La dura batalla de El Alamein por deshacerse de las minas

  • Una de las batallas emblemáticas de la Segunda Guerra Mundial, la de "El Alamein", todavía resuena setenta años después en Egipto, que sigue sufriendo los estragos de las minas.

Belén Delgado

El Alamein (Egipto), 23 mar.- Una de las batallas emblemáticas de la Segunda Guerra Mundial, la de "El Alamein", todavía resuena setenta años después en Egipto, que sigue sufriendo los estragos de las minas.

El desierto que se extiende a pocos kilómetros del mar en este área del noroeste del país parece una maléfica caja de sorpresas: En ese terreno, a simple vista uniforme, se esconden millones de minas y otros artefactos listos para estallar al menor roce.

Los lugareños saben que tientan a la suerte cada vez que se mueven por esas tierras en las que las tropas aliadas y del Eje combatieron a finales de 1942.

Las llamadas "ratas" lideradas por el mariscal británico Bernard Law Montgomery, se impusieron entonces a las fuerzas del alemán Erwin Rommel, el conocido "Zorro del Desierto", lo que supuso el primer gran triunfo del bando aliado y un punto de inflexión en la contienda mundial.

Ya lo dijo Winston Churchill: "Antes de El Alamein nunca tuvimos una victoria. Después de El Alamein nunca tuvimos una derrota".

En su lucha por controlar el norte de África y Oriente Medio, los ejércitos de ambos bandos minaron el campo de batalla para frenar el avance de los enemigos, que utilizaron bayonetas para tantear el suelo y poder abrir nuevas vías libres de artefactos.

Pese al fin del conflicto hace más de seis décadas, unas 8.300 personas han sido víctimas de explosiones en los últimos treinta años en El Alamein, entre las que se cuentan 7.600 heridos y 700 muertos.

A sus 83 años, Daud Masri ha perdido a trece familiares por los restos de esa guerra de terceros que a él le sirvió apenas para vender plátanos y naranjas a los soldados.

"Las minas están sepultadas en arenas movedizas y estallan en cualquier momento", explica Masri, que pide al presidente egipcio, Mohamed Mursi, que limpie la zona de esos artefactos y dé trabajo a los jóvenes, ya que la mayoría de la población está en paro o vive de pequeñas faenas.

Para atender ese tipo de demandas, Egipto se ha propuesto desde 2007 desminar unas 77.000 hectáreas, un objetivo que podría lograr a finales de 2016, calcula el director del programa nacional antiminas, Fathi el Shazly.

Los artificieros del Ejército egipcio ya han logrado limpiar parte de esa superficie, como las 11.000 hectáreas que esta semana las autoridades destinaron a la construcción de la nueva ciudad de El Alamein.

La ausencia de mapas sobre la ubicación de las minas dificulta aún más esta labor, no exenta de riesgos.

"En la guerra hubo mucho movimiento de combatientes, que solían colocar las minas de forma esporádica y sin seguir las normas rutinarias", detalla El Shazly, que critica a los países beligerantes por no asumir la responsabilidad de esos actos.

Y justifica que Egipto se niegue a firmar el Tratado de Ottawa de 1997 que prohíbe el uso, desarrollo, almacenamiento y transferencia de minas mientras no se reclamen primero fondos de reparación a los que han contaminado de esa forma.

"No se trata de caridad, sino de una obligación moral", recalca El Shazly, para quien la ayuda internacional sigue siendo "muy marginal".

Si Estados Unidos y Alemania han aportado uno y dos millones de dólares, respectivamente, el Reino Unido ha entregado unos 378.000 dólares y la ayuda de Italia se ha quedado en una promesa, asegura.

La ONU y países como Australia, Nueva Zelanda y Japón -involucrados en la II Guerra Mundial- son otros de los contribuyentes al programa egipcio, que en verano entrará en una nueva fase de tres años cuyo coste está calculado en veinte millones de dólares.

La mitad de los recursos se destinan a la asistencia de las víctimas, que abarca desde la colocación de prótesis para quienes han sufrido mutilaciones a su reinserción en el mercado laboral, explica la representante del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, Rania Hedeia.

La otra mitad se invierte en el desminado, la única opción que tienen los ciudadanos de perderle el miedo al suelo junto al que viven y que, pese a estar sin explorar, alberga campos cultivables y reservas de combustibles capaces de llevar la esperanza a El Alamein.

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