"Que mi hijo nazca en EEUU", pide migrante de Cuba varada en Colombia

Después de tres abortos, Yadira Torres pensó que nunca tendría hijos. Pero en medio del tumultuoso viaje que muchos en Cuba emprenden buscando un futuro mejor "ocurrió el milagro" y hoy, embarazada de seis meses, pide que su hijo nazca en Estados Unidos.

"Yo quiero llegar a Estados Unidos como todos los cubanos que estamos acá. Quisiera que mi bebé naciera allá", dice a la AFP en Turbo, un puerto del Caribe de Colombia donde más de 500 cubanos esperan desde mediados de mayo a que se resuelva su situación migratoria, complicada por mayores controles fronterizos en Panamá, Costa Rica y Nicaragua.

Esta enfermera de 24 años partió el 2 de noviembre pasado de La Habana, con su marido, Odeiki Hernández, de 37 años. Volaron a Guyana, de allí a Brasil, "donde se gestó el bebé", para viajar luego a Perú, Ecuador y finalmente a Colombia.

"Venimos en avión, lanchas, taxis, buses y hasta a pie", cuenta, como tantos cubanos que quieren aprovechar las ventajas migratorias que Estados Unidos les ha otorgado desde mediados de los años 1960 y temen perder con el descongelamiento de las relaciones entre ambos países.

La travesía fue "larga, dura y difícil. A veces sin tener dónde dormir, yo vomitando. En Colombia, la policía nos decía que pusiéramos dinero en el pasaporte o nos deportaban. De Cali a Medellín a él le quitaron toda la ropa, a mí no porque él se puso bravo", relata.

"Uno va dando relojes, cadenas, dinero, para poder seguir. A veces no teníamos ni para comer", agrega, convencida de que ahora debe "luchar" por su bebé.

No es la única que a pesar de las vicisitudes, mira el futuro con esperanza en esta bodega en Turbo adonde cada día llegan más cubanos, desde que el 9 de mayo Panamá restringió el ingreso de migrantes irregulares.

Mercedes Salazar se ríe cuando piensa que aún no llega a Panamá y sin embargo esa fue la primera ciudad que pisó tras salir de La Habana.

"El vuelo a Georgetown hace escala en Ciudad de Panamá. ¡Pero no podíamos salir del aeropuerto!", cuenta esta cubana de 38 años, que no pierde el humor tras un viaje endemoniado, durante el que como muchos migrantes sufrió robos y estafas, debió botar su equipaje y pasó hambre.

"Llegamos aquí pelados, sin dinero, sin celular, casi con lo puesto", subraya.

Los cubanos gastan entre 7.000 y 12.000 dólares para alcanzar suelo estadounidense, según estimaron. Xiomara Hernández, por ejemplo, vendió en 10.500 dólares su apartamento para financiar el viaje, algo que muchos confiesan haber hecho.

"¡Y hoy no tengo qué ponerme!", dice resignada esta mujer de 50 años, que se tiñó el pelo de negro "para no destacar tanto". Madre de un pelotero de la Serie Nacional de Béisbol de Cuba, asegura que su hijo, que emigró con ella, "quiere ponerse un día las medias blancas de los Chicago White Sox".

Otros migrantes no salieron de Cuba con Estados Unidos en la mira, pero las dificultades económicas en otros países latinoamericanos, como Venezuela, Ecuador, Brasil y Uruguay, los decidieron a tomar ese camino.

Algunos incluso participaron en misiones de médicos o profesores universitarios cubanos en Venezuela o Ecuador, y terminaron tan desencantados y empobrecidos que desertaron, dicen, mientras afuera llueve sobre Turbo, que desde finales de 2015 ha visto incrementarse el tránsito de migrantes, no sólo de Cuba, sino de Haití, Ghana, Congo, Senegal, Nepal, Camerún, Pakistán, Bangladés, Somalia.

En la bodega que un desconocido prestó a los cubanos, huele a tabaco y a encierro, el aire denso por la humedad y el calor. Desde que días atrás una persona drogada amenazó a todos con un cuchillo, en las noches se cierran las puertas y dos o tres hacen guardia afuera.

A veces se escuchan tiros en el Barrio Obrero de Turbo, donde pandillas se disputan el tráfico de drogas. Pero los cubanos están muy agradecidos con la comunidad, en 90% integrada por víctimas del conflicto armado que sufre Colombia desde hace más de medio siglo.

"Han llegado donaciones de ropa y comida y hasta gente trayendo de a cuatro, cinco huevos. Lo poco que tienen lo comparten", afirma Andy Sánchez, un cuentapropista de Remedios, de 45 años.

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