Los millonarios rusos colonizan los paraísos costeros de Italia

  • En los tres primeros meses de 2010, la embajada italiana en Moscú emitió 52.000 visados a rusos. La gran afluencia de dinero ruso ha obligado a las pequeñas poblaciones costeras a adaptarse a la demanda de sus nuevos patronos, con razón: Los ciudadanos rusos representan el 83 por ciento de los ingresos por turismo que recibe Italia.
La princesa Margarita de Inglaterra ya se bañaba en Costa Esmeralda (Cendeña) en 1967.
La princesa Margarita de Inglaterra ya se bañaba en Costa Esmeralda (Cendeña) en 1967.
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Silvia Marchetti | GlobalPost

(Roma, Italia). Ischia y Capri, dos pequeñas islas en el Golfo de Nápoles, están enfrentadas por un montón de dinero; es decir, por el dinero ruso.

Ischia, un destino turístico de baños termales y spas, se queja de que sus clientes rusos prefieren ir de compras a la isla vecina porque tiene una oferta más amplia de boutiques de lujo. En ambas islas casi todos los hoteles y restaurantes cuentan con menús escritos en alfabeto cirílico y tienen camareros que hablan ruso, al tiempo que la mayoría de los negocios muestran sus precios tanto en euros como en dólares.

El esfuerzo bien vale la pena. Conseguir atraer a los turistas de Rusia es un negocio lucrativo para Italia. Y, de hecho, muchos de los lugares más hermosos y caros han sido ya virtualmente colonizados por ellos.

Son la nueva nobleza de la antigua Unión Soviética: hombres de negocios multimillonarios, banqueros e inversores que viajan a lo largo de la península en limusinas, yates y helicópteros (por 2.000 euros la hora), eligiendo los escenarios más románticos para comprar castillos y propiedades frente al mar de ensueño.

Gracias a su dinero (dólares, nada de tarjetas de crédito), los lazos comerciales entre italianos y rusos están más boyantes que nunca, ayudados por la "amistad especial" entre el primer ministro Silvio Berlusconi y el presidente Vladimir Putin (las hijas de este último son invitadas habituales del magnate mediático italiano reconvertido en político).

El número de rusos que pasan sus vacaciones en Italia ha eclipsado a los estadounidenses, que comenzaron a llegar masivamente tras la II Guerra Mundial.

En los tres primeros meses de este año la Embajada de Italia en Moscú emitió 52.000 visados a rusos que iban a viajar al país mediterráneo por vacaciones o negocios. Según datos paralelos del Banco Central de Italia sobre llegada de turistas, durante el mismo periodo llegaron a Italia 23.000 estadounidenses, 23.500 franceses y unos 9.000 españoles.

La Riviera Adriática, en el norte; la elitista Costa Esmeralda, en Cerdeña, y los pueblos amalfitanos de Positano y Sorrento se han transformado en asentamientos de oligarcas rusos que se pasan meses viviendo en los hoteles de moda, alquilan casas de vacaciones por 100.000 euros al mes y desembolsan 20 millones de euros para comprar apartamentos en la playa. Y para pasar el tiempo, los multimillonarios moscovitas organizan fiestas carnavalescas y excursiones en submarinos privados.

En la ciudad de Forte dei Marmi, dos tercios de los edificios son la segunda vivienda de personas ricas con base en Moscú, según el periódico Corriere della Sera, lo que ha producido una aumento desproporcionado de los precios de las propiedades inmobiliarias y ha obligado a las autoridades municipales a aprobar una ley que garantiza la disponibilidad de cierta proporción de viviendas para los residentes locales.

La Oficina de Turismo de Italia ha registrado un aumento del 30 por ciento en el número de rusos que visitan las ciudades de Rimini y Riccione. Los vuelos chárter desde Moscú se han quintuplicado en los últimos cinco años.

Una reciente encuesta realizada por Global Refund señala que los rusos, que normalmente gastan mucho dinero en productos Made in Italy (como zapatos, ropa, joyas y vino "spumante", la versión italiana del champán), representan el 83 por ciento del mercado total del turismo en Italia en términos de gasto. Los rusos gastan más dinero en productos hechos en Italia que los ciudadanos de cualquier otro país europeo.

Los oligarcas rusos y los inversores en bienes inmuebles parecen tener cierta predilección por Italia. El propietario del equipo de fútbol británico Chelsea, Roman Abramovich, es cliente habitual (y socio) de uno de los complejos vacacionales más exclusivos de Cerdeña, Forte Village. El "resort" tiene unos 20 restaurantes y 40 hoteles y tiene unos ingresos de 75.000 millones de euros. Abramovich celebra cada año un campamento de verano del Chelsea Soccer School en el complejo, en el que participan jóvenes profesionales del famoso equipo inglés.

Abramovich es un visitante habitual de las islas italianas y se deja ver a menudo por las exclusivas zonas comerciales de Porto Cervo y Porto Rotondo, a donde llega en su yate Luna de 170 metros de eslora o en un jet privado que aterriza en la mansión de 1.200 metros cuadrados que se acaba de comprar en Cala di Volpe, que entre otras extravagancias cuenta con un embarcadero privado.

Otros rusos de alto perfil han seguido su ejemplo y también se han gastado millones de euros en propiedades en Italia. Entre ellos figuran Tariko Roustam, conocido como el Rey del Vodka; Alisher Usmanov, gerente del gigante petrolífero Gazprom; Vasili Anisimov, un productor de oro que le compró la casa a Veronica Lario, la ex mujer de Berlusconi; e Ildar Karimov, magnate de la televisión. Poseer una propiedad en uno de los lugares más exclusivos de Cerdeña se ha convertido en un símbolo de status entre la jet-set rusa.

Otro de los destinos de moda en Italia entre los rusos en Alberobello, en la región de Apulia. Allí, los promotores inmobiliarios de Moscú y San Petersburgo están gastando millones de euros en comprar viejas granjas y centenarias casas de piedra blancas, en forma de cono (conocidas como "trulli"), pese a estar consideradas Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.

En la "pequeña Rusia" de Italia hay incluso lugar para la espiritualidad: la iglesia de Liscia de Vacca, un pequeño pueblo de la Costa Esmeralda, acoge regularmente misas ortodoxas que celebra una autoridad eclesiástica rusa. Cada mañana, los habitantes del pueblo observan anonadados cómo el aparcamiento frente a la entrada del templo se llena de Ferraris y Mercedes Benz.

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