Qatar no es solo fútbol, su liderazgo en el mercado del arte es política y diplomacia

  • Al Mayassa, jequesa de Catar, lidera todas las operaciones rodeada de un equipo de expertos a los que no les importa pagar más por lo más exclusivo.
La familia real de Qatar paga 250 millones de dólares por un Cézanne
La familia real de Qatar paga 250 millones de dólares por un Cézanne

Es una pequeña península de algo más de 11.000 kilómetros cuadrados y dos millones y medio de habitantes que tienen para sí una inmensidad de arena que parece nunca acabar. Porque más o menos eso es Catar: un horizonte arenoso y ardiente, bajo el cual se esconde un tesoro que da poder a quien lo emplea, mucho poder: el petróleo.

Emplear los réditos que el crudo ofrece a quien lo posee, es otro cantar. La dinastía Al Thani, reinante en el pequeño país islámico, dirige un Estado con un PIB total de más de 400.000 millones de dólares, con reservas de petróleo para los próximos 37 años y el 14% del gas mundial. Tales cotas de riqueza las han empeñado los diferentes monarcas en domeñar la naturaleza, que hizo de su país una planicie yerma, para crear la capital artística del Golfo Pérsico, levantada a golpe

de petrodólar.

Y es que en menos de diez años, Catar se ha convertido en un actor principal del mercado del arte internacional, con una política de compras agresiva que ha reventado el mercado en más de una ocasión. A veces a través de la Qatar Foundation o otras de la Autoridad de Museos de Catar; siempre actúa la familia Al Thani, que guarda con celo supino todo lo relativo a su política de compras y proyección cultural del país. La agencia Bloomberg aseguró que el presupuesto anual de la Autoridad era de mil millones de dólares al año; la revista Forbes lo rebajo hasta los 250 millones. La que sí se conoce con más certeza es la cifra que cada año gasta la familia real en arte: 600 millones de dólares. Porque sucede que, por su celo, nunca termina de saberse quién compra qué; si la familia real, si alguno de los museo o alguna de sus fundaciones. Aunque los límites entre la una y las otras son, cuando

menos, difusos.

Sea como fuere, parece evidente que las cantidades de dinero que Catar

destina al mercado del arte son muy superiores a las de cualquier país occidental. Al frente de esta maquinaria se encuentra, para sorpresa de muchos, una mujer. Es cierto que en comparación con sus vecinos, como Irán, por ejemplo, Catar es un foco de liberalismo legislativo. Un liberalismo en el que aún tiene cabida la norma que condena por adulterio a las mujeres que hayan sufrido una violación.

Reventando el mercado

Al Mayassa, jequesa de Catar, es esa Autoridad de Museos. Hermana del actual emir, como muchos miembros de las realizas pérsicas, se educó en Estados Unidos, licenciándose en Ciencias Políticas y Literatura, completando sus estudios en París. Entre otros honores o reconocimientos, ha sido reconocida como la mujer más poderosa del mundo y del mundo del arte. Y la verdad es el tal título se lo ha ganado

con ahínco, protagonizando algunas de las adquisiciones más desorbitadas de la historia. Compró Los jugadores de cartas de Cezanne por 250 millones de dólares y por 300 el lienzo, ¿Cuándo te casarás?, del mismo artista, entre otras tantas en las que hay nombres tan conocidos como Jeff Koons, Francis Bacon o Mark Rothko. Todo un dispendio dinerario destinado única y exclusivamente a situar a Catar en el mapa del arte; hacer de su capital, Doha, el París del Golfo. A esto y a crear, según afirmó la propia jequesa, a crear una colección que ayude a formar la identidad nacional.

Y no son sólo compras aisladas, arrebatos millonarios que son flor de un día, sino que todo responde a un plan previamente trazado que tiene mucho que ver con la diplomacia y las relaciones internacionales. Así, mientras la jequesa destinaba millones de dólares a un cuadro, con los años ha ido influyendo en los flujos del mercado. Valga el ejemplo de Estados Unidos, que se ha embolsado más de 400 millones de dólares en los últimos seis años por exportaciones culturales. Una influencia que, ciertamente, se basa en la cantidad de dinero disponible, pero no

sólo. La jequesa y su segundo al frente de los museos cataríes, Edward Dolman, ex presidente mundial de la casa Christie’s, ha demostrado forman un tándem casi imbatible.

Tienen un gusto refinado que paladea las mejores expresiones artísticas de la Historia. Ese gusto es el que selecciona las obras. El resto, es cosa de chequera. Porque su estrategia es esa: quieren lo mejor, y no les importa el precio. De hecho, según Artprice, se calcula que por sistema, la jequesa o alguna de las instituciones bajo su dirección, compran las obras a un precio entre un 40 y un 45 por ciento por encima del de mercado. Y que nadie se lleve a engaño: lo saben. No son turistas a los que pasear por la ciudad. Saben lo que hacen; saben cuánto pagan y no sólo les da igual, sino que lo hacen gustosamente, abarcando así el 25 por ciento del mercado de Oriente Medio, que supone 11.000 millones de dólares.

Grandes mecenazgos y patrocinios

Más allá de las compras, Catar ha desplegado también una política de mecenazgo y patrocinio internacional incomparable con la de cualquier otra entidad, sea pública o privada. Uno de los hitos de esta política es, por ejemplo, el patrocinio de una exposición de Damier Hirst -uno de los artistas preferidos de la jequesa- en la Tate Modern, a razón de dos millones de dólares, o el padrinazgo de la famosa escultura Mamá de Louise Burgeoise (en España tenemos un ejemplar: la famosa “araña” del Guggenheim de Bilbao), en su primera aparición, también en la Tate, por más de tres millones de dólares.

Toda esa actividad comercial acaba revirtiendo en los tres grandes museos del país. El Museo de Arte Islámico alberga una de las colecciones más importantes del mundo en su clase, en un edificio espectacular diseñado por Ieoh Ming Pei, ganador del premio Pritzker a principios de los 80 y autor la pirámide de crista del Museo del Louvre. El edificio se levanta en una isla que, ni que decir tiene, es artificial. Ocupa más de 35.000 metros cuadrados, y es una delicada reminiscencia

del arte arquitectónico islámico, con elementos de la cultura egipcia, turca e india.

El Árabe de Arte Moderno es otra de las joyas. Igualmente monumental -más de 5.000 metros cuadrados-, expone una colección de más de 9.000 obras, desde 1840 hasta hoy, lo que lo convierte en una de las primeras pinacotecas de su clase y, sin duda, la única de este tipo en todo Oriente Medio. Junto con estos dos, en la actualidad hay otro museo en construcción, a cargo del arquitecto Jean Nouvel, y según las proyección, se elevará desde el mar hasta la costa y albergará más de 8.000 objetos que recorrerán la historia, geografía y sociedad del país desde la Antigüedad hasta hoy.

Una política cultural diferencial

Estas líneas de actuación, además de situar al país en el mapa artístico, lo diferencia de sus vecinos que, igualmente ricos, han optado por otra estrategia. Quizá el ejemplo mejor sea Emiratos Árabes Unidos, que de un tiempo a hoy ha decidido vincular su actividad cultural con grandes instituciones mundiales. En vez de crear una museística propia, Emiratos ha preferido trasponer el modelo de los grandes museos a su país.

Fruto de esta estrategia es el acuerdo firmado entre Abu Dabi y el Gobierno de Francia, en virtud del cual, el Museo del Louvre permite emplear su marca para un nuevo museo en el país árabe, además de ofrecer importantes préstamos de obras y asesoría tanto artística como de gestión. Un acuerdo interesante, ciertamente. Y apabullante cuando se atiende a las cifras: 525 millones de dólares por usar la marca Louvre y 747 millones por préstamos de obras y asesoría; o lo que es lo mismo, 1.272 millones de dólares.

A esta cifra podríamos sumarle los cien millones, aproximadamente, que cuesta el edificio, monumental como pocos, que será el museo y que se inaugurará el próximo 11 de noviembre. Y aún podríamos seguir, porque el Louvre de Abu Dabi se asienta en la Isla Saadiyat, una isla artifical que alberga un proyecto turístico- cultural, al que se van a destinar 25.000 millones de dólares.

Frente a esto, Catar ha optado, gracias en buena medida a la acción de la

jequesa, por crear una política de museos propia, poniendo de relieve el arte árabe, tanto antiguo como moderno, abriéndolo a las manifestaciones artísticas occidentales de todos los tiempos, de tal forma que se cree una suerte de diálogo entre unos y otros. Y es por esto por lo que hoy Catar es, sin duda, la punta de lanza de los museos del futuro.

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