Joan Margarit: Para ser feliz no hace falta esperanza

  • Jose Oliva.

Jose Oliva.

Barcelona, 10 nov.- El poeta Joan Margarit, Premio Nacional de Poesía en 2008, acaba de publicar el poemario "Es perd el senyal" (Se pierde la señal), una obra que define como "autobiografía en verso" y de la que se desprende que "para ser feliz no hace falta esperanza".

Margarit considera que "la mejor constatación de que para ser feliz no hace falta esperanza es Beethoven, quien después de sordo, aún escribió una gran cantidad de sonatas", y añade en un tono positivo: "Cuando piensas que ya todo se acaba, que se pierde la señal, aún te queda la poesía y también la música".

Para el poeta, que ya tiene preparada la versión en castellano de este libro, que se publicará en el primer trimestre del próximo año, el núcleo duro del volumen es Josep Pla y, de hecho, en la primera página se incluye una nota del prosista catalán: "Las biografías deberían estar escritas en versos".

Argumenta Margarit que "un poema es un artificio que debe dar como resultado que el lector al acabar de leerlo pueda sentirse plenamente identificado y no ver en sus versos al vecino".

En una biografía en prosa, continúa, el lector pone unos mecanismos de curiosidad y morbo por conocer una vida que no es la suya, mientras que en una autobiografía en verso no aplicas esos mecanismos, sino los del poema.

"Es perd el senyal" (Proa) está concebido como una trenza, en la que una parte son los poemas autobiográficos, otra el "poema civil", que apelan a una conciencia colectiva y, una tercera, un conjunto de poemas generales.

Sin embargo, el autor no ha querido estructurarlos en tres capítulos diferenciados, sino que los mezcla como haría el novelista o el cineasta.

No se siente Margarit deslumbrado por una Itaca poética: "Cuando comparas la vida con un viaje es un idealismo y para que un viaje fuera la vida, tendrías que comenzar el viaje de pequeño".

De los poemas eminentemente autobiográficos se derivan episodios vividos por el propio poeta leridano en los que no faltan alusiones a su hija fallecida Joana, a su madre, maestra en Rubí que sufría el acoso del alcalde falangista de la localidad, o el poema "J.A.G.H.", referido a una persona con la que Margarit comenzó a escribir poesía en el Café de la Ópera barcelonés.

En aquel local frente al Liceo, ambos compartían sus esperanzas con un paisaje dibujado por los marines norteamericanos que se acercaban a la Rambla, una tertulia de cazadores, o clases particulares de inglés para señoritas.

Ese poema sentimental de recuerdo de aquel viejo amigo se podría relacionar, según Margarit, con otro en el que aparece una pequeña iglesia donde un hombre de 50 años toca una sonata de Beethoven de memoria, pero lo hace fatal.

"El arte está lleno de vocaciones fracasadas, por eso el arte no es un oficio como el del carpintero, que sabe que será mejor a los 30 años que a los 20 y mejor a los 40; pero un artista puede ser peor con la edad".

En ese canto al "valor terapéutico" del arte Margarit asegura que "a donde no llega la tecnología, puede llegar el arte, sea un poema de Thomas Hardy, un cuadro de Cézanne o una sonata de Schubert".

En su última obra, Margarit rompe con otros "tópicos falsos" como que el recuerdo es aleatorio.

"Recuerdas la esencia de tu vida y si ese recuerdo ha falseado alguna cosa es en aras de la verdad, porque se cambia el escenario mínimamente pero no la esencia de ese recuerdo", señala en un plano más filosófico.

Entre los poemas de "Es perd el senyal", escritos en los dos últimos años, destaca uno en el que lamenta no haber podido recibir la educación escolar en catalán, su lengua materna, si bien, de esa circunstancia no se desprende un odio al castellano.

"El castellano no tienen ninguna culpa de mis propias debilidades en la propia lengua; y si tienes un enemigo, ese enemigo está siempre en tu casa, no fuera", comenta.

Dedica un poema a Joan Maragall que, dice, es "un homenaje a la lengua viva", porque "un poema no debe utilizar la lengua (académica) del Institut d'Estudis Catalans, sino la lengua de la calle; y por esa razón hoy no se oye en la calle la poesía de Josep Carner y sí la de Maragall".

Viendo lo que le pasó al latín, no debe dar miedo escribir la lengua de la calle, porque "cuando caía el Imperio Romano, estaba Baudelaire esperando en la puerta".

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