OPINION

Repsol y Naturgy se tiñen de verde tras 'matar' PP y PSOE a las renovables

Nuevo logo de Gas Natural, ahora Naturgy
Nuevo logo de Gas Natural, ahora Naturgy
La Información

Más allá de la infame conspiración de Sánchez e Iglesias para ‘podemizar’ RTVE, las grandes multinacionales españolas intentan vencer el cortoplacismo inherente a la mediocre política española y diseñar una hoja de ruta de medio plazo que garantice su posición de privilegio en el mercado. Y ahí dos de los gigantes energéticos del país, Gas Natural y Repsol, presentaban esta semana sus credenciales, tras los últimos vaivenes en el capital y en la estrategia, respectivamente. De este modo, la histórica firma catalana, tras la salida del accionariado de la propia Repsol y la entrada del fondo CVC, remodelaba su cúpula con la llegada de Francisco Reynés -hombre de confianza de Isidro Fainé- y redefinía todo su plan de futuro. Por su parte, la petrolera de Antonio Brufau, con una caja cercana a los 4.000 millones, paseaba por el mercado con dinero fresco buscando fórmulas para amarrar su giro eléctrico y apostaba por activos de Viesgo para pasar de las musas al teatro. Los dos movimientos escenificados esta semana definen muy bien no solo el ‘status quo’ del sector, sino lo que se avecina.

Para empezar, Gas Natural -ahora Naturgy- acometía un ajuste del valor en libros de sus centrales nucleares, de carbón y gas de hasta 4.900 millones, un movimiento que implica todo un tsunami en el sector, en tanto obligará a competidores y auditores a justificar muy bien la valoración de los activos ‘más tradicionales’, cuando no a seguir la senda marcada por la hasta ahora gasista. El planteamiento, de hecho, refuerza las tesis de competidores como Iberdrola, en pelea a muerte durante meses con el gobierno para cerrar sus centrales de carbón. Ahora, de las reclamaciones -que probablemente la nueva ministra de Energía estudiará con mejores ojos- toca pasar a los balances. Sea como fuere y desde el punto de vista de la gestión, Reynés ha hecho lo que tocaba y lo que haría cualquier ejecutivo que se precie, véase limpiar la casa nada más llegar. Como diría el castizo, mejor ponerse rojo una vez.

Más inquietante es la oleada de dividendos anunciada por la compañía, que prevé repartir 6.900 millones entre sus accionistas hasta el año 2022, cifra que implica un incremento de casi el 60% y deja claras las intenciones de los fondos que ahora pesan en el día a día de la compañía. Aunque CVC llegaba con fama de ayudar en la operativa de ‘sus’ compañías, al final la presión financiera ejercida parece evidente. Un planteamiento que a medio plazo podría incluso comprometer a la propia Caixa, a la sazón principal accionista y siempre relacionada con proyectos industriales de largo plazo. También debería ser motivo de análisis el perfil “más eléctrico” por el que apuesta la casa, lo que le obligará a competir de lleno en un mercado inundado de ‘players’ y dejar en segundo término una energía de transición con un potencial brutal como el gas, en la que además es dominante. Más allá de la primera reacción de los mercados por el aumento del dividendo, habrá que ver cómo evoluciona la cotización a la vista del plan empresarial.

Eso sí, de lo que no cabe duda, es de la vuelta de tuerca ‘verde’ que enarbola la sociedad, que en su extensa presentación recuerda que las renovables, que en 2016 suponían un 2% de la demanda mundial, en 2040 alcanzaran 6%. No es ya solo que la compañía no tenga la intención de perder ese tren, plantee triplicar su crecimiento en energías limpias de aquí a cuatro años y apueste por duplicar su tamaño en generación eléctrica de origen renovable en Europa. Es que el propio cambio de nombre -del todo arriesgado y más o menos acertado- revela una vocación y lanza un mensaje inequívoco. “Modernizamos nuestro símbolo para ser una energética global que ayudará a crear un mundo mejor”, explica el grupo en su puesta de largo, haciendo hincapié en que la propia reglamentación europea no permite otro camino.

El caso de Repsol no es muy diferente en la esencia renovable. La propia compañía, en el comunicado en que anunciaba su incorporación como actor en el mercado eléctrico y la inversión de 750 millones para adquirir activos de generación de Viesgo por 2.350 megavatios, insistía en que se trataba de centrales de “bajas emisiones” y “en línea con su compromiso en la lucha contra el cambio climático”. La empresa, que tendrá que lidiar ahora con un know-how que no maneja como es la gestión de clientes al tiempo que empieza a poner en marcha un a menudo fracasado modelo de ‘multi-utility’, se ha apuntado al paradigma internacional en que se mueven las petroleras y que obliga a mover ficha. Con unas reservas menguantes -y con todos los actores esperando a que Aramco desvele sus cifras con su salida a bolsa-, conceptos como el de ‘petroleras verdes’ no son ya ridículos. Fuentes próximas a Repsol explican, incluso, que esta compra es solo la primera dentro de un proceso inminente de adquisiciones vinculadas al sector renovable… en la medida en que los precios se atemperen.

A la vista del nuevo paradigma empresarial, ya imparable, parece de recibo recordar y al menos poner bajo revisión la política con las renovables de los últimos gobiernos, ya sean socialistas o populares, en apariencia embarcados desde hace una década en dinamitar el liderazgo en fotovoltaica o eólica que España amenazaba en su día con consolidar. Si bien es cierto que el errático Real Decreto 661/2007 alentaba la entrada en la producción fotovoltaica de muchos advenedizos al calor de las altas primas garantizadas por el BOE, también lo es que muchos otros inversores apostaron por la tecnología desde la convicción en su recorrido como energía de futuro. Y terminaron viendo cómo se recortaba sin duelo la retribución y dejaban de salir los números de sus ‘project finance’, en paralelo a las presiones de las eléctricas y a la incapacidad de los sucesivos ejecutivos para tener altura de miras y sacar las primas del recibo de la luz. Nunca se echó tanto de menos la falta de capacidad de PP y PSOE para armar un pacto de Estado energético que definiera un modelo de país en el ámbito renovable, con la crisis siempre como una excusa fenomenal para justificar los recortes hasta llegar al hueso del jamón. Para reflexionar.

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