con su esposa en dos ocasiones.

Ella sabía que algo iba mal, porque él había desaparecido sin más un día y un mes después Mario se había encargado de explicarle por teléfono en una suerte de mensaje en clave que había decidido iniciar una nueva vida en el interior del país para dedicarse a sí mismo. "Imagínate la sorpresa y el susto que se pegó mi entonces esposa [cuando nos vio aparecer aquel agosto]", comenta.

"Nos sentamos a la mesa con los dos represores, mi esposa fue a comprar una botella de cerveza y estuvimos tomando una cerveza en una amable reunión social. Y le dijeron a ella que si me comportaba adecuadamente, después de un tiempo me liberarían". E igual que llegaron, se volvieron a ir.

Tuvo algún encuentro más de este tipo con su familia, hasta que poco a poco le fueron dejando más libertad de movimiento. La primera vez que se pudo quedar a dormir en casa no le pusieron vigilancia. No la necesitaban, pues la amenaza velada que formularon fue más elocuente que cualquier coche aparcado a la puerta: "Te puedes escapar, pero encárgate de llevarte a tu familia".

Era 1981 y "con el tiempo quedé en libertad, entre comillas". No se sintió realmente libre hasta que pudo testificar contra sus torturadores en 1984 ante los tribunales.

Entre los números 8151 y 8416 de la larga Avenida del Libertador en el norte de Buenos Aires, la Escuela de Mecánica de la Armada funcionó como un "Centro Clandestino de Detención, Tortura y Exterminio" en los años 70 y hasta que en 1983 cayera la dictadura, según atestiguan las organizaciones de Derechos Humanos argentinas.

A sus 72 años, Mario Villani es un abuelo tuitero y feliz en Miami Beach (Florida), adonde se trasladó hace ya casi una década tras su hija y su yerno. Ni él ni Rosa Mari, su actual mujer, querían perderse la infancia de sus tres nietos.

La rabia y el rencor quedaron atrás hace tiempo."Estoy viviendo y disfrutando algo que suponía que la acción de la dictadura iba evitar. No lo lograron ni conmigo ni con tantos otros".

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