Gran tarde de Juan Bautista con seis toros en solitario en Arles

  • El matador francés Juan Bautista salió en hombros en honor de multitudes en su tierra, Arles (sur de Francia), después de cortar cinco orejas y un rabo en su encerrona frente a seis toros de tantos encastes, de los cuales sobresalió uno de San Mateo, premiado con la vuelta al ruedo en el arrastre.

André Viard

Arles (Francia), 13 sep.- El matador francés Juan Bautista salió en hombros en honor de multitudes en su tierra, Arles (sur de Francia), después de cortar cinco orejas y un rabo en su encerrona frente a seis toros de tantos encastes, de los cuales sobresalió uno de San Mateo, premiado con la vuelta al ruedo en el arrastre.

FICHA DEL FESTEJO.- Toros, por este orden, de: Puerto de San Lorenzo, brusco; Yonnet, descompuesto y "guasón", San Mateo, bravo y con clase, premiado con la vuelta al ruedo; Adolfo Martin, bravo y humillado, La Quinta, bravo en el caballo y a menos en la muleta; y Domingo Hernandez, con movilidad, algo desordenado, pero con mucha entrega en la muleta.

El balance de Juan Bautista, que actuó como único espada, fue el siguiente: ovación, silencio, dos orejas tras aviso, silencio, oreja, y dos orejas y rabo.

El paseíllo, realizado al estilo goyesco, fue precedido por 22 de las Reinas de Arles, y la tarde fue acompañada de forma majestuosa por la orquesta y los coros de la Ópera de Marsella.

La plaza se llenó, la mejor entrada de la historia de la Feria del Arroz de Arles.

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APOTEOSIS DE BAUTISTA

Tardes así hacen mucho por la tauromaquia, puesto que permiten a todo un pueblo identificarse con su torero. Y en estos tiempos tan difíciles, permitirle a todo un pueblo rozar las alas de la gloria a través de sus propios dedos, es un logro fundamental que se le debe de agradecer al torero, en este caso a Juan Bautista.

La faena de más intensidad de la tarde fue la que le instrumentó Juan Bautista al último, de Domingo Hernández, al que recibió por verónicas de rodillas. Con movilidad desordenada y atisbos de mansedumbre al principio, el colorado se empleó en bravo en el principio de faena, y surgieron varias series encajadas y hondas por ambos pitones que levantaron clamores.

La segunda parte de la faena tuvo menos transmisión, y Juan Bautista levantó el ambiente por "luquesinas" apretadas y templadas, antes de matar de una formidable estocada en la suerte de recibir que desató una petición apasionada por parte de un público siempre pendiente, que consiguió el rabo para su torero.

El otro gran momento de la tarde fue la faena al toro de San Mateo, del maestro Capea, un toro bravo, que derribó empujando de forma espectacular en el caballo, y haciendo gala de mucha clase después, aunque quizás le faltó un tranco para ser el toro perfecto.

La faena en este caso fue de mimo y delicadeza, temple y dulzura, ritmo y suavidad. El público la siguió de pie por momentos, en un ambiente indescriptible de comunión con su torero, que acompasó sus muletazos al ritmo del concierto de Aranjuez cantado por una diva de Marsella. A este toro también lo mató de una contundente estocada recibiendo y corto las dos orejas, pidiendo él mismo la vuelta para el toro.

El toro del Puerto de San Lorenzo y el de Yonnet pusieron a prueba su voluntad y Juan Bautista se mostró muy solvente frente a ambos, al igual que con el de Adolfo Martín, bravo en tres puyazos tomados desde el centro del ruedo, y muy humillado, al que recetó un majestuoso principio de faena por ayudados a dos manos por abajo. El de Adolfo acusó el conjunto y se quedo corto.

Tampoco ayudó mucho el de La Quinta, que pareció querer seguir las telas por abajo al principio, pero que se desentendió después.

Juan Bautista banderilleo el del Capea y el de Domingo Hernandez, este con dos quiebros en tablas y un violín. Tuvo variedad y hondura con el capote, no regateó ningún esfuerzo en la lidia, y salió del coliseo a hombros de sus cuadrillas y de la juventud que había invitado a su gesta, mientras que el coro de la ópera y el público entero cantaban el himno de la Provence.

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