Niños ecuatorianos sueñan con ir al Bernabéu para marcarle un gol al cáncer

  • Cientos de niños ecuatorianos, cuyos hermanos padecen cáncer, viven el fútbol como una terapia efectiva para sobrellevar la tristeza y la preocupación que ese mal causa en sus familias, y algunos de ellos sueñan con ir al estadio madrileño Santiago Bernabéu para marcarle un gol a la enfermedad.

Fernando Arroyo León

Quito, 5 jun.- Cientos de niños ecuatorianos, cuyos hermanos padecen cáncer, viven el fútbol como una terapia efectiva para sobrellevar la tristeza y la preocupación que ese mal causa en sus familias, y algunos de ellos sueñan con ir al estadio madrileño Santiago Bernabéu para marcarle un gol a la enfermedad.

Se trata de un proyecto de la Fundación "Cecilia Rivadeneira" (FCR), una organización no gubernamental integrada por jóvenes que se han propuesto hacer todo lo que esté en sus manos para apoyar, de manera integral, a niños con cáncer y a sus familias.

Wilson Merino, el joven director de FCR, deberá estar este 20 de junio en la capital española para firmar el convenio que permitirá a 15 niños ecuatorianos con cáncer visitar en septiembre el Bernabéu para jugar y departir con las estrellas del Real Madrid.

La Fundación del equipo merengue apoya desde hace algún tiempo el proyecto, que ha creado una escuela de fútbol donde se acoge a los hermanos de los niños con cáncer.

Y es que, según investigaciones de esta Fundación, son los hermanos de niños con cáncer el sector más vulnerable y afectado anímicamente por la enfermedad.

Levantar el ánimo de los hermanos también ayuda a los niños con cáncer y por eso mediante la escuela de fútbol, apadrinada por la Fundación Real Madrid, se intenta devolverles el "protagonismo de pertenecer al mejor equipo del mundo", señaló Merino, convencido de que el optimismo y la perseverancia pueden incluso "vencer al cáncer".

Emilio Butragueño, un exjugador y ahora directivo del Real Madrid, ha estado un par de veces en Quito e incluso ha jugado con los niños de la escuela, que viste de blanco.

La FCR no sólo tiene como padrinos a los del Madrid, sino que también mantiene alianzas estratégicas con el Instituto Gesundheit, del médico y payaso estadounidense Patch Adams, y con la Universidad de las Américas en Quito.

Merino contó a Efe que la FCR lleva el nombre de su madre, Cecilia Rivadeneira, una mujer que padeció y murió de cáncer, pero que imprimió en sus hijos y allegados el ímpetu por ayudar a levantar el ánimo de quienes sufren la enfermedad, que por momentos parecen estar condenados también a la soledad y la tristeza.

Unos 500 niños al año son asistidos por decenas de voluntarios que integran la FCR, a quienes no les importa disfrazarse de payasos o hacer malabares para alegrar en algo la existencia de los niños.

Uno de esos voluntarios es Juan Carlos Moreno Ramos, un joven que estudia medicina en la Universidad Central (estatal) en Quito y que ya lleva nueve años en la Fundación.

La alegría surge de su rostro de forma natural y, no es para menos, ya que él sabe que tener el ánimo en los más alto posible puede incluso más que las medicinas y la tecnología.

"Fui un paciente con cáncer, me detectaron un tumor en la pierna derecha y el médico que en su momento me vio, entre el año 2000 y 2001, me dijo que tenía ocho meses de vida y que tenían que cortarme la pierna", relató Moreno.

Durante su largo tratamiento se involucró con las acciones del voluntariado y fue entonces cuando empezó a derrotar al cáncer.

Estuvo a punto de morir, "pero el deseo de vivir ha sido tan grande" que le permitió vencer la enfermedad, dijo.

Ahora su tiempo lo dedica "a vivir" de manera intensa en cada gestión que realiza, ya sea en la universidad o en la música que practica, pero es la actividad de ayuda la que le marca sus días.

"Cada año tengo que ir a un control médico para prevenir la enfermedad y en el último que hice el doctor que me atiende me dijo que estoy perfectamente curado", contó con mucha serenidad.

Recuerda que en sus tiempos de enfermedad no tuvo quien le acompañara, por eso él y decenas de otros jóvenes ahora cumplen esa función.

"Hacer reír o jugar a estos niños motiva mucho y son en estos momentos cuando ellos se olvidan de la enfermedad", pero también "ayuda muchísimo a las familias", porque tienen ese tiempo "para respirar", afirmó Moreno.

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