La pesadilla de una eritrea en su odisea hacia Europa

Selam estaba embarazada y quería para su hijo una vida mejor que la que le esperaba a ella en Eritrea. Por eso, con Europa en mente, emprendió un viaje a Sudán que se convirtió en una letanía de desgracias.

Fue golpeada, violada, encarcelada y herida, pero la joven, de 32 años, no ceja en su empeño, como miles de migrantes eritreos, etíopes y somalíes que intentan llegar al Viejo Continente.

"Sufrí todas las desgracias que una mujer puede vivir", cuenta Selam, en las oficinas de la Agencia de la ONU para los Refugiados (Acnur) en Jartum.

Casi 30.000 eritreos y etíopes llegaron a Italia desde el norte de África en 2015. Según la agencia de la ONU, la mayoría de ellos pasaron por Sudán.

"Todo el mundo pasa por aquí, sean cuales sean los riesgos", dice Selam con voz queda, estrechando entre sus brazos a su hijo de tres años.

La mayor parte de los migrantes cruzan la frontera porosa del este de Sudán para ir a Jartum, donde pagan a traficantes de seres humanos con la esperanza de que los lleven a cientos de kilómetros de allí, a las costas libias, para probar suerte cruzando el mar hasta la ansiada Europa.

Esta travesía por el Mediterráneo se cobró 3.800 vidas en 2015.

Selam ha quedado traumatizada por el viaje, que no la llevó a Libia.

Comenzó en abril de 2012. En el inicio de su séptimo año de servicio militar (que en Eritrea puede ser indefinido) la joven vio que estaba embarazada de tres meses.

Asqueada del ejército y con ganas de educar a su hijo en otro país, Selam aprovechó unas vacaciones para huir a Sudán.

En un lugar cercano a Kasala (este), unos hombres la obligaron a subir a una camioneta cargada de ametralladoras, recuerda.

La llevaron al Sinaí egipcio, donde ella y otras eritreas fueron vendidas a beduinos que durante siete meses las golpearon y violaron.

Las obligaban a llamar a sus familiares en Europa para pedirles el envío de 30.000 dólares a cambio de su liberación. "Mientras hacíamos las llamadas de teléfono nos pegaban", cuenta Selam, mirando fijamente al suelo.

Tan desesperada estaba que intentó huir. Los secuestradores le dispararon y la hirieron en una pierna.

Salem levanta un poco el vestido para mostrar una gran cicatriz que, según asegura, le causa dolor al caminar.

La joven dio a luz en el Sinaí. Sus secuestradores la liberaron a cambio de un rescate de 15.000 dólares pagado por la diáspora eritrea.

Pero su pesadilla continuó.

La abandonaron en el Sinaí. El ejército la detuvo y la envió a El Cairo, donde la encarcelaron. La embajada eritrea la repatrió a su país.

Y vuelta a empezar. Las autoridades la metieron entre rejas por haber salido ilegalmente del país. Al cabo de seis meses salió de la cárcel y decidió intentarlo de nuevo, rumbo a Sudán.

Entre su primer viaje y su regreso a Sudán en 2014, Jartum ha tomado medidas para intentar frenar el tráfico de seres humanos.

El país ha adoptado "leyes que sancionan este tipo de delitos y nombrado a fiscales especializados", informó a la AFP Hamed al Gizuli, jefe de la comisión sudanesa para los refugiados.

En 2014 Sudán se sumó a una iniciativa de la Unión Europea y de países del este de África para dar una respuesta coordinada al flujo migratorio.

Mario Lito Malanca, jefe de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) en Sudán, considera que el país ha hecho esfuerzos en esta lucha pero la "longitud de su frontera con los países vecinos" constituye un gran desafío.

"Las causas principales (de la migración) hunden sus raíces en el subdesarrollo, la pobreza, el desempleo", por lo que hace falta un enfoque "mucho más global", afirma Mohamed Adar, responsable de Acnur en Sudán.

En Jartum, Selam recibe ayuda y alojamiento de miembros de la comunidad eritrea, y cuidados médicos y comida de Acnur. Pero ella sigue soñando con irse "a cualquier sitio" donde reciba atención médica y pueda educar a su hijo.

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