"La Tarumba": de los sueños circenses de un niño a escuela para la vida

  • El niño Fernando creció en un barrio limeño junto al cual siempre se instalaba la carpa de un circo y soñaba con irse con él por el mundo y, aunque su deseo se frustró entonces, muchos años después pudo desarrollar otro, "La Tarumba", que hoy, con tres décadas de existencia, es toda una "escuela para la vida".

Concepción M. Moreno

Lima, 21 jun.- El niño Fernando creció en un barrio limeño junto al cual siempre se instalaba la carpa de un circo y soñaba con irse con él por el mundo y, aunque su deseo se frustró entonces, muchos años después pudo desarrollar otro, "La Tarumba", que hoy, con tres décadas de existencia, es toda una "escuela para la vida".

"Formamos niños y jóvenes, pero no para que sean niños artistas o megatalentosos. Hacemos una educación para la vida, para hacer seres humanos capaces de transformarse a sí mismos y a los otros y hacer un mundo mejor", explica a Efe Geraldine Sakuda, directora pedagógica de "La Tarumba".

Fernando Zevallos, aquel niño al que tuvieron que encerrar en su habitación para que no escapase con la caravana circense, puso en marcha en 1984, junto a otros dos artistas, este proyecto para "poder contar lo que sucedía en el país en aquellos momentos a través del humor", agrega Sakuda.

Y no se le ocurrió otra cosa mejor al hoy director que homenajear a dos de sus grandes ídolos, Federico García Lorca y Pablo Neruda, para dar nombre a su sueño. Según parece, cuando el nobel chileno vio los espectáculos representados por el poeta español le espetó: "Pero esto es una locura; es una tarumba".

"La tarumba es la gente que hace locuras. A Fernando le gustó mucho el nombre y nos define bien", añade la directora pedagógica de esta escuela que enseña "a través del teatro, el circo y la música" con las herramientas "del juego, el afecto y la creatividad".

"La Tarumba" es hoy la compañía de circo más importante de Perú y una de las organizaciones culturales independientes más exitosas del país, con un espectáculo diferente por año y que cuenta con un local central en Lima además de con dos carpas itinerantes.

Cada año, unas 50 personas trabajan permanentemente en este emprendimiento social, integrado en los Programas Sociales del BBVA; unos 900 niños pasan por sus talleres y unos 100.000 espectadores ven sus representaciones circenses.

Además, 40 jóvenes de Latinoamérica se forman en su Escuela profesional del circo social, fundada en 2003 y en la que durante tres años los estudiantes aprenden danza, teatro y gestión.

La ausencia de subvenciones o ayudas públicas para la sostenibilidad de los proyectos culturales, lejos de ser un problema, se convirtió en un acicate para sus integrantes, cuyo aprendizaje intentan difundir.

"Es posible ser (algo) casi de la nada si uno tiene pasión, ganas de salir adelante y capacidad de gestión", detalla Sakuda, quien considera que el circo es una "herramienta innovadora para generar empleabilidad y así corregir los datos negativos del Perú".

"Tres payasos", como recuerda la directora pedagógica, "levantaron esto" y ahora buscan expandir sus conocimientos en los talleres a los que acuden desde niños en busca de expresividad artística hasta altos ejecutivos que precisan reencontrarse con su afectividad.

Precisamente, esos talleres de desinhibición, de ritmo, de expresión corporal, entre otros, son los que han podido disfrutar los jóvenes de la Ruta BBVA como parte de su aventura peruana.

Repartidos en cuatro grupos diferentes, los ruteros perdieron el miedo al trapecio, hicieron malabares, siguieron el ritmo con pies y manos, se disfrazaron y escenificaron pequeñas representaciones entre risas y alguna que otra vergüenza.

Estos chicos, lejos de preocuparse por que en pocos días deberán enfrentarse al temido "mal de altura" de los países andinos, se imbuyeron del espíritu lúdico que recorre ese caserón del barrio de Miraflores que, desde 1992, es sede permanente de "La Tarumba".

En esta vigésima novena edición de la Ruta BBVA, que lleva por lema "En busca de las fuentes del río Amazonas. El misterio de la danza de los cóndores", tanto los ruteros, de 16 y 17 años, como los demás integrantes de la expedición (monitores, periodistas y organización) disfrutaron como auténticos niños.

Parte de la finca donde radica "La Tarumba" fue expropiada para construir una vía rápida y su antigua dueña, maestra de Fernando Zevallos, aquel niño soñador, decidió plantar árboles en torno a la casa para darle aire frente al humo y el cemento.

No es mala metáfora pensar en este balón de oxígeno recibido en vísperas de las próximas jornadas de travesía.

Mostrar comentarios