Un torero que, con más de 30 años en la profesión, confiesa que aún no ha alcanzado el sueño de cuajar la faena perfecta, esa que, posiblemente, le sacie el alma de tal manera que le pudiera llevar a escribir el epílogo de una trayectoria sin parangón.
Casi treinta años después, concretamente 28 más tarde, el valenciano Enrique Ponce vuelve a salir en volandas por ese quicio soñado de la gloria, calle Alcalá arriba. Una tarde de magisterio, en la que el de Chiva ha paseado una oreja de cada uno de sus toros.
Su compañero y amigo Javier Conde corrió a su encuentro tras serle concedido su último trofeo, subiéndole a hombros y dando la tan merecida vuelta al ruedo. Antes de cruzar la tan deseada puerta grande, los matadores se fundieron en un sentido y emocionado abrazo. A continuación fue recibido en loor de multitudes por decenas de seguidores que quisieron felicitarle por su maestría en los medios.
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