El fracaso de May fuerza un juego de alianzas para un gobierno en minoría a punto de afrontar el Brexit

  • El terremoto político provocado en Reino Unido por la pérdida de la mayoría absoluta de los conservadores en las generales anticipadas en las que la primera ministra, Theresa May, esperaba una coronación ha revolucionado el panorama de un país que, además de no estar acostumbrado a gobiernos en minoría --el último data de finales de los 70--, está a punto de enfrentarse al territorio inexplorado de la salida de la Unión Europea.
EUROPA PRESS

Una votación convocada hace apenas siete semanas al albur de un dominio en las encuestas que anticipaban una victoria conservadora por aclamación se ha transformado en uno de los varapalos electorales más estrepitosos de la historia reciente. La responsabilidad recae sobre una May que, pese a su victoria pírrica, ha decidido formar un ejecutivo en solitario con el apoyo de los diez diputados del Partido Unionista Democrático (DUP, en sus siglas en inglés) de Irlanda del Norte.

Con 318 escaños, a la espera del recuento definitivo de la circunscripción londinense de Kensington, May ha perdido trece diputados en relación al resultado de 2015 y se ha quedado a ocho de una hegemonía que se daba por hecha. De ahí que el respaldo, aún por concretar, de los diez parlamentarios recabados por los unionistas del Úlster sea clave para una mandataria, a la que se le anticipa un futuro político breve.

Si su fracaso fue una sorpresa, aunque relativa, dada la evolución reciente de los sondeos, la recuperación del laborismo constituye una de las resurrecciones políticas más fascinantes de los tiempos modernos. Si al inicio de la campaña todas las encuestas anticipaban su aniquilación electoral, Jeremy Corbyn ha mejorado en las urnas el saldo de Gordon Brown y de Ed Miliband en sus respectivas candidaturas, con una representación parlamentaria que incrementó en una treintena de diputados.

RESULTADOS POR PARTIDOS

Su éxito contrasta con la decepción del Partido Nacional Escocés (SNP), que perdió un tercio de los asientos recabados hace dos años, hasta quedar en 35, parcialmente como consecuencia, según reconoció su líder, Nicola Sturgeon, de su demanda por una segunda consulta de independencia. De hecho, el principal promotor de la primera, el ex ministro principal Alex Salmond, se quedó sin asiento, como también el 'número dos' del partido, Angus Robertson.

La noche electoral también fue dura para el UKIP, que perdió su única silla y cayó en porcentaje de votos a un 2 por ciento que llevó a su jefe de filas, Paul Nuttall, a dimitir. Los liberal demócratas, mientras, ganaron cuatro parlamentarios más, hasta recabar doce, pero no lograron capitalizar el respaldo de los partidarios de la continuidad de Reino Unido en la UE y su hasta 2015 líder, el ex viceprimer ministro Nick Clegg, perdió su escaño.

Con todo, el desastre no alcanzó para ninguna fuerza política las dimensiones registradas por Theresa May, quien no puede hallar mayor responsable de la catástrofe electoral que su osada estrategia de haberse jugado la cita a la táctica personalista, una apuesta cuestionada por la plana mayor de su propio partido, que ha cerrado filas en torno a la líder, de momento, por no desestabilizar todavía más su feble posición.

SIN REMODELACIÓN

Como prueba, la remodelación integral de gobierno que la 'premier' había planeado para después de las elecciones ha tenido que quedar en el cajón, dada su reducida autoridad. Las cinco carteras más destacadas no cambiarán de titular, ni siquiera el Tesoro, cuyo responsable, Philip Hammond, se consideraba una baja segura. Además, May afronta una notable presión para cambiar su estilo como una mandataria huidiza, que confía meramente en su círculo más próximo y con una fijación por el control que raya con la obsesión.

La historia británica muestra que los gobiernos en minoría tienen corto recorrido, los dos últimos, en 1974 y 1977-79, no llegaron a los dos años, debido a que la insostenibilidad de su vulnerable posición forzó la convocatoria de elecciones. En el caso actual, con la cuenta atrás del Brexit ya en marcha, la inestabilidad constituye un lujo para un ejecutivo al que el tiempo se le acaba.

De hecho, May se ha arrogado a la convención constitucional que autoriza al partido que defiende su permanencia a intentar aprobar en el Parlamento el denominado Discurso de la Reina, es decir, el paquete de medidas legislativas preparado por el ejecutivo de turno, un baremo fundamental para demostrar su capacidad de aprobar leyes en el Parlamento y, por tanto, de garantizar la gobernabilidad.

El calendario de la Cámara de los Comunes lo tiene fijado para el 19 de junio y, a priori, están previstos seis días de debate en la misma semana en la que la Unión Europea tenía previsto comenzar formalmente las conversaciones para el divorcio británico, una de las grandes incógnitas de la campaña, convertida ahora en enigma dada la incertidumbre en torno a la capacidad del gobierno de sacar adelante el proceso.

AUTORIDAD

La extrema debilidad de Theresa May no ayuda, pero está obligada a demostrar que cuenta de autoridad, no solo porque lo que está en juego es la sostenibilidad de la segunda economía del continente, sino porque la propia autoridad que sea capaz de demostrar en Bruselas será clave para las negociaciones del divorcio.

Tras aguardar un año para sentarse siquiera a abordarlo, a la UE se le ha acabado la paciencia con una mandataria vulnerable en casa y con una posición sustancialmente débil para imponer exigencias, la misma que cayó en idéntica tentación que su antecesor con un adelanto electoral que, como el plebiscito comunitario, no era un clamor entre la ciudadanía, sino una apuesta en clave interna.

BREXIT

Su fracaso deja en el aire el arranque mismo de la legislatura e, inevitablemente, amenaza el equilibrio de poderes necesario para un Brexit que solo podría prorrogarse si existe unanimidad entre los veintisiete socios, que tendrían que admitir demoras en el proceso de dos años que empezó a contar el pasado 29 de marzo.

Una de las claves es cómo afectará al grado de dureza de la salida, sobre todo si el varapalo a May se interpreta con un rechazo del electorado a la ruptura dura planteada por la primera ministra con la salida del mercado único, de la unión de aduanas y de la jurisprudencia del Tribunal Europeo de Justicia.

Su escuálida mayoría parlamentaria la obligará a pactar cada medida, una inevitabilidad que amenaza con prolongarse irremediablemente y aumentar las posibilidades del temido escenario del precipicio, es decir, una salida sin acuerdo.

PARTICULARIDADES DEL NUEVO PARLAMENTO

Además, estas generales han quebrado la tendencia del auge de nuevas propuestas que, cada vez más, amplían la oferta ideológica y de siglas para los votantes. La peculiaridad británica es que el bipartidismo no solo continúa, sino que se refuerza. Siete años después del primer parlamento sin mayorías absolutas desde principio de los 70, conservadores y laboristas han extendido sus tentáculos hasta reducir a sus rivales a la mínima expresión, al haber acaparado el 81 por ciento de los votos, un dominio que no se alcanzaba desde hace más de treinta años.

La participación rozó el 69 por ciento, la más alta desde la primera victoria de Tony Blair en 1997, aunque tres puntos por debajo de la del referéndum de año pasado. Mención especial merece la movilización de los jóvenes, que pasó del 45 por ciento de 2015 al 72 por ciento, por encima de la media, un incremento que definitivamente contribuyó a al éxito del laborismo. Además, las representación de mujeres supera por primera vez la barrera de las 200, habrá 201, y la de minorías étnicas.

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