El chileno Marco Layera arremente contra "La dictadura de lo cool" en Aviñón

El chileno Marco Layera, que ya había sorprendido al festival de teatro de Aviñón hace dos años con una versión iconoclasta de Salvador Allende, arremete esta vez contra la "burguesía bohemia" de la élite cultural de su generación en "La dictadura de lo cool".

En un set impecable de televisión, un grupo festeja con champagne y cocaína el nombramiento de su amigo al frente del ministerio de Cultura, promoción de la cual todos esperan sacar tajada.

Pero éste los decepciona nombrando a "gente del pueblo" en los cargos de su ministerio, invocando la lucha de clases y criterios sesentistas que sus pares no profesan.

Una cámara omnipresente --estamos en la época de la mediatización a ultranza-- sigue a estos "burgueses bohemios" en sus patéticas tentativas para colocarse en los círculos del poder y la desfachatez del demoníaco ministro que se divierte humillándolos.

En el teatro exaltado de Marco Layera destellan luces de discoteca e imágenes crudas y deliberadamente desagradables proyectadas junto al escenario, con fondo de música tecno ensordecedora.

"Esto es teatro pop-lítico", lanza con desparpajo el ministro. La estética de Layera, rebosante de energía y ultra contemporánea, tuvo buena acogida en Aviñón, sobre todo entre el público joven.

La caricatura de los "burgueses bohemios" --que según Layera no conocen fronteras-- da en el blanco, como cuando desfilan con carteles "peace" o "salven a los osos pandas".

Marco Layera se burla de una generación nacida en la opulencia, que cree que el confort moral alcanza para salvar al mundo y que paga horas extras a la mucama para que se disfrace de oso polar durante la fiesta.

Deliberadamente, busca hacer reaccionar a la élite acomodada --de la que admite formar parte junto al resto del elenco de la compañía La Re-Sentida-- para arrancarle la máscara del compromiso barato. "Hay que mirarse de frente, no somos tan perfectos", dice.

"Al principio, éramos jóvenes creadores chilenos ignorados por las instituciones, sin medios. Financiábamos nuestras propias obras, sin subvención alguna. Pero tuvimos la suerte de poder salir de Chile, de encontrar financiamiento y ahora formamos parte de ese grupo social que siempre anda con una copa de champagne en la mano".

El "ministro de Cultura" de la obra nombra en cargos ejecutivos a un indio mapuche, un grafitero y una mujer del pueblo. "Chile es un país clasista, obviamente es imposible que esos cargos sean ocupados por inmigrantes o mapuches", dice Layera.

El final de la obra es igualmente implacable con la élite acomodada: afuera se oye crecer una revolución de la que no saldrá indemne.

"Ésa es la pregunta que nos hacemos: si la revolución se hará contra nosotros, la élite cultural, o si seremos sus actores". "La obra no aporta una respuesta, si usted la tiene, dígamela", dice riendo.

Hace dos años, su obra "La imaginación del futuro" había dividido profundamente a la crítica de Aviñón.

Ponía en escena al último discurso de Allende, asediado en el Palacio de la Moneda y rodeado de consejeros en comunicación.

"Para nosotros --dijo-- se trataba de criticar a la clase dirigente de izquierda, que desde nuestro punto de vista se había alejado del pueblo. Algunos en Francia nos acusaron de revisionismo y eso nos dolió".

"La dictadura de lo cool", presentada en Aviñón hasta el 24 de julio y del 28 de septiembre al 1º de octubre en el teatro Hebbel am Ufer de Berlín, que la coproduce, regresará a Santiago de Chile, del 14 al 18 de enero.

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