David Foster Wallace, el visionario abrumado por la realidad

  • Decía David Foster Wallace que la realidad era "abrumadora y avasalladoramente gigantesca", un rasgo de su atormentada personalidad que el autor D. T. Max recupera en la primera biografía del visionario literato, al atribuirle el lamento de que "es imposible escribir de la realidad porque hay demasiada".

Samuel Regueira

Madrid, 10 sep.- Decía David Foster Wallace que la realidad era "abrumadora y avasalladoramente gigantesca", un rasgo de su atormentada personalidad que el autor D. T. Max recupera en la primera biografía del visionario literato, al atribuirle el lamento de que "es imposible escribir de la realidad porque hay demasiada".

"Todas las historias de amor son historias de fantasmas", editada por Random House Mondadori, aborda la vida de uno de los autores más representativos de su generación, su trayectoria y las dificultades que afrontó en sus procesos creativos, un libro que funciona como "advertencia a futuros escritores", declara Max a Efe.

A lo largo de su carrera Wallace se enfrentó al posmodernismo de Easton Ellis y McInerney, en ataques a su cinismo y su literatura "sin emoción ni corazón", como la describe el biógrafo, que chocaba con la manera de ver el mundo del autor de "La niña del pelo raro", con "una absoluta pasión por la palabra escrita".

"Foster Wallace estaba preocupado por que el cinismo de los modernistas creara una generación sin qué decir y qué pensar", explica Max, y apunta que el icónico autor veía preocupante un entorno "que no se comprometía con nada ni nadie"; significativamente, el escritor se suicidaría en 2008 al dejar de tomar su medicación contra la depresión.

Sus frases largas, sus kilométricas notas al pie y su complejidad y densidad temática caracterizan a un escritor arduo de abordar, tanto en la narrativa de "La escoba del sistema" o la póstuma "El rey pálido", como en su inmensa colección de ensayos, entre los que destacan las recopilaciones "Hablemos de langostas" o "Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer".

El punto álgido de la trayectoria de Wallace es la titánica obra de más de 1.000 páginas "La broma infinita", ensayo paradójicamente serio sobre la condición humana cuyo protagonista, Don Gately, revela uno de los perfiles menos explotados por el autor, "la insistencia de que cada momento que uno vive debe hacerlo en la más absoluta intensidad, como si fuera el último", explica D. T. Max.

Con su inseparable bandana, que llevaba por si le "explotaba la cabeza", Foster Wallace dejó un legado "tanto en su estilo de vestir como en su espíritu al escribir", herencia de un carácter drogadicto, ansioso y difícil de complacer que le convertía en un "yonqui del drama".

Su ánimo volátil y poco estable le acarreó frecuentes disgustos con algunos profesores y con las mujeres, incluso con su madre, pero en especial con los editores, a quienes amenazaba con mandar textos de 5.000 palabras que justificaran sus finales inconclusos y sus piruetas literarias que los impresores le sugerían modificar.

También fueron notorios algunos exabruptos de los que luego se arrepentía con rapidez, como una crítica a "Hacia el final del tiempo", de John Updike, o una lectura en la que arremetió contra el director Richard Linklater, ponencia a la que asistió Ethan Hawke, actor fetiche del cineasta.

Incondicional de Don DeLillo, amigo de Jonathan Franzen y fan de series como "The Wire" y "House", Foster Wallace tenía una segunda gran pasión en los juegos de palabras y los atributos del idioma, a los que dedicó el texto "Veinticuatro palabras inglesas anotadas" en una obsesión que le hacía declararse con frecuencia un "nazi de la gramática" y un "flipado de la sintaxis bastante contumaz".

Junto a "Todas las historias de amor son historias de fantasmas" este mes se publica la colección de ensayos inéditos "En cuerpo y en lo otro", que recogen reflexiones de Foster Wallace sobre temas tan variopintos como "Terminator 2", Borges o los tenistas Nadal y Federer.

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