Jacques Henri Lartigue: atrapando el asombro

  • Hasta el 19 de junio el CaixaForum de Madrid acoge la exposición 'Un mundo flotante. Fotografías de Jacques Henri Lartigue (1894-1986)'. La muestra es la primera gran exposición antológica del fotógrafo francés que se realiza en España y reúne más de 200 piezas entre copias modernas e instantáneas originales.
Alessia Cisternino

La de Jacques Henri Lartigue es la historia de un fotógrafo aficionado que se convirtió inesperadamente en uno de los grandes nombres de la fotografía del siglo pasado. El flechazo entre Lartigue, procedente de una acomodada familia de industriales, y la fotografía advino muy pronto, en 1902, cuando con tan solo ocho años recibió como regalo de parte de su padre su primera cámara fotográfica. Desde entonces, Lartigue vivió fotografiando cada detalle de su vida, la de las personas que le rodeaban y la de los desconocidos que se cruzaban en su camino, mostrando una cara desconocida del inicio del siglo XX.

Hasta el 19 de junio, el CaixaForum de Madrid dedica a este fotógrafo francés especialista el atrapar la felicidad, la ligereza, el movimiento, su primera gran exposición antológica en España. La muestra – que consta de más de 200 piezas entre copias modernas e instantáneas originales procedentes de la Donation Jacques Henri Lartigue de París – ha sido comisariada por Florian Rodari y Martine d'Astier de la Vigerie, directora de la Donation Jacques Henri Lartigue, con la asistencia de Maryam Ansari.

La revolución rusa, la Primera Guerra Mundial y años después la crisis del 29 y la Segunda Guerra Mundial convirtieron el inicio del siglo XX en un volcán incapaz de apagarse y cambiaron para siempre la manera de pensar el mundo y la realidad, sobre todo en Europa. Sin embargo estos eventos dramáticos están a años luz de las instantáneas de Lartigue. En sus fotos, hay mujeres a la moda que pasean en el parque, toman el sol en una playa de la Costa Azul y de Biarritz o se bañan en una piscina. Hombres que pasan el tiempo esquiando, patinando sobre hielo, participando en carreras de coches. O niños que se dan un chapuzón o que juegan con su nueva cámara fotográfica.

En el trabajo de Lartigue no hay nada del dramatismo, de la realidad viva y sangrante o de la sensualidad de Dorothea Lange, Robert Capa o Henri Cartier-Bresson. Pero no se trata de una deplorable huida de la realidad: todos los fotógrafos retratan la realidad y Lartigue simplemente decide retratar su realidad y se mantiene agarrado a ella como los demás. Quizás sea por eso, por este alcance más personal y menos universal de su trabajo, que Lartigue siempre se consideró un amateur y no un profesional y fue reconocido como fotógrafo cuando ya tenía casi 70 años gracias a John Szarkowski, entonces conservador de fotografía del Museo de Arte Moderno de Nueva York.

Entre las piezas expuestas también hay 18 copias modernas que fueron disparadas con cámaras estereoscópicas, una cámaras especiales que a principio del siglo pasado eran capaces de captar la sensación tridimensional de la realidad. El efecto es el mismo de una imagen en 3D pero sin tener que ponerse esas peculiares gafas de dos colores: sólo con mirar a través de dos agujeros estamos más cerca de lo que hemos podido estar nunca de un instante cualquiera del inicio del siglo pasado.

La muestra incluye además tres cámaras que pertenecieron al mismo Lartigue y sobre todo los álbumes de fotografías originales, los diarios y las agendas que escribió durante toda su vida y a través de los cuales también intentaba atrapar a su mundo, su felicidad, su despreocupación poniéndolo todo a salvo del olvido. Porque también hubo momentos de despreocupación, de felicidad y de vida incluso en medio de tantos eventos dramáticos. Lartigue fue quizás uno de los pocos fotógrafos capaces de contarlo y no hay que echarle la culpa por eso.

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