Los supervivientes del tsunami de Japón no quieren mudarse

  • Después de cien días del terremoto y tsunami que arrasó la costa este de Japón, muchos ciudadanos no quieren abandonar sus pueblos. El concepto 'ciudad de nacimiento' es muy fuerte en la cultura japonesa. Algunos vecinos ven el lado positivo: "la gente está más unida que nunca".
Muchos ciudadanos nipones no quieren abandonar sus pueblos.
Muchos ciudadanos nipones no quieren abandonar sus pueblos.
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Sonia Narang, Ishinomaki (Japón) | GlobalPost

En un centro de evacuación cerca de la costa, los supervivientes del terremoto y del tsunami del 11 de marzo duermen en mantas rodeados de cajas de cartón. Las mantas ayudan a separar el área ocupada por una familia de la siguiente familia.

No hay mucha privacidad y hay muy poco espacio. Pero a pesar de estas estrecheces y de las condiciones adversas, Kimiyo Ohashi dice que mudarse no es una opción.

"Nunca me plantearía irme", afirma Ohashi, que ofrece café a los visitantes de una máquina expendedora que hay en el gimnasio que se acondicionó para convertirlo en un refugio. "Ésta es mi ciudad natal".

Ohashi, un jubilado de 68 años de edad, perdió su casa y todas sus pertenencias cuando el tsunami lo arrasó todo. Forma parte de un gran grupo de evacuados que han decidido, a pesar de las dificultades, quedarse en los días y semanas después de la tragedia.

No lejos de allí, los ingenieros todavía están luchando para evitar que se produzca un accidente nuclear en la central de Fukushima Dai-ichi, pero el hecho de tener el peligro a menos de 160 kilómetros de distancia no parece disuadir a todo el mundo.

El concepto 'ciudad de nacimiento' tiene un significado especial para los que viven en los pequeños pueblos del Japón rural. No sólo evoca una ciudad, sino también la naturaleza y el paisaje que lo rodea. Muchas familias han vivido en Ishinomaki durante generaciones y dicen que no pueden abandonar el lugar donde están enterrados sus antepasados.

Ohashi ha optado por no moverse hacia el interior o hacia las grandes ciudades como Tokio u Osaka, que han acondicionado habitaciones del hotel y viviendas para las víctimas del tsunami.

Poco después del tsunami y el terremoto, un exclusivo hotel y el Gobierno metropolitano en Tokio se unieron para abrir 700 habitaciones de hotel para los evacuados. Pero un mes más tarde, sólo el 30 por ciento de las habitaciones estaban llenas. Ahora, a mediados de junio, esa cifra es de poco menos del 60 por ciento, según las autoridades de Tokio.

Según datos de las autoridades, hay 94 centros de evacuación en Ishinomaki, que albergan a cerca de 6.500 supervivientes. De una población original de 163.000 habitantes, unas 3.000 personas murieron en el desastre y otras 3.000 siguen desaparecidas.

Keiko Hoshi, de 30 años de edad y madre de dos hijos, ahora vive dentro de la escuela primaria Minato en Ishinomaki, donde las aulas se han convertido en dormitorios.

Dentro de una clase, una chica joven se sienta en la mesa del profesor con libros para colorear, un hombre escucha la radio y una pareja lee el periódico.

Para Hoshi y sus hijas, de 11 y 13 años, la única manera de resistir tres meses en un refugio de este tipo es entablando amistades con las decenas de personas que viven en la misma habitación. Ella organiza actividades artísticas y manualidades para los niños.

"Somos como una familia", afirma, cuando le preguntan si le resulta frustrante la falta de privacidad.

Al igual que los otros que viven en el refugio, explica que su plan y el de su familia es el de reconstruir sus vidas en Ishinomaki.

Muchos evacuados pasan los días buscando entre los restos que se mantienen en pie de los hogares que fueron engullidos por el agua. Otros, que vivían más cerca de la costa, todavía hacen viajes frecuentes a sus hogares destruidos para buscar sus pertenencias.

Y luego están los más desafortunados, como Satomi Oizumi, cuya casa fue arrasada por completo. Ella y su familia de cinco miembros se están alojando con su hermana en Sendai, pero regresan periódicamente a visitar el páramo donde una vez estuvo su casa.

Dice que es una forma de preservar su recuerdo del lugar que ahora tan sólo se reduce a bloques de cemento y cableado. No quiere olvidarse de la casa donde vivió su familia durante 26 años.

"Cuando visito este lugar vuelven a mi mente todos los recuerdos. En cierto modo, no quiero regresar, pero me siento atraída por este lugar", dice mientras permanece al lado de las ruinas de la que fue su casa, mirando a lo lejos cómo los tractores recogen los escombros.

Dentro de un edificio comunitario en uno de los centros de evacuación, los residentes locales miran montones de fotografías y álbumes de fotos manchados por el agua y recuperados por las fuerzas de defensa japonesas.

En Ishinomaki, las familias dependen la una de la otra. Hitoshi Yamanobe, un jardinero nacido y criado en Ishinomaki, dice que los lazos entre los residentes se habían debilitado en los últimos 40 años.

"Sin embargo, el terremoto cambió todo eso", asegura. "Ahora la gente está más unida que nunca".

Es el tipo de cercanía que no existiría si las familias se marchan a las grandes ciudades, donde serían forasteros, explica. "Tenemos nuestro propio dialecto, o nuestra manera de hablar".

Yamanobe cuenta que las tumbas de sus antepasados se encuentran detrás de un templo en el puerto de Ishinomaki. En el Japón rural, la gente cree que es un deber cuidar la tierra de sus antepasados.

También hay razones logísticas para quedarse donde están: el Gobierno ha emitido pagos en su favor y han perdido sus certificados de nacimiento que tienen que reeditarse.

La central de Ishinomaki es una ciudad fantasma llena de tiendas cerradas, semáforos inoperativos, ventanas rotas y pocos peatones.

"Llevará varios años", dice Yoshiaki Shouji, un concejal local. "Pero tenemos la intención de permanecer aquí hasta que eso ocurra. Vamos a seguir mejorando nuestra situación".

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