La muerte de Basterretxea deja un vacío en la cultura vasca contemporánea

  • "La fórmula es mantenerte en las raíces y abrirte al mundo", solía decir el pintor y escultor vasco Néstor Basterretxea, uno de los referentes artísticos del siglo XX en Euskadi, fallecido hoy a los 90 años de edad.

San Sebastián/Madrid, 12 jul.- "La fórmula es mantenerte en las raíces y abrirte al mundo", solía decir el pintor y escultor vasco Néstor Basterretxea, uno de los referentes artísticos del siglo XX en Euskadi, fallecido hoy a los 90 años de edad.

Creador polifacético, pero conocido principalmente por su trabajo escultórico abstracto, formó parte a finales de los cincuenta de los principales grupos de vanguardia, como el Equipo 57 y el grupo Gaur, junto a Eduardo Chillida, Remigio Mendiburu, Jorge Oteiza o José Antonio Sistiaga.

Basterretxea, nacido en Bermeo (Vizcaya) el 6 de mayo de 1924 "ha sido una figura clave en el impulso a una vanguardia estética enraizada en la cultura vasca, y en el redescubrimiento de la profunda modernidad de los rasgos tradicionales de nuestra cultura", ha recalcado el Gobierno Vasco, presidido por Íñigo Urkullu.

Su trabajo, ha añadido, "deja una huella imborrable, reconocible y auténtica" que perdurará con el paso de los años.

Urkullu y numerosos dirigentes del PNV que han asistido hoy al homenaje a la ikurriña en Bilbao han guardado un minuto de silencio en su memoria.

Afincado en Hondarribia (Guipúzcoa), el artista se encontraba delicado de salud desde hace tiempo. Ya el año pasado acudió a recoger la Medalla de Oro de Guipúzcoa asistido por una botella de oxígeno.

A pesar de ello, se mantuvo activo hasta el último momento, según ha relatado la diputada guipuzcoana de Cultura y amiga personal de la familia, Ikerne Badiola.

De hecho, artista colaboró al máximo en la preparación de la exposición retrospectiva sobre su obra que acogerá el centro Koldo Mitxelena de San Sebastián el próximo otoño.

El Museo de Bellas Artes de Bilbao ya le dedicó una el año pasado, la mayor hasta la fecha, con más de 200 obras, comisariada por Peio Aguirre.

Allí se pudo ver su serie "Euskal Kosmogonia", una de sus creaciones más personales y conocidas, que se encuentra expuesta de forma permanente en la entrada y en el salón de plenos de la Juntas Generales de Guipúzcoa, una colección de 18 esculturas basadas en la mitología vasca.

Entre sus obras más conocidas destacan también las pinturas murales de la cripta de la basílica de Arantzazu, en Oñate, la enorme "Paloma por la Paz" que se instaló en el paseo de Zurriola de San Sebastián en 1988 o la escultura que preside el Parlamento Vasco y que representa un árbol de siete ramas.

En su última entrevista con Efe, Basterretxea reconocía que la "valoración de la abstracción" ha sido una constante en su trayectoria artística, en los últimos años más volcada en la pintura.

"Estoy haciendo unos dibujos monocromos, de ritmos abstractos, pero después me traiciono, los recorto y es un monte, o son paisajes; si yo no pusiera el término paisajes nadie diría que lo son, pero sí, ahí sigo, en la valoración de la abstracción", declaraba hace un año.

Basterretxea siempre defendió la, a su juicio, principal característica del arte vasco: "una fortaleza casi muscular" de "obras hechas para que duren", una esencia que nutrió gran parte de su obra.

A pesar de militar en el partido independentista Eusko Alkartasuna y figurar en sus listas más de una vez, no se consideraba un "hombre político" porque, según decía, él tenía amigos de "todos los lados".

El ministro de Cultura, José Ignacio Wert, también ha resaltado hoy la importancia de su legado. "Era un exponente de las vanguardias artísticas vascas y españolas del siglo XX", un artista "comprometido y polifacético con una constante voluntad de experimentación".

Antes de entregarse a la actividad artística, Basterretxea dio sus primeros pasos profesionales como dibujante publicitario. También se dedicó durante un tiempo al diseño de muebles y decoración de hoteles, y se adentró en la fotografía experimental y en el cine.

Así, junto con Fernando Larruquet, firmó los cortometrajes "Operación H" (1963), "Pelotari" (1964), "Alquézar, retablo de pasión" (1965) y el largometraje "Ama Lur-Tierra Madre" (1966).

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