El Sabio, el Prudente o el Pasmado, la historia juzga a los reyes

  • El Sabio, el Prudente o el Pasmado son algunos de los apodos que han recibido los monarcas españoles tras su reinado. De otros no hay o, al menos, no todavía. Pero, ¿será recordado también don Juan Carlos con un sobrenombre? ¿Y con cuál? La historia, a buen seguro, tendrá la última palabra.

Por Paco Pardo

Madrid, 15 jun.- El Sabio, el Prudente o el Pasmado son algunos de los apodos que han recibido los monarcas españoles tras su reinado. De otros no hay o, al menos, no todavía. Pero, ¿será recordado también don Juan Carlos con un sobrenombre? ¿Y con cuál? La historia, a buen seguro, tendrá la última palabra.

La mayoría de los apodos reales han entrado en la historiografía española para resumir en una sola palabra el rasgo más distintivo de los atributos del monarca, ya fuera por su aspecto físico o estado anímico como por sus aficiones o dotes para algún arte o ciencia, o bien por su actitud ante el pueblo o por su labor en la gobernanza.

Así nacieron los apodos de el Hermoso para Felipe I de Habsburgo o de la Loca para su mujer Juana I de Castilla; del Sabio para Alfonso X de Castilla o el Cazador para Juan I de Aragón; del Casto para Alfonso II de Aragón y del Piadoso para Felipe III o del Cruel para Pedro I de Castilla y el Fraticida para Enrique II de Castilla.

Apodo es una palabra que hunde su raíz en la acepción latina "putare", que significa juzgar. Por eso todos los apodos reales encierran juicios de los hombres que los ensalzaban, si eran partidarios, o los denigraban, si eran detractores.

Con toda certeza, a muchos de los reyes no les hubiera gustado quedar retratados para la posteridad por los apodos que dejó la historia, pero poco pudieron hacer después de muertos.

Que se lo digan, si no, a Alfonso Florilaz de León y Galicia, conocido como el Jorobado; a Bermudo II de León, el Gotoso; a Sancho I, el Craso; a Luis I de Navarra, el Testarudo o el Hosco; o a Ordoño IV de León, el Malo, o a Ramón Berenguer II, Cabeza de estopa. Y, sobre todo, a Enrique IV de Castilla, el Impotente.

¿Y adivinan cómo sería Wifredo el Velloso?

Mejor parados salieron, sin duda, Luis I, el Bien Amado; Alfonso V de Aragón, el Magnánimo; Jaime II de Aragón, el Justo; Alfonso IV de Aragón, el Benigno, o Fernando I, el Honesto.

Las creencias católicas han servido también para bautizar a varios reyes españoles dentro y fuera de las pilas.

Fernando III de Castilla pasó a la historia como El Santo porque fue muy devoto, hasta el punto de que fue canonizado por el Papa Clemente X en 1671. Después vinieron los Reyes Católicos (Isabel I de Castilla y Fernando II de Aragón), llamados así mediante título conferido por el Papa valenciano Alejandro VI.

Y no faltó un rey apodado el Monje (Ramiro II de Aragón) y otro el Diácono (Vermudo I de Asturias).

También la acción política durante el reinado sirvió para que Felipe II fuera conocido como el Prudente, al mantener íntegro el imperio heredado gracias a sus decisiones moderadas, y a Alfonso III su talante liberal y tolerante le valió el de El Franco.

El apodo de Carlos II, un rey enfermizo, solitario y muy influenciable, es uno de los más famosos: el Hechizado. Se debió a su afición a la brujería e influencias diabólicas, a lo que se sumó su cara de alelado y una corta inteligencia que atribuyen a ser fruto de los sucesivos matrimonios endogámicos del linaje de los Austrias.

Su aspecto poco agraciado ayudó también a que Felipe IV fuera conocido como el Pasmado, aunque la mercadotecnia política de la época le buscó otro más correcto: el rey Planeta.

Por sus dotes de equidad y honradez en su vida privada y pública Fernando I de Aragón pasó a la historia como el Honesto; y por su afición por la bebida, el pueblo español creyó que lo mejor para llamar a José I de España, hermano de Napoleón, era conocerlo como Pepe Botella.

Casi todos los reyes borbones han pasado a la historia con un seudónimo. El primero fue Felipe V, el Animoso, porque en la campaña de Milán y la guerra de Sucesión se puso al frente de sus tropas en batallas decisivas, jugándose la vida, lo que le valió la admiración del pueblo.

Fernando VI fue el Justo, por su forma de gobernar distante del despilfarro y la grandiosidad, y acorde con la vida del pueblo, y a Carlos III se le conoció como el Político, por sus grandes dotes diplomáticas, o el Ilustrado porque modernizó la sociedad bajo un programa ilustrado.

Por dejar el gobierno en manos de su mujer, al ser un hombre de poca energía, Carlos IV pasó a ser el Consentidor.

Fernando VII fue para sus partidarios el Deseado por el gran apoyo popular que obtuvo al principio de su reinado tras Pepe Botella. Para sus detractores, en cambio, fue el rey Felón por considerarlo cruel y malvado.

A Isabel II, de la que las crónicas contaron muchos aspectos privados, el escritor Benito Pérez Galdós la llamó la de Los Tristes Destinos, quizá por todos los sinsabores que le dio la vida como los descendientes que vio morir, la guerra carlista y su exilio por la presión de los militares.

Su hijo Alfonso XII fue conocido como el Pacificador por arreglar todas las luchas internas después de restaurar la monarquía tras el Sexenio Revolucionario, y de Alfonso XIII, abuelo de don Juan Carlos, se le atribuye el del Africano por la guerra del Rif que se vivió en lo último que quedaba del imperio: el norte de Marruecos.

Juan Carlos I, del que siempre se ha destacado su olfato político y un carácter campechano, dijo en una entrevista con motivo de su 75 aniversario que le gustaría que le recordaran como el Rey "que ha unido a todos los españoles". ¿Será este deseo el que cincele su apodo para la historia? El tiempo dirá.

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