Andrés Calamaro, exasperante y genial en La Riviera madrileña

  • Madrid.- Partamos de una base obvia: Calamaro es único. Suena a perogrullada, pero sólo así se puede hallar una explicación racional a lo acontecido esta noche en la madrileña sala La Riviera, donde el cantante abrió la puerta grande tras una primera hora de actuación que bien puede calificarse de exasperante.

Calamaro jugó al despiste en La Riviera
Calamaro jugó al despiste en La Riviera

Madrid.- Partamos de una base obvia: Calamaro es único. Suena a perogrullada, pero sólo así se puede hallar una explicación racional a lo acontecido esta noche en la madrileña sala La Riviera, donde el cantante abrió la puerta grande tras una primera hora de actuación que bien puede calificarse de exasperante.

No le faltó actitud, ni temple, ni generosidad al artista nacido en Buenos Aires, que saltó al escenario dispuesto a ofrecer un concierto de altos vuelos a los 3.000 espectadores que llenaron el recinto capitalino. Pero en ciertos momentos no basta con la mejor de las predisposiciones.

Pasaban los minutos y las canciones, algunas de calado tan profundo como "El salmón", "Mi enfermedad", "Carnaval de Brasil", o "Revolución turra", pero no había manera. Aquello parecía un motor gripado, incapaz de arrancar por más que el público se dejara la voz en todas y cada una de las letras.

Al desbarajuste contribuyó el propio Calamaro, que se parapetó inmóvil tras el micrófono durante esos primeros sesenta minutos. Nada que reprochar respecto a la elección de las composiciones, pero el mejor de los guisos nunca lo podría ser sin el toque personal del cocinero, que se había olvidado las especias en el camerino.

Del tedio se salvaron "Mi gin tonic", "El día de la mujer mundial" o "Nunca es igual", que a falta de la voz de Antonio Escohotado se completó con unas cuantas estrofas del "Get up, stand up", la versión con la que Calamaro suele homenajear al maestro del reggae Bob Marley.

Tampoco ayudó la deficitaria acústica de la sala, una traba medianamente solventada por músicos tan fiables como el batería Niño Bruno o el bajista Candy Caramelo.

"All you need is pop" y "Me estás atrapando otra vez" precedieron a "Me envenenaste", una de las escasísimas piezas que Calamaro atacó de su último álbum de estudio, "On the rock", que no ha gozado del aplauso general precisamente.

En ésas andaba la velada cuando la situación pegó un giro de 180 grados. El punto de inflexión lo marcó "Te quiero igual", que provocó el júbilo del respetable antes de que la locura colectiva inundara el local con esa irresistible oda a la amistad que es "Los chicos".

Algún chip se debió activar también en la cabeza de Calamaro, que de repente comenzó a moverse de un lado a otro de la tarima sin dosificar esfuerzos, desatado, con la sana intención de recuperar el tiempo perdido.

Cuando entra en ebullición, el ex de Los Rodríguez es imparable, un torbellino de rock en estado puro que pide prisión incondicional para los militares implicados en la dictadura de Videla mientras ataca con rabia las notas de "El perro".

Ya no había ningún género de dudas. Calamaro había despertado de su letargo y la segunda hora del espectáculo respondió a las expectativas que siempre despierta uno de los nombres más relevantes de la música cantada en castellano.

La ironía de "Alta suciedad" retumbó por todos los rincones y la emotividad reclamó su cuota de protagonismo con "Paloma", otra de esas composiciones inmortales y que forma parte por derecho propio de la leyenda 'calamariana'.

Genio y figura, Calamaro se despidió antes de los bises al estilo de los toreros, con el brazo extendido recorriendo la sala de punta a punta. Quizás sea mucho suponer, pero aquello sonaba a recadito para los que tanto le criticaron en la red social Twitter por su afición a la tauromaquia.

El postre corrió a cargo de "Estadio Azteca", "Crímenes perfectos" y "Flaca", punto y final de una noche en la que Calamaro volvió a mostrar que no se pueden poner en tela de juicio sus dotes musicales.

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