Pablo Ibar: "Estoy condenado a muerte por un vídeo borroso"

El padre de Pablo Ibar pide "más esfuerzos" para salvar a su hijo
El padre de Pablo Ibar pide "más esfuerzos" para salvar a su hijo

Mientras lee estas líneas, Pablo Ibar pasa sus horas "triste, solo, pensando si los míos se acuerdan de mí", en una celda de tres metros y medio de alto por dos de ancho. Un pequeño habitáculo en el que apenas puede abrir los brazos sin tocar las paredes, esperando a ser ejecutado. Así llevamás de 20 años el único español condenado a muerte en el mundo. Ibar lleva en la prisión de Raiford, en Florida, desde 2000 y, junto a él, otros cerca de 400 reos esperan su pena capital.

En junio de 1994, Pablo Ibar, hijo de un pelotari vasco que buscó fortuna en EEUU y madre cubana, fue detenido por la Policía en Hollywood, ciudad cercana a Miami (Florida) tras una redada relacionada con un asunto de drogas. Desde ese momento, hasta el día de hoy, nunca ha vuelto a estar en libertad. Pablo tenía entonces 22 años y se metía en líos. Vendía droga a pequeña escala, era un camello más de zona, "pero no era un asesino", como siempre ha asegurado. En el calabozo, un detective creyó ver su cara en el vídeo de un triple asesinato que se había cometido la noche anterior. "Te tengo", le dijo.

Fue acusado junto a un conocido, Seth Peñalver, de un triple asesinato: las camareras Sharon Anderson y Marie Rogers, y Casimir Sucharski, el dueño del club en el que trabajaban. Tras una deficiente defensa por parte de su abogado de oficio (que llega a ser arrestado por agresión) fue condenado a muerte. Enganchado a los ansiolíticos, el estado de su abogado, Kayo Morgan, durante el juicio fue tal que terminaría reconociendo en una carta posterior que no estuvo en condiciones de defender a Pablo. Tampoco pidió una prueba facial para demostrar que Pablo no era el hombre del vídeo. Ahora, un experto británico ha concluido que hay varios puntos en la cara de Pablo que no se corresponden con el rostro del asesino.

Ni el ADN, ni la sangre, ni las huellas corresponden con las suyas. La prueba era un vídeo borroso y en blanco y negro en el que la cara del asesino parece ser la de Pablo. "¡Estoy condenado a muerte por un vídeo borroso!", asegura Pablo. Peñalver, que sí consiguió un nuevo juicio, fue puesto en libertad hace unos meses después de casi 20 años en la cárcel al no encontrar el jurado ninguna prueba contundente que le implicara. "Estoy contento por su libertad, pero también impotente. ¿Cómo puedo seguir aquí? ¿Cómo, con las mismas pruebas, yo soy culpable y él inocente?, se pregunta Ibar. Sus pruebas eran las mismas que las de Pablo: un vídeo absolutamente borroso. Pablo tiene ya más de 40 años y espera una última oportunidad. Un juicio justo en el que poder demostrar su inocencia. Su condena es doble: primero, la muerte. Segundo, "pasar más de 20 años rodeado de asesinos y violadores" por unos crímenes que, él asegura, nunca cometió. "En el corredor de la muerte he visto cosas que jamás voy a contar a nadie. Ni a mi familia", cuenta Ibar. 

Silencio en el corredor de la muerte

Todo el mundo me pregunta lo mismo. ¿Es Pablo Ibar culpable o inocente? Siempre respondo con la misma frase: "No lo sé. No es mi papel ser juez, solo soy un periodista que le ha entrevistado". He estado dos veces en el corredor de la muerte de Raiford. Dos cara a cara junto a Pablo Ibar, la segunda de ellas sin mampara, alojado junto al preso y mi compañero Nacho Carretero en un pequeña sala destinada a las visitas de los abogados. Más de tres horas junto a Ibar no me hacen valedor de un juicio tan importante. Pero sí creo demostrado que nunca tuvo un juicio justo y que, en pleno siglo XXI, no se puede condenar a una persona a muerte cuando existen pocas o casi ninguna prueba concluyente en su contra.

Pablo transmite tranquilidad e incluso se le escapa alguna sonrisa cuando se le pregunta por Tanya, su mujer y también coartada. La pareja siempre ha asegurado que la noche en que se cometiron los crímenes estaban en casa de Tanya. Pasaron la noche juntos. También lo asegura una prima de Tanya y una hermana. Toda la familia lucha unida, junto a los hermanos y al padre de Pablo, Cándido, por librar al español de una muerte que cada día ven más cercana.

Tanya tenía entonces 16 años. Veinte años después sigue a su lado. Cada sábado recorre más de 800 kilómetros con su coche para visitar a Pablo. "Al principio la gente no entendía que siguiera con Pablo porque pensaban que él lo había hecho. Y eso nos hizo más fuertes. A mí me invadió una sensación de necesidad de ayudarle. Sabía que era inocente y no podía permitir que sufriera", explica la mujer, que no ha desfallecido ni un solo día en su apoyo a Ibar: "No es una cuestión de años, yo estaré con Pablo siempre, pase lo que pase. Mi futuro está con él. Las horas que comparto con él son las horas de mi vida". Pablo y Tanya estuvieron cuatro años sin poder tocarse, solo podían verse a través de un cristal. Así fue su boda, con una mampara de por medio. Pero nada ha podido separarlos. "No hay ninguna palabra que pueda explicar la suerte que tengo", asegura Pablo en relacióna a Tanya, y prosigue: "Hay muchas personas que están ahí fuera, libres, y que se pasan toda la vida buscando un amor verdadero y no lo encuentran. Yo aquí dentro lo he encontrado. No sé que hice en otra vida para merecer una mujer como ella. Ha dedicado su vida a mi. Me gusta decir que tengo la mejor y la peor suerte a la vez".

La vida en el corredor

Cada mañana, a las cinco y media, Pablo escucha en su celda la llegada del 'primer rancho'. "Los guardias nos dan el desayuno, pero yo me lo guardo para más tarde, porque a esa hora, con el frescor del amanecer, puedo dormir lo que no he dormido en toda la noche". Los presos reciben otras dos raciones al día (10:30 h y 16:00 h). Existe, además, una última comida, la que se ofrece al preso antes de ser ejecutado. Puede elegir lo que quiera, siempre que no exceda los 30 euros.

Después del desayuno, Pablo, junto con el resto de presos, es conducido esposado a las duchas. "Nos dejan ducharnos tres veces a la semana y cada ducha es de diez minutos. Cuando te quieres dar cuenta, cierran el agua". Sólo sale de la celda dos horas al día. "Aprovecho para pasear o hacer pesas. Después, de nuevo adentro. En la celda hago flexiones, boxeo contra el colchón... el deporte es una terapia no sólo física, sino mental".

Por la tarde, Pablo se dedica a leer e investigar sobre su caso, en busca de errores en su juicio, diseñando su defensa... "Hay que hacer de todo para no pensar, para estar distraído, si no, pierdes la salud mental. Casi todos aquí la han perdido. Nadie está sano", explica Ibar. La familia y los amigos son la cordura en medio del desasosiego. Pablo recibe la visita de Tanya cada sábado. "El apoyo de mi gente es más importante de lo que ellos jamás podrán imaginar", afirma.

Cuando la noche cae, a los presos se les permite ver la televisión (máximo 13'') o escuchar la radio en las celdas. "Por supuesto, si tienes tele o radio es porque te la has comprado tú", dice Ibar. Además, se emiten ritos religiosos en el circuito cerrado de televisión. "Yo suelo ver un rato la tele y después trato de dormir. Siempre sueño con la libertad, pero por la mañana, de nuevo el grito: Chow time!, que me recuerda que estoy aquí. Que vivo encerrado esperando la muerte".

Así se vive el día de una ejecución

"En silencio", dice Pablo. "Nadie habla. Se puede sentir en el aire que ese día es diferente. Porque mañana te puede tocar a ti. No te avisan, abren tu celda y te llevan a tu final. El preso pasa por delante de tu jaula escoltado por ocho guardias. Va pálido, con los ojos idos y nada rompe el silencio del momento. Esto es un doble castigo: uno, estar metido en una celda de dos por tres metros durante 20 años; y otro, que te quieran matar. No desearía esto ni a mi peor enemigo", explica Ibar.

Este mes el abogado de Pablo presentará las alegaciones ante el juez para que le concedan un nuevo juicio. Si se lo deniegan, sus bazas legales para evitar su ejecución se habrán agotado. Pero Pablo asegura que nunca tirará la toalla: "Pelearé hasta el último aliento que me quede por defender mi inocencia y por limpiar mi nombre. Yo no cometí esos crímenes",

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