En la era digital

Dylan vende su música y abre el debate del pastel de los derechos en la industria

Con el aumento del uso de plataformas de 'streaming', las firmas discográficas han dejado atrás la venta de discos y otros formatos físicos para 'entregarse' a las nuevas modalidades de escucha.

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Dylan cedió los derechos de más de 600 canciones, por 300 millones de dólares.
EUROPA PRESS

2020 fue el primer año desde 1986 en el que Bob Dylan no hizo un concierto en vivo, pero eso no evitó que la figura legendaria del 'folk' estadounidense cosechara un logro único en medio de la época más difícil para todos los músicos del mundo. Este lunes, Universal Music Group (UMG) anunció que había comprado la totalidad del catálogo musical de Dylan, que abarca más de 60 años de trayectoria del músico. El genio cedió los derechos de más de 600 canciones, incluyendo más de 6.000 versiones interpretadas por cientos de artistas, por aproximadamente 300 millones de dólares (alrededor de 247 millones de euros), según el diario 'New York Times'. 

La 'jugada' representa otro hito histórico para el cantautor nacido en Minnesota, después de ganar el premio Nobel de Literatura en 2016, pero esta venta, con un precio estimado de medio millón de dólares por canción, deja en evidencia el estado de la industria discográfica, en la que las compañías que solían dominar los mercados dependen más de los derechos de las canciones que de las ventas de discos. Tras el éxito viral de 'Dreams', la canción de Fleetwood Mac que volvió a repuntar en ventas más de cuarenta años después de su lanzamiento, Stevie Nicks vendió la participación mayoritaria en su catálogo a la compañía Primary Wave por 100 millones de dólares (alrededor de 82 millones de euros). 

Con el aumento en el uso de plataformas de emisión en continuo o 'streaming', las firmas discográficas han dejado atrás la venta de discos y otros formatos físicos para participar en las nuevas plataformas musicales, que suelen pagar más a los propietarios de los derechos intelectuales de las canciones que a los artistas que las graban. Sus opciones para seguir haciendo dinero incluyen la decisión de qué plataforma se ajusta mejor a sus necesidades (como Spotify, Apple Music y Tidal), los lanzamientos exclusivos, que le darían prioridad a servicios específicos para emitir ciertas canciones en continuo, y las plataformas gratuitas, como Youtube y Soundcloud, que dan prioridad a la difusión por encima de los ingresos. Los derechos de autor son la moneda de cambio que más valor tiene en la industria hoy en día. Goldman-Sachs calculó que de cada diez dólares que gasta un consumidor de 'streaming', las discográficas se quedan con 3,80 $ y la plataforma se lleva 3,30 $, mientras que los músicos cobran 1,70 $ y los compositores, 0,60 $. Se puede esperar que varias compañías, especialmente las que cuentan con más capital y trayectoria, empiecen a hacer tratos para adquirir los derechos de cada vez más artistas.

La estrategia no es nueva. Por 47 millones de dólares, Michael Jackson se hizo con los derechos de todas las canciones de los Beatles en 1985, superando incluso la oferta de Paul McCartney, uno de los compositores principales del célebre grupo. Finalmente, McCartney alcanzó un acuerdo confidencial en su demanda contra Sony/ATV Music Publishing LLC por la que recuperó los derechos de sus canciones en 2018. El caso se resolvió gracias a un cambio introducido en la ley estadounidense que permite a los compositores reclamar los derechos de sus canciones una vez transcurridos 35 años desde que se publican.

Como en muchos sectores profesionales, este modelo de compra y venta de derechos se ha atomizado y vuelto más accesible. Hipgnosis Songs Fund, una compañía inglesa especializada en la adquisición de derechos intelectuales, le ofrece a sus inversores la oportunidad de hacer dinero con grandes éxitos como 'Sweet Dreams', 'Single Ladies' y 'Heart of Glass'. Su fundador, Merck Mercuriadis, contó a The Guardian que estas inversiones son más seguras que las de oro y el petróleo. Los ingresos de las canciones que han comprado "son predecibles y confiables", afirmó. Entre los inversores de Hipgnosis se encuentra la Iglesia de Inglaterra, que cuenta con una participación de mil millones de dólares en la compañía.

Si bien ciertos empresarios procuran respetar a los compositores de las canciones que manejan, algunos artistas quedan excluidos de los negocios que involucran sus propias piezas. Taylor Swift, la cantautora estadounidense, posee los derechos de las letras de sus canciones, pero no es dueña de las grabaciones que la llevaron a la fama ni de los vídeos y material gráfico de sus álbumes. El productor Scooter Braun compró la antigua discográfica de Swift, Big Machine Label, incluyendo los acuerdos de distribución y las grabaciones maestras de la música que realizó Swift entre 2005 y 2018. De acuerdo a Variety, Braun vendió los derechos de las canciones a un fondo de inversión, lo cual ha impedido que Swift haga uso de las canciones de sus primeros seis discos, ya sea para interpretarlas en vivo o para ceder su uso para otros proyectos.

Como respuesta, Swift ha anunciado que planea volver a grabar todos los temas que ya no le pertenecen, aunque no pueden ser exactamente iguales a sus primeras versiones. Así, la cantante tomaría el control sobre el catálogo que reconstruye, pero solo recibirá ingresos si el público y las compañías escogen las versiones nuevas en vez de las originales para escucharlas o usarlas. Es una solución creativa para un problema al que se enfrentan numerosos artistas desde hace años: el poder real que tienen sobre su propia música. Los propietarios de los derechos intelectuales ya no necesitan todos los intermediarios con los que solían lidiar, y el mercado musical ha evolucionado para ajustarse a esa realidad. Ya solo hace falta probar quién es el dueño de la canción.

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