Duras no se acaba nunca

  • Carlos Abascal Peiró.

Carlos Abascal Peiró.

París, 16 nov.- Para Marguerite Duras la escritura fue silencio, una militancia. De esa necesidad, motor de una obra inagotable, se ocupa la muestra "Duras Song" que estos días, y en el marco del centenario de su nacimiento, alberga la parisiense Biblioteca del Centro Pompidou.

Si Gil de Biedma quería ser poema y no poeta, Duras (1914-1996) encarnó la escritura antes que a una escritora. Profeta de una modernidad silenciosa, la autora que ganó el Goncourt con "El amante" nunca dejó de escribir, de reescribir y reescribirse; ni siquiera cuando hizo cine.

"Pertenece a una generación de autores que cuestionó completamente las estructuras narrativas y reconfiguró la novela moderna francesa, deconstruyendo las temáticas y su linealidad clásica", argumenta a Efe el director del departamento Imaginer del Centro Pompidou y corresponsable de la exposición, Jérôme Bessière.

Con cerca de 350 manuscritos, la muestra se desdobla para, de un lado, rastrear el compromiso ideológico de la autora, "siempre a la izquierda", y, por otro, recoger su relación "íntima" -pura supervivencia- con la palabra escrita y, sobre todo, filmada.

"Sin su obra, el cine actual sería otro", confirma Bessière.

Un ciclo paralelo recupera su filmografía, diecinueve películas que, tras el guión que firmó para Alain Resnais en "Hiroshima mon amour", sirvieron de terreno de pruebas a una "ruptura" ajena a la pirotecnia de Godard y la alineación oficial de la Nouvelle Vague.

Y Duras no lo sabía, o nunca presumió de ello, pero contribuyó a la fundación del cine contemporáneo: cuando la voz se divorció de las imágenes para "emancipar" a las películas de la narración.

"Détruire, dit-elle" sería su primer filme y el comienzo de una singular destrucción del cine convencional, un "espectáculo infantil" que, en opinión de la cineasta, minusvaloraba al espectador y apenas lo involucraba al 20 por ciento.

Porque la modernidad, como escribir, era también silencio: "Aullar sin ruido", dijo una vez. Como esa pantalla negra hacia la cual avanzaba la cámara de Duras, convencida de que para honrar completamente al público habría que cancelar las imágenes. "Y eso me tienta", llegó a confesar.

A las películas que no fueron y pudieron haber sido -"a lo que no puede mostrarse"- consagró así "Le Camion", la cinta que rodó junto a Gérard Depardieu y que, reveló ella misma tras el estreno, funcionaba como la historia de una película que pudo haber hecho y que no hizo. "El cine me aburre", zanjó más tarde.

Duras había nacido en "una patria de agua", el Saigon de la Indochina francesa. "Fue una familia de colonos humildes", relata Bessière, antes de abundar en una infancia marcada por la pérdida de Paul, su hermano menor, y la prematura muerte del padre.

Aunque su apellido real era Donnadieu, Duras sólo fue Duras cuando adoptó el topónimo del hogar familiar paterno, en Lot-et-Garonne, el mismo que aparecería impreso en sus primeras novelas, publicadas en el París ocupado que en 1944 deportaría a Robert Antelme, su primer marido.

Junto a Dionys Mascolo, el corrector de Gallimard que enamoró a la escritora, ambos integraron las redes de la Resistencia a las órdenes de "Morland", alias del que luego -y con el apoyo abierto de la autora- sería presidente francés, François Mitterrand.

"Duras fue alguien muy presente en el debate político de su siglo, de la resistencia a la militancia comunista o el combate feminista", señala Bessière, quien sitúa su izquierdismo a la sombra de su amigo, el pensador Edgar Morin, quien hablaba de un comunismo de pensamiento antes que de partidos.

Próxima de los movimientos estudiantiles y amiga de escritores jóvenes y no tan jóvenes, para Duras robar un libro era legal, como robar una hogaza de pan.

Y al contrario que su obra, ella envejeció sin dejar de escribir desde su icónico cuello de cisne, plegada sobre sí misma, devastada por el alcohol y ante la lánguida mirada de Yann Andréa, el lector con el que se carteó durante años para convertirle en su último amante.

Fue el propio Andréa, fallecido el pasado julio, quien se encargó en 1995 de cohesionar su último texto, "C'est tout" (Esto es todo). Pero no lo fue, no todo, porque Marguerite Duras no se acaba nunca.

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