Aconteció hace casi un lustro, pero lo podemos rememorar como si fuera ayer. Una mujer de pelo blanco, aplastado y revuelto, quizás por un vuelo de Barcelona a Madrid, pregunta en la recepción del hotel cuál es su habitación. Los que la ven llegar, con su bastón y traje estampado, apenas la reconocen.
Esa misma mujer, ahora con aspecto de hada madrina (pelo cano pulcro, bien peinado, colgante de plata, camisa nívea, bastón elegante, perfume suave, copa en la mano), atiende las preguntas de los periodistas que se arrellanan, junto a ella, antes de que dé una conferencia en unos cursos de verano.
Ayer, ella era Ana María Matute (Barcelona, 1926): hoy es también la flamante (por fin) Premio Cervantes de Literatura. Continuemos el relato.
Luego, la escritora barcelonesa, que deja con elegancia su bastón entre los cojines, se acomoda en un sofá. Escucha nuestras preguntas y responde: "No te lo vas a creer, pero el libro que más he releído es Peter Pan. ¡Y todavía lloro con el final!", exclama.
Era media tarde. Era, tal vez, jueves, de esos jueves que merece la pena vivir para escuchar.
Ana María Matute nos confiesa (durante años siempre ha repetido la misma confesión) que su vida no tendría sentido si no pudiera escribir.
"No puedo imaginarla sin la escritura. A veces, pienso que tengo una vida de papel. Pero no se puede tener sólo una vida así, tienes que tener vivencias, sensaciones, sufrimientos, experiencias", apostilla.
La escritora catalana, autora de libros como "Olvidado rey Gudú" o "Primera Memoria", pronuncia estas frases pausadamente, sonriendo, mirándote a los ojos.
"Vivir es hablar", dice; y luego, como quien enuncia una regañina, nos niega que exista peligro de estancarse en esos mundos fantásticos que transitan por su literatura.
Aquí, hace una acotación, breve, pero intensa. Deja las respuestas. Ríe, con esa risa de princesa o de hada, y regala una pregunta: "¿Tú te crees que tus sueños no pertenecen a la realidad?". Poco a poco, continúa hablando, como si recitara.
"Los cuentos infantiles clásicos fueron los que me incitaron a escribir. Yo me di cuenta de que, como Alicia, podía pasar al otro lado del espejo: y creo que no he vuelto. Esos mundos existen. Pertenecen a la realidad".
Hace una pausa, tierna, como una caricia que detiene el tiempo. Y nos habla de sus supersticiones. Nunca revela de qué está escribiendo, da mala suerte, un mal fario que ella misma reinventa."Soy muy supersticiosa, de supersticiones que yo me invento. Además, no hay que hablar de los libros: hay que leerlos; hay que escribirlos".
Y es entonces cuando nos susurra cómo se enfrenta a una nueva creación: "Cada novela, cada libro, es algo que tú tienes dentro y quieres expresar. Escribir para mí es trasladar a los demás preguntas que te haces a ti mismo".
Cuando alguno de nosotros le interroga cómo afronta el oficio de la escritura, Ana María Matute insiste en que ella tiene que disfrutarlo en soledad, en una soledad absoluta.
"Escribo con máquina electrónica y mis correcciones son como un mapa de colores; ¡quedan preciosos!", nos dice.
Aquellas palabras las pronunció hace cinco años, pero bien podrían ser ayer, hoy cuando le han dado el Premio Cervantes, o bien mañana, cuando la hostiguemos, de nuevo, para seguir preguntándole por su literatura.
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