Eurovisión, una máquina diplomática bien rodada

En un mundo ideal, el Festival de la canción de Eurovisión sólo sería música y amistad entre los pueblos. En la práctica, la política siembra a menudo la discordia y genera polémicas.

Cuarenta y dos países concursan este año en Suecia. Entre ellos, algunos enemigos históricos o más recientes: Rusia y Ucrania, Azerbaiyán y Armenia, Serbia y Albania, etc.

La Unión Europea de Radiodifusión "jamás logrará despolitizar Eurovisión", explica Jess Carniel, investigadora en ciencias sociales de la Universidad de Southern Queensland en Australia y especialista en Eurovisión.

En 2015, Armenia fue invitada a modificar la letra de "Don't Deny" ("No neguéis"), alusión directa al rechazo por parte de Turquía de hablar de genocidio a propósito de las masacres de armenios hace 100 años.

Para la edición del sábado en Estocolmo, las polémicas han girado en torno a las banderas y a la canción tártara ucraniana.

La controversia de las bandera tiene como origen un error del propietario de la sala, el Stockholm Globe Arenas, y del portal de venta de entradas AXS. En los boletos de los compradores figuraban ejemplos de las banderas prohibidas, entre las que junto a la del grupo yihadista Estado Islámico aparecían también la del País Vasco, la de Palestina y la de Kosovo.

Ante las protestas, aunque Eurovisión no era responsable, los organizadores del concurso presentaron rápidamente sus "excusas a todos aquellos que se sientan ofendidos". El festival incluso ha suavizado sus propias reglas y ha autorizado las banderas regionales como las de la minoría sami para apoyar a la noruega Agnete y la galesa para el británico Joe Woolford.

La parte más delicada del reglamento de Eurovisión da lugar a la interpretación: "Las letras, discursos o gestos de naturaleza política o similar no están autorizados".

Sin embargo, este año Eurovisión ha aceptado la canción ucraniana "1944" que cuenta la deportación de los tártaros de Crimea por parte del dictador soviético Stalin. "Cuando llegan los extranjeros/Entran en tu casa/Matan a todos y dicen/No somos culpables, no somos culpables", dice la primera estrofa.

Por el contrario, para la final de Moscú en 2009, menos de un año después del conflicto entre Rusia y Georgia, Eurovisión exigió al grupo georgiano Stephane & 3G que reescribiera "We Don't Wanna Put In", crítica transparente contra el presidente ruso Vladimir Putin. Georgia se negó y no participó en el concurso.

Para Jess Carniel, las canciones que más molestan a Eurovisión "son las que pueden tener un doble sentido (...) o que se refieren abiertamente a temas de actualidad".

La geopolítica pondera también en los resultados. Las estadísticas incluso lo han demostrado científicamente.

En Francia y Reino Unido, los observadores achacan siempre los malos resultados de sus representantes a alianzas entre países y lamentan que los nórdicos voten a los nórdicos, los eslavos a los eslavos, y las antiguas repúblicas soviéticas a otros ex satélites de la URSS.

La acumulación de victorias para estos países al principio de los años 2000 irritó tanto a los grandes países de Europa occidental que hubo que cambiar el sistema de votación, recuerda Catherine Baker, historiadora de la Universidad de Hull británica en un artículo de investigación.

Eurovisión ha sumado los votos de jurados profesionales a los de los telespectadores para intentar mitigar las votaciones tácticas y emotivas.

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