El adiós de Borau deja al lenguaje del cine sólo ante el peligro

  • Alicia G.Arribas.

Alicia G.Arribas.

Madrid, 23 nov.- La muerte del intelectual inquieto que fue José Luis Borau deja huérfano y sólo ante el peligro a su mejor heredero: el lenguaje del cine como parte de la vida. "En mi vida no he hecho más que leer y ver películas", afirmaba el realizador.

Porque Borau dedicó toda su vida al cine, pero no sólo como director. También como guionista, crítico y desde la presidencia de la Academia de Cine -entre 1994 y 1998- y de la Sociedad General de Autores y Editores (SGAE).

Su carácter tímido y vehemente le permitió dedicarse sin descanso a la promoción del cine desde esos puestos, que también usó para denunciar otros problemas, como el terrorismo. Borau con las manos blancas en la ceremonia de los Goya de 1998 para mostrar su rechazo al terrorismo, es una de las imágenes más reconocibles del cineasta.

Mostró firmeza en ese momento y la mantuvo a lo largo de toda una vida de amor por el cine.

Hijo único y tardío, como él mismo se presentaba en la web de su Fundación, José Luis Borau nació en el seno de una familia de clase media en la Zaragoza del año 1929.

Siempre le gustó el cine -aseguraba haber crecido en la penumbra de una sala, memorizando argumentos de películas clásicas-, pero tuvo que licenciarse en Derecho por imperativos familiares.

Aún así, durante años refugió ese amor en la crítica de cine en el Heraldo de Aragón para, finalmente, inscribirse en la Escuela Oficial de Cine de Madrid; sin embargo, para sobrevivir en la capital se convirtió en funcionario del Instituto Nacional de la Vivienda.

En los 60, trabajó en la agencia de publicidad "Clarín" y sacó adelante su primer largometraje, el western "Brandy" (1964), por el que el Círculo de Escritores Cinematográficos le consideró el Mejor Director Novel.

Desde entonces y hasta el día de su muerte Borau lo ha sido todo en el mundo del cine: guionista, director, productor, actor ocasional, profesor, crítico, creador y espectador, aunque hace unos meses, en una entrevista con Efe, reconocía que ya sólo veía películas en su casa.

Y más que ver, dijo: "re-veo cine bueno", como "El sol del membrillo", "de este chico, Víctor Erice", hizo memoria mientras se le escapa una sonrisa al comentarle que la película se había rodado en 1992.

Sin pensar en el público o en el éxito de taquilla, Borau caminó por una línea cinematográfica complicada, la de la pura creación, más allá de las modas y de los temas fáciles.

Ya en el ejercicio de fin de carrera en la Escuela Oficial de Cine demostró un interés por las historias con profundidad. Una panorámica de la sociedad española de entonces a través de los ojos de un joven seminarista supuso el inicio de una carrera en la que sólo un puñado de buenos títulos tuvieron trascendencia.

Fueron cuatro largometrajes: "Mi querida señorita" (1971), de la que fue guionista pero que dirigió Jaime de Armiñán; "Furtivos" (1975), "Tata Mía" (1986) y "Leo" (2000), Borau lo ganó todo.

Todo menos el Óscar, del que estuvo cerca en 1972 cuando "Mi querida señorita" fue nominada como mejor película de habla no inglesa, premio que se llevó su admirado Luis Buñuel con "El discreto encanto de la burguesía", compitiendo por Francia.

Fue también un gran guionista de documentales y de series de televisión e, igualmente, un brillante escritor de relatos.

Con 74 años recibió su primer premio literario, el "Tigre Juan de Novela", por "Camisa de once varas".

"Yo había leído siempre muchísimo, y de una manera desordenada; en cambio no había pensado nunca en escribir", explicaba el director en la presentación de la web de la Fundación que lleva su nombre.

Después publicó "El amigo de invierno" (2008) y "Cuentos de Culver City" (2009), aunque su última publicación, "Palabras de cine" (2010), no es una novela, sino el desarrollo de una de sus obsesiones: la influencia del cine en el lenguaje cotidiano.

En ese libro, Borau vierte años de observación sobre cómo el cine ha modificado "Hasta el pensamiento" de los españoles.

En una entrevista con Efe realizada con motivo de la presentación de esta obra, el maestro afirmaba que lo mas difícil del cine es hacer un buen guion. "Es más difícil que escribir una buena novela. es como un iceberg, lo mas peligros está por debajo", aseguraba.

Este fue también el tema que eligió el 16 de noviembre de 2008 para su discurso de ingreso en la Real Academia de la Lengua, donde ocupó el sillón "B" tras la muerte de Fernando Fernán Gómez.

Porque fue un intelectual ligado al cine, pero también mucho más que eso.

En 2008 creó al Fundación Borau para cuidar de su legado y dedicada a apoyar al cine y sus profesionales, con "especial énfasis en los jóvenes", los que concede becas y un Premio a la mejor Ópera Prima.

Y ayer mismo la Real Academia Española, por boca de su director, José Manuel Blecua, anunció el nacimiento de los premios "José Luis Borau", que reconocerán el mejor guion cinematográfico del año en honor a la figura del cineasta.

Nos deja la foto fija de sus grandes cejas y su sonrisa impertérrita.

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