La micropoetisa Ajo fotografía al 'Bello público'

  • Durante diez años estuvo trabajando en la taquilla del Teatro Alfil de Madrid y durante cinco fotografió a los especadores que se asomaban a la ventanilla: directores y actores, amigos y transeúntes del barrio. Ahora ese proyecto se expone en el marco de PHotoEspaña.

Está Eduardo Noriega, Javier Cámara, Alberto García-Alix, Marisa Paredes, Alejandro Amenábar, Alaska y Mario Vaquerizo. Pero también está Paquita, un señora del barrio, una pareja que enseña sus anillos de casado, un mendigo, un niño que hay que levantarse de la silla para hacerle una fotografía. La taquilla de un teatro es un punto de observación privilegiado para quien, como ella, se declara muy fan de las personas. Encontramos a Ajo en la librería Arrebato Libros, en pleno barrio Malasaña, el mismo del Teatro Alfil donde estuvo trabajando como taquillera durante una década, antes de empezar a dedicarse a la micropoesía. La ocasión de este encuentro es la exposición Bello Público, sin duda una de las más originales y entrañables de esta edición de PHotoEspaña: más de mil retratos de personajes conocidos o entonces todavía desconocidos, pero también de personas comunes, de sus familias, de sus mascotas. Todos enmarcados en la taquilla de paredes rosas del Teatro Alfil.

Visitando la exposición, mirando uno por uno esos retratos, sobre todo los de las personas menos conocidas o que es imposible reconocer, dado que es fácil perderse entre todos esos rostros, uno no puede parar de preguntarse quiénes son estas personas, así que la primera pregunta es ésta: ¿Quiénes son todas estas personas?

Con esta exposición lo que he conseguido es, básicamente, retratarme a mí misma. Por ahí aparecen todos mis amigos o la gran mayoría de mis amigos de esa época. Aparecen todos los transeúntes del barrio, los fijos, los mendigos, los borrachos, las niñas, las amas de casa, los ancianos que pasaban a visitarme, los actores de la época que no eran famosos entonces y ahora se han convertido en famosos. Yo soy una grandísima fan del paisaje humano, me gustan muchísimo las personas. La gente en masa no tanto porque saca sus peores instintos, pero individualmente casi todos somos buena gente y me gustaba mucho este trato que tenía, en esos dos minutos o menos, con las personas que se acercaban a comprarme la entrada. La verdad que me divertí muchísimo en la taquilla, me hizo conocer a un montón de gente, me hizo conocer un abanico de posibilidades, de existencias y esto es enriquecedor.

Sin embargo, en otras entrevistas, lo has definido como un trabajo aburrido2026

Hombre, el trabajo en sí es muy aburrido, lo que pasa es que yo me lo monté para que no lo fuera. En mi caso no era aburrido porque me monté una vida paralela en torno a este trabajo poco estimulante, la mayoría de las taquilleras no hacen esto. Estaba en la taquilla desde las 18.30 hasta las 23, una hora muy suculenta. La taquilla era una especie de salón de un metro cuadrado donde hablabas de muchos temas y en el que convivía mucha gente.

¿Quién está y quién no está en estas fotos?

Creo que están todas las personas con las que tengo un vínculo emocional y no está la gente que está en otro nivel, que ya no pasa por taquilla, tipo Pedro Almodóvar. O gente que me caía mal.

Has dicho que eres muy fan de la gente. ¿Estás pensando en repetir este proyecto de alguna manera, quizás con fotografía digital u otro soporte artístico?

Cuando me regalaron a Musa, mi perrita, abrí un Flickr porque esto al final no deja de ser un blog antes de que existieran los blogs y cuando apareció Flickr, pues abrí un Flickr para la perrita, estuve subiendo unas cuatrocientas fotos pero rápidamente lo abandoné. Lo bueno que tenía ese trabajo es que me obligaba todos los días a ir a un sitio a una hora determinada. Ya que estaba allí a esta hora haciendo este trabajo, hacía lo mío, pero soy muy poco estable, soy muy dispersa y me tienen que agarrar desde algún sitio. Es lo que hago cuando hago micropoesía: hacer retratos a través de los demás, pero que es el mío propio, lo emocional es lo que sella mi existencia y al final, si uno es honesto con lo que siente, acaba retratando a todo el mundo, porque somos increíblemente parecidos.

¿Cuánto ha influido este 'entrenamiento' en la taquilla en lo que haces hora, la micropoesía?

Muchísimo, efectivamente ha sido un entrenamiento. La taquilla te da esa agilidad mental, conoces a muchísima gente en un espacio muy pequeño de tiempo y entonces empiezas a desarrollar un instinto para percibir mucha información a través del lenguaje gestual, la manera de hablar y de expresarse, las palabras que cada uno utiliza. He acumulado una cantidad de información sobre mí misma, ha sido fundamental para desarrollar el sentido del humor y he conocido a gente maravillosa y tener a gente interesante a tu alrededor es estimulante.

¿Has pensado en juntar las dos cosas: fotografía y micropoesía?

No lo he pensado, pero me acabas de dar una idea. Pero en mi caso las cosas se van armando un poco a mis espaldas. Yo no tengo ninguna intención, no la he tenido en esta serie fotográfica, tampoco la he tenido al empezar la micropoesía, donde la intención no era artística sino casi terapéutica, se trataba de sacar las cosas que te duelen. No lo sé, no lo sé lo que va a pasar.

¿Cómo nace entonces esta serie fotográfica?

Nace sin intención el día que mi ex marido me regala una cámara de foto, en octubre de 1998. Yo estaba allí sentada en la taquilla y le dije que se asomara para ir haciendo pruebas. Luego hice más y más y más y de repente un día me las publicaron en El País, en 1999, entonces ya tenía alrededor de cuatrocientas fotos, porque al principio hice muchas.

A pesar de que sea un proyecto no intencional, mirando las fotos tal y como están expuestas, en orden cronológico, sí que se nota algún cambio: algunas tienen marco, otras no, algunas son en blanco y negro, cambian los objetos sobre la mesa. ¿Se puede hablar de una evolución estilística?

Sí, de hecho al final me acostumbré a mirar en el visor, jugaba un poco con los tres o cuatro elementos que tenía. Uno de ellos era clave y es una farola que hay en el fondo: a algunos se la coloco como si fuera una flor, a otros es como si le saliera de la oreja. Los muñecos sobre la mesa los colocaba, los descolocaba, fui haciendo un pequeño altar. En las primeras fotos hay muchos flashazos, poco a poco fui encontrando un ángulo. No sé, pequeños trucos que iba aprendiendo, porque yo no soy fotógrafa.

En las instantáneas, todos sonríen, otros ríen o actúan de manera graciosa. ¿Crees que has retratado su felicidad, además de retratarles a ellos?

Creo que he retratado su sorpresa: no es lo habitual que te acerques a comprar una entrada y te pase esto. Nunca pasa nada, ni siquiera te fijas en la persona que está al otro lado de la ventanilla. Yo intentaba llamar la atención, les decía cosas, les decía muchísimas frases, en ocasiones unas verdaderas barbaridades que no sé cómo no me han metido en la cárcel de las taquilleras. A veces estaba enfadada, algo que pasa con este tipo de trabajos, y lo que intentaba era salir de esta rutina para conservar el buen humor y captar a la persona con la que estaba dialogando. Era apasionante, jugaba con cosas como la confianza.

Muchas veces venían unos punkis, que en otro teatro les hubieran echado para atrás, y yo les hacía descuentos o les daba entradas gratis. También había gente que no podía entrar porque no tenía efectivo y no se cobraba con tarjeta. El cajero estaba muy próximo pero empezaba la función y les dejaba pasar igual. Depositaba la confianza en ellos y a partir de ese momento se volvían locos por demostrarme que había hecho bien en depositar en ellos mi confianza: salían del teatro, se iban al cajero y me pagaban la entrada. Me ha pasado mil veces. Después teníamos la costumbre de que los actores se metieran en la taquilla, era un sitio muy especial. Albert Pla venía antes de la función para ver quiénes eran sus espectadores.

¿Y crees que todo esto hubiese pasado si no se hubiese tratado del Teatro Alfil?

Probablemente no. ¡Aunque yo tengo lo mío! Digamos que ha sido una buena mezcla entre el Alfil y yo. Además yo empecé en el Alfil hace muchísimo tiempo porque el primer director era de mi pueblo, de Saldaña, hubo varios directores, pero había un espíritu distinto, de un Madrid distinto, todo era diferente.

¿En qué sentido diferente?

Ha cambiado mucho, Madrid ya no es lo que era porque la gente es distinta, ya no hay expectativas de futuro, ahora casi no tenemos ni presente. Creo que básicamente lo que ha cambiado es que había cierta sensación de futuro en aquellos entonces que ahora ha sido completamente atropellada.

Hay una serie entera dedicada a Leopoldo Alas. Bueno, a él y a toda su familia.

Leopoldo pasaba muchísimo tiempo conmigo en la taquilla, hacía los dos turnos, todas las funciones, venía antes que yo, venía a taquilla como quien viene a casa y siempre pasaba algo, siempre pasaba alguien: venía Calamaro, Julieta Venegas, entonces en la Calle del Pez estaban casi todas las discográficas independientes y los músicos pasaban todo el rato por ahí.

¿Hay alguien que no se ha dejado fotografiar?

Nadie. Menos quizás un argentino muy pesado, muy egocéntrico, vanidoso y soberbio que me dio muchísima chapa. Intentó organizarme la taquilla, estuvo preguntándome por qué no numerábamos las entradas dado que en Argentina lo hacían y entonces le dije: 'Mira, te voy a hacer una foto porque nunca me habían venido a organizar el trabajo. ¿Tú qué eres, taquillero?' Y él quiso saber por qué quería una foto, me dijo que era una persona muy conocida y a saber qué iba a hacer yo con su foto. Así que finalmente en la foto sale con un gesto un poco asustado. Después de ello, he preguntado a mucha gente quién era este señor y nunca nadie ha sabido contestarme.

Has retratado todo lo que pasaba fuera de la ventanilla, pero ¿qué pasaba al otro lado, en tu lado?

Tenía muchos frentes. El frente del frente, la ventana propiamente dicha. A la derecha tenía la pantalla del ordenador y el teléfono, que era un frente que también me atacaba, y a la izquierda tenía la puerta por donde la gente se comunicaba en directo: venía un actor pidiendo billetes, entradas para hoy, para mañana, entonces no había tantos móviles. Así que me quedaba un único lado donde estar al cubierto y allí pasaba de todo: a veces allí, en un metro cuadrado, estábamos ocho, nos acoplábamos fenomenal. Nadie renunciaba a su trocito de taquilla.

Alessia Cisternino
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