Álex de la Iglesia se ríe de sí mismo en su novela "Recuérdame que te odie"

  • Aún más barroco y disparatado que en sus películas, Alex de la Iglesia se ríe de sí mismo y de sus aciertos y errores en su segunda novela, "Recuérdame que te odie", el delirante periplo por Madrid de un editor de cómics reconvertido a la fuerza en detective privado.

Magdalena Tsanis

Madrid, 11 jun.- Aún más barroco y disparatado que en sus películas, Alex de la Iglesia se ríe de sí mismo y de sus aciertos y errores en su segunda novela, "Recuérdame que te odie", el delirante periplo por Madrid de un editor de cómics reconvertido a la fuerza en detective privado.

"Todos los creadores utilizamos el charco de nuestra cabeza para chapotear constantemente. Es más fácil entender las cosas si las has vivido", explica el director bilbaíno a Efe minutos antes de la presentación de su novela, alumbrada en las noches de insomnio de la época en que buscaba financiación para "Las Brujas de Zugarramurdi".

"Recuérdame que te odie" (Planeta) cuenta la historia de Rubén Ondarra, un editor de cómics agobiado por la desaparición de un famoso dibujante Bruno Kosowsky, que no le ha entregado a tiempo su nueva y esperada obra.

La decisión de lanzarse a su búsqueda le arroja a un delirante viaje en el que, a los ojos de su neurótico protagonista, los porteros de edificios toman forma de alienígenas y un simple charco puede transformarse en el río Aqueronte.

"Cuando escribes, lo que te apetece es entretener y que el lector o el espectador se divierta siguiendo a los personajes", asegura. Por eso, no sólo hay guiños a lo que le ha pasado, sino también a lo que quisiera que le pasara.

"Me gustaría divertirme constantemente. Y hacer cosas no pensadas para mí, ponerme en situaciones imposibles, hasta lo grotesco. Me gustaría coger un tren en marcha -como hace Ondarra-, pero eso no lo voy a intentar", admite.

Eso sí, De la Iglesia es un hombre de acción, que cree que "la reflexión no funciona si te paras" y que "el desorden es necesario" para que broten las ideas, una actitud que más de una vez le ha llevado a encontrarse en situaciones "complicadas".

"En este mismo edificio -el Círculo de Bellas Artes de Madrid- rodamos una secuencia en la que un personaje saltaba a un patio, y para demostrar al equipo que no había peligro, salté yo. Di un salto de tres metros. Me podía haber matado. Y todo para nada, porque nadie me siguió. Me jugué estúpidamente la vida", recuerda.

"Recuérdame que te odie" está plagada de referencias que combinan el universo pop de Álex de la Iglesia -los Kellog's y el Cola Cao, la grasa de los Risketos, los juegos de rol o Mickey Mouse- con su bagaje académico de licenciado en Filosofía, que con la misma soltura recurre a Spinoza o a San Juan de la Cruz.

En ese sentido, recuerda a "Payasos en la lavadora", la novela con la que debutó hace ya 17 años y de la que además retoma uno de los personajes, el poeta y gastrónomo Satrústegui, autor de títulos absurdos como "Psiquiátricos con encanto" o "Sorprende a tus amigos con las sobras de la nevera".

"Es curioso que en películas no he hecho nunca secuelas, pero en novela sí. Me lo pasé muy bien escribiendo la otra y llevaba un par de años dándole vueltas a esta", señala.

Luego, en la rueda de prensa, añadirá que, más allá de las risas, hay un proceso de búsqueda de la propia identidad, y al hablar de ello vuelve a asomar el filósofo que reflexiona sobre la "necesidad cultural" de etiquetar.

"Luchar contra ello es absurdo porque parte de una necesidad de los demás de comprenderte, y eso es bonito", señala. Para el creador, en cambio, el "estilo" es una lata.

"Intento que mis películas no se parezcan en absoluto unas a otras y, cuando ocurre, para mi es un problema", reconoce.

Lo cierto es que en las páginas de la novela parece reirse incluso de eso, del estilo y de los "errores" que la crítica cinematográfica le ha achacado.

"La vida es un guión absurdo con un primer acto que promete mucho, un segundo que no acaba nunca y un tercero que no existe", cuenta Ondarra mientras pelea con dos nigerianas en el baño de un AVE rumbo a París.

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