Barba Azul y La Consagración de la Primavera, en programa doble en la Opera House

  • Londres.- Dos dramas musicales en torno a la muerte y al sacrificio -una ópera y un ballet que son cada uno en su género auténticas obras maestras- componen en programa doble la última producción de la English National Opera House londinense bajo la vibrante dirección de Edward Gardner.

Barba Azul y La Consagración de la Primavera, en programa doble en la Opera House
Barba Azul y La Consagración de la Primavera, en programa doble en la Opera House

Londres.- Dos dramas musicales en torno a la muerte y al sacrificio -una ópera y un ballet que son cada uno en su género auténticas obras maestras- componen en programa doble la última producción de la English National Opera House londinense bajo la vibrante dirección de Edward Gardner.

Se trata de "El Castillo de Barba Azul", la única ópera del húngaro Béla Bartöok, y "La Consagración de la Primavera", del ruso Igor Stravinsky, que representaron sendas revoluciones en el lenguaje musical de comienzos del siglo XX y siguen impresionándonos hoy con su frescura y su fuerza rítmica.

El joven director escénico estadounidense Daniel Kramer ha dado a ópera de Bartók un tratamiento claramente influido por el caso de Josef Fritzl, el austríaco que mantuvo encerrada en un sótano a su propia hija durante un cuarto de siglo, abusó sexualmente de ella y tuvo varios hijos de la incestuosa relación.

El impacto de ese caso, reconocido en entrevista con EFE por el propio Kramer, se hace especialmente patente en el momento en que Barba Azul, acompañado de Judith, atraviesa la quinta puerta, cuando el escenario se llena de niños de distintas edades, que caen de sus literas y que seguirán luego el resto de la acción, espantados, hasta el brutal desenlace.

Kramer ha optado por la máxima simplicidad escénica y, así, lo primero que ve el espectador es una farola encendida junto a una puerta azul y a un hombre de mediana edad que avanza como a trompicones, seguido de una mujer descalza que se aproxima a él y le abraza tan apasionadamente como él intenta rechazarla.

Una vez atravesada esa primera puerta, la desigual pareja avanza por una especie de cinta sin fin en una ventana abierta en el escenario, que dará lugar inmediatamente después a un gran espacio lleno de muñecos, juguetes bélicos, armas y otros cachivaches en el que se desarrollará el resto de la acción.

Kramer ha profundizado en la relación psicopática entre los dos únicos personajes: Judith, a quien la vista de los horrores que va descubriendo conforme abre una puerta tras otra, venciendo la resistencia de Barba Azul, no disuade de su morbosa obstinación de llegar al fondo del secreto que ése encierra.

Y, frente a ella, la figura tan monstruosa como claramente acomplejada de Barba Azul, inspirado en el tristemente famoso Fritzl y otros violadores en serie, de los que el director afirma que abusan muchas veces de sus víctimas, no para satisfacer su aberrante apetito sexual, sino únicamente para "ver el terror asomar a sus ojos".

Kramer hace un estupendo estudio de carácter en ambos casos, y su Barba Azul es un individuo temeroso, inhibido a la vez que fuertemente excitado, que esquiva en un principio los abrazos de Judith como si le repugnasen y que termina implorando su amor cuando, invirtiéndose las tornas, es ella quien le rechaza.

El bajo Clive Bayley en el papel del duque y la mezzo Michaela Martens en el de Judith superan con bravura su difícil reto: a pesar de la brevedad de la ópera, algo menos de una hora, sus roles exigen el máximo esfuerzo vocal.

En la segunda parte del programa, que podrá verse en Londres hasta el 28 de noviembre, el coreógrafo Michael Keegan-Dolan, director del Fabulous Beast Dance Theatre, ha trasladado "La Consagración de la Primavera" a su país natal, una Irlanda pobre y supersticiosa.

Formando un grupo salvaje, los bailarines esgrimen sus navajas, atacan al más débil o al más viejo entre ellos, antes de ponerse cabezas de perros, extraídas de otras tantas cajas de cartón, para dar caza a tres mujeres que llevan a su vez máscaras en forma de cabeza de liebre.

Sus saltos rítmicos en distintas direcciones, sus fuertes pisadas y sus convulsiones sobre el suelo acompañan el ritmo primitivo y brutal de la música de Stravinsky, todo ello bajo la observación de una especie de maestra de ceremonias, vestida de negro y portadora de un maletín.

En la versión del coreógrafo irlandés, no es la joven destinada al sacrificio quien se desploma tras la orgiástica danza de la muerte final. Son los hombres los que, tras sustituir sus prendas masculinas por ropa de mujer, caen fulminados al suelo.

Joaquín Rábago

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